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El Hada del Alfa

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"El Hada del Alfa" es una novela de fantasía romántica que entrelaza magia, peligro y amor prohibido en un mundo donde la luna guarda secretos ancestrales.Rhiannel, un hada lunar bendecida con el poder de la luz plateada, ve su mundo desmoronarse cuando unos cazadores ambiciosos destruyen el Bosque Lunar en busca de su don. Obligada a huir, se adentra en el peligroso Bosque Sombrío, hogar de los hombres lobo, donde el destino la lleva a los brazos de Hawke, el Alfa de la manada.Hawke es un líder fuerte y protector, cuya lealtad hacia su manada se pone a prueba cuando decide proteger a Rhiannel. A medida que el peligro se intensifica y las tensiones crecen, ambos deberán unir fuerzas para enfrentar a los cazadores que amenazan no solo sus vidas, sino el equilibrio del mundo mágico.Entre la luz de la luna y las sombras del bosque, nace un amor que desafiará las reglas de ambos mundos. Pero, ¿podrán un hombre lobo y un hada lunar superar sus diferencias y enfrentar juntos un destino incierto?En esta historia de coraje, sacrificio y la fuerza del amor, la luna será testigo de una alianza destinada a cambiarlo todo.

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Capítulo 1: El Sacrificio de la Luna.
El Bosque Lunar brillaba en una calma etérea. Los árboles, altos y esbeltos, estaban cubiertos de hojas plateadas que reflejaban la luz suave de la luna llena. A su alrededor, hadas pequeñas danzaban entre las flores luminescentes, sus alas resplandecientes creando un arcoíris de luces. El murmullo del lago cristalino llenaba el aire, mezclado con el canto de los búhos y el susurro del viento. En la rama más alta de un árbol, un búho blanco, con ojos dorados, observaba en silencio, su mirada fija en Rhiannel, quien se encontraba de pie junto al lago. A su lado, una pequeña hada de cabello dorado, Elya, volaba despreocupada, lanzando destellos de luz a su paso. Rhiannel se arrodillaba junto al lago, los dedos sumergidos en el agua, mientras observaba el reflejo de la luna, radiante y pura. — La noche está tranquila, ¿verdad, Rhiannel? —dijo Elya con una sonrisa, posándose en el hombro de su amiga. Rhiannel asintió, aunque una sensación extraña se apoderaba de ella. El aire estaba demasiado quieto. Observó el reflejo de la luna en el agua, brillante y perfecta… pero entonces, un escalofrío recorrió el aire. La superficie del agua se onduló sin razón aparente, y el bosque entero pareció contener el aliento. Algo cambió. Una sombra cruzó el cielo y, lentamente, la luna comenzó a teñirse de rojo. El agua del lago, empezó a agitarse, y las hadas dejaron de bailar, sus alas perdiendo brillo. Elya apareció junto a Rhiannel, su luz parpadeando con desesperación. — ¿Qué está pasando? —preguntó Rhiannel, su voz cargada de preocupación. — La luna… algo la está contaminando —susurró Elya—. No es natural. El cielo se cubrió de nubes negras, y el bosque entero pareció sumergirse en una oscuridad antinatural. Las alas de las hadas comenzaron a desvanecerse, una por una, hasta que cayeron al suelo, indefensas. El búho extendió sus alas y emitió un grito de advertencia. — Algo terrible está ocurriendo —susurró Rhiannel, apretando los puños mientras sentía cómo su conexión con la luna se debilitaba. De la tierra, surgieron cadenas negras, envueltas en niebla oscura, que se movían como serpientes. Las hadas intentaron huir, pero las cadenas las atraparon rápidamente, inmovilizándolas. Los cazadores emergieron de entre los árboles, figuras encapuchadas con máscaras de hueso, sus ojos brillando con un odio ancestral. — ¡Mis alas! ¡No puedo volar! —Elya caía, pero Rhiannel la atrapó en el aire, sujetándola con cuidado. — ¡No! —gritó Rhiannel, extendiendo sus manos hacia sus hermanas, pero antes de poder alcanzarlas, sintió el frío metálico cerrarse en torno a sus muñecas. Cayó de rodillas, forcejeando con desesperación—. ¡Déjenlas en paz! Elya cayó al suelo con un gemido. El suelo tembló cuando los guardianes del bosque, colosos de piedra y madera, se alzaron para proteger a las hadas. Pero incluso ellos se movían con dificultad, sus cuerpos pesados bajo el influjo de la luna corrupta. — ¡Protéjanlas! —ordenó Lira, emergiendo entre los árboles con un resplandor que parecía desafiar la oscuridad creciente. Los guardianes avanzaron, aplastando el suelo con cada paso, sus brazos barriendo a los cazadores que se acercaban. Los cazadores, rodearon a las hadas y lanzaron redes de sombras para contener a los guardianes. — ¡Deténganse! —gritó Rhiannel, alzando las manos para invocar su poder. Pero la luna roja debilitaba su magia, y solo un leve resplandor surgió de sus dedos. — Ahí está la que buscamos, la portadora del poder lunar —dijo uno de los cazadores, señalándola con un cetro oscuro que pulsaba con energía maligna. — ¡Rhiannel, usa el poder de la luna! —gritó Lira, alzando sus manos hacia el cielo. Rhiannel cerró los ojos, concentrándose en el vínculo que siempre había sentido con la luna. Pero algo estaba mal. La conexión se sentía distante, como si un velo oscuro la separara de su fuente de poder. La luna roja debilitaba todo a su alrededor. — No puedo… —susurró, abriendo los ojos, el miedo reflejado en su mirada. Los cazadores avanzaron más, uno de ellos sosteniendo un cetro oscuro que pulsaba con energía sombría. Rhiannel sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver cómo las cadenas se tensaban, arrastrándola hacia ellos. — No te dejaré caer en sus manos. —La voz de Lira sonó firme, pero había un dolor profundo en sus ojos. De un gesto, liberó una onda de luz que rompió las cadenas de Rhiannel por un instante—. Corre. ¡Corre ahora! — ¡No! No puedo abandonarlas, madre. — No tienes elección, hija. Debes sobrevivir. — Rhiannel, debemos irnos —susurró Elya, su voz apenas audible. El corazón de Rhiannel se aceleró. No era la primera vez que los cazadores entraban en el Bosque Lunar, pero esta vez sentía que era diferente. Más peligroso. Ellos no solo querían la magia del bosque, la querían a ella. — No puedo dejarlos destruir este lugar —murmuró Rhiannel, mirando a su alrededor—. Es mi hogar. Elya la miró con preocupación. Sabía que su amiga era fuerte, pero no para enfrentarse a los cazadores sería un suicidio. — Por favor, Rhiannel, si caes en sus manos, todo estará perdido. — ¡No! No puedo dejarlas! Lira extendió la mano, y el agua del lago comenzó a brillar con una luz plateada. — Eres nuestro último esperanza, Rhiannel. Vive por todas nosotras. El agua del lago comenzó a brillar, formando un vórtice a sus pies. Elya chilló cuando una corriente la arrastró. Las cadenas se acercaron a ella, pero Lira levantó una última barrera de luz y, con un gesto firme, hizo que el agua del lago envolviera a Rhiannel en un remolino brillante. — Madre, ¡espera! —Rhiannel intentó liberarse. Un último resplandor envolvió a Rhiannel mientras los guardianes, debilitados pero aún luchando, mantenían a raya a los cazadores. — Vive, Rhiannel. Las cadenas finalmente alcanzaron a Lira, rodeándola como serpientes hambrientas. La última imagen de Rhiannel fue la de su madre, erguida y desafiante, mientras las aguas la envolvían a ella y a Elya. — ¡No! —gritó Rhiannel. Pero el mundo se desvaneció a su alrededor mientras el agua la transportaba lejos, atravesando el espacio y el tiempo. Todo se volvió silencio y oscuridad… hasta que Rhiannel y Elya emergieron en un lago frío y oscuro, rodeado por árboles sombríos y extraños sonidos nocturnos. ... El aire estaba frío y denso cuando Rhiannel emergió del lago, el agua gélida aún aferrándose a su piel como una segunda capa. A su lado, Elya temblaba en silencio, acurrucada contra su cuello. El bosque que las rodeaba era oscuro y opresivo; los árboles se alzaban como sombras retorcidas, y la luz apenas se filtraba entre las ramas. Rhiannel levantó la vista, buscando el cielo entre el dosel espeso. Allí estaba la luna, aún llena, pero teñida de un rojo profundo y antinatural. El brillo pálido habitual había sido reemplazado por esa tonalidad oscura, como si la misma luna estuviera herida. El recuerdo del Bosque Lunar la golpeó como una ola: las cadenas negras surgiendo del suelo, el grito de su madre al romperlas, el sacrificio para liberarla. Un nudo se formó en su garganta, y la rabia y el dolor se mezclaron en su pecho. Miró sus manos temblorosas y luego sus hombros. Sus alas… habían desaparecido. El vacío en su espalda era un recordatorio constante de lo que había perdido. Su conexión con la luna, su poder… todo se había desvanecido en el momento en que el rojo cubrió el cielo. Sin sus alas, se sentía incompleta, quebrada. — Mamá… —murmuró en voz baja, su voz apenas un susurro. Elya, aunque pequeña y frágil, levantó la cabeza y la miró con ojos preocupados. — Volveremos por ella, Rhiannel, —susurró con valentía, aunque su propia voz temblaba. Rhiannel no respondió. No sabía dónde estaba, ni cómo regresar. El poder que las había transportado no era suyo; fue su madre quien usó la última chispa de la luna para salvarla. Y ahora, estaban aquí… en algún lugar desconocido. Dio un paso fuera del agua, el suelo bajo sus pies era suave pero firme, cubierto de hojas húmedas. Cada movimiento le recordaba la ausencia de sus alas, la ligereza que solía sentir al caminar. Ahora, cada paso era un esfuerzo.

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