Capitulo 1. "La llegada".
CAM
El tren a St. Albion llegó con el sonido seco de un freno oxidado, como si protestara por tener que detenerse en un lugar donde todo parecía demasiado ordenado. Desde la ventanilla, las torres góticas de la universidad se levantaban contra un cielo gris, con ese tipo de solemnidad que hace sentir pequeño incluso al viento.
Bajé con mi única maleta —una vieja Samsonite con el cierre medio roto— y la sensación de estar entrando a otro planeta. Todo olía a madera encerada, lluvia y privilegio. Los otros tres estudiantes becados como yo se movían por el andén con sus abrigos de segunda mano, mientras que los niños ricos descendían de vehículos de super lujo sonriendo como si la vida fuera algo que uno pudiera planear.
Me pregunté, sin humor, qué demonios estaba haciendo ahí.
El rectorado me había enviado una carta formal unas semanas antes:
> “Ha sido aceptado en St. Albion College con una beca de mérito completa. Esperamos verlo en el semestre de otoño.”
Sonaba bonito, claro, hasta que uno pensaba que lo único que me había traído hasta aquí era una serie de casualidades, un par de notas altas y el deseo absurdo de que algo cambiara.
En el orfanato, la palabra “futuro” era un chiste de mal gusto. Aquí, era la moneda corriente.
Caminé por los pasillos de piedra, sintiendo las miradas de los demás —no de desprecio exactamente, sino de curiosidad. No vestía como ellos. Mi abrigo era demasiado delgado, mi suéter tenía una costura suelta en la manga, y mi cabello… bueno, no era algo que pasara desapercibido. Largo, oscuro, cayéndome sobre los hombros. Me dijeron que debía cortarlo antes de llegar, pero no lo hice. No quería parecerme a nadie.
Encontré el dormitorio asignado: edificio Northbridge, habitación 307. Subí las escaleras de piedra, con el eco de mis pasos rebotando entre los muros. Afuera comenzaba a lloviznar. Dentro, el aire olía a café instantáneo y libros viejos.
La puerta del 307 estaba entreabierta. Toqué con los nudillos.
—¿Hola?
Una voz respondió desde adentro, con una mezcla de fastidio y seguridad que solo tienen los que nunca han tenido miedo.
—Adelante.
Empujé la puerta.
El tipo que estaba adentro parecía salido de una maldita revista. Su rostro era espectacular, como el rostro perfectamente simétrico y masculino de aquellos modelos que salen en las revistas de moda de alta costura, era sin duda alguna la persona más atractiva que había visto jamás, era rubio, de ojos muy azules y tenían aspecto de ave rapaz, también era muy alto, pasaba por mucho el metro noventa y cuatro, de esos que uno pensaría que no saben lo que es dudar, su musculatura estaba exageradamente bien definida y a pesar de ser prácticamente enorme, era atlético y se veía ágil, para nada torpe. Tenía una camisa blanca arremangada, un reloj de lujo y una sonrisa ladeada, casi un insulto.
—Así que tú eres mi nuevo compañero de habitación —dijo sin levantarse de la cama, donde estaba recostado leyendo algo que ni siquiera parecía interesante.
Asentí, incómodo.
—Cam.
—Dorian. —Respondió como si el nombre pesara más que el mío. Me miró de arriba abajo, con un gesto que no supe si era evaluación o burla—. No pareces de aquí.
—No lo soy.
—Eso se nota.
No dijo más. Solo volvió a su libro. Me quedé de pie, sin saber si debía reír o irme. Finalmente dejé la maleta en el rincón y me senté en el escritorio vacío. Sentí su mirada otra vez. No era amable, pero tampoco del todo hostil.
Esa fue la primera vez que pensé que Dorian parecía el tipo de persona que podría destrozarte la vida y hacerlo con una sonrisa.
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DORIAN
Nunca me gustaron los compañeros de habitación.
Durante mis años en St. Albion, había tenido la suerte de librarme de ellos. Dinero, apellido, conexiones… esas cosas sirven. Pero este año, por alguna razón administrativa o un castigo disfrazado, el decano decidió que debía compartir habitación, me gustaba vivir dentro de la propiedad en lugar de hacerlo en las fraternidades de los alrededores o en un piso para mí solo, aquí yo era el rey de este pequeño reino, y me gustaba reinar infundiendo terror.
Cuando me dijeron que sería un becado, supe lo que eso significaba: alguien con ropa de segunda, ideas idealistas y una historia triste.
Cuando Cam entró, confirmé las tres cosas… Bueno, excepto tal vez la última. Porque en lugar de inspirar lástima, lo que sentí fue otra cosa: una irritación curiosa, una incomodidad en el estómago que no sabía si era interés o repulsión.
Tenía el tipo de belleza que no encajaba en ningún lugar. Esa androginia extraña, los ojos grandes, oscuros, como si hubiesen visto demasiado. El tipo de cara que te hace pensar cosas que no deberías.
—No pareces de aquí —le dije, solo por romper el silencio.
—No lo soy —respondió sin mirarme.
—Eso se nota.
Me divertía cómo apretó la mandíbula. Tenía ese aire contenido, como si todo su cuerpo fuera una escultura de porcelana a punto de romperse.
Me encantaba provocar a la gente así. Era una costumbre estúpida, pero irresistible.
Pero, en esta ocasión no dije eso para provocarle, si no que de verdad había algo en el que le hacía lucir distinto a todos los que estudiamos aquí. El irradiaba sabiduría, conocimiento... Y eso era raro en alguien de nuestra edad.
Había dicho el decano horas antes que él, había ingresado a mitad del curso porque estaba muy adelantado para la clase en la que estaba en su antigua universidad pública.
Fue por eso que le dieron una beca completa y habían ofrecido otras tres becas a chicos que también eran buenos en lo que estaban estudiando, pero no tenía idea de lo que el estaba estudiando en cuestión.
Yo estoy estudiando ingeniería civil... Soy bueno si, tengo excelentes notas; Pero que un chico un año menor que yo vaya a compartir dos materias conmigo me causaba cierto desconcierto.
Mientras fingía leer, lo observé de reojo: abrió su maleta con cuidado, sacó dos libros, un cuaderno y una taza con una grieta en el borde. No traía nada más.
En un lugar como St. Albion, eso equivalía a firmar tu sentencia social.
Sonreí. No por crueldad —al menos no completamente— sino por algo más confuso. Una sensación que me irritó. No me gustaba no entender mis propias emociones.
Cuando salió de la habitación más tarde, dejé el libro sobre la cama y me asomé por la ventana. Lo vi cruzar el patio, el cabello húmedo por la llovizna, con esa elegancia natural que uno no puede comprar.
Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí fuera de control.
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CAM
Los primeros días fueron un desfile de nombres y clases que no recordaba. Los profesores hablaban rápido, los alumnos parecían competir incluso al respirar, y yo solo quería pasar desapercibido. Pero eso era imposible.
Dorian era popular. Todo el mundo lo conocía, todo el mundo lo saludaba. Tenía una especie de gravedad a su alrededor, como si los demás orbitasen su existencia. Y, por desgracia, yo vivía con él.
Intentaba mantener la distancia, pero no era fácil. Siempre estaba ahí, con ese aire de suficiencia, comentando algo sobre mi ropa o el hecho de que estudiara matemáticas “por gusto”. Una vez dijo, riendo:
—Debe ser deprimente pasar tanto tiempo con números.
—Menos deprimente que con gente como tú —le solté.
Él rió. No se ofendió. Dorian nunca se ofendía, y eso era lo peor: no podías ganarle una discusión, porque no le importaba nada.
O eso parecía.
A veces, lo veía mirarme cuando pensaba que yo no lo notaba. Y había algo en su mirada que no encajaba con su actitud. Algo más profundo, más incómodo. Como si estuviera intentando descifrarme… o contenerse.
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DORIAN
No entendía qué me pasaba con él.
Lo molestaba, claro. Era fácil. Cualquier comentario bastaba para que frunciera el ceño o desviara la mirada. Pero después de hacerlo, quedaba un silencio extraño en la habitación, uno que no sabía cómo llenar.
Una noche, lo escuché murmurar dormido. Su cuerpo se movía inquieto. Tenía pesadillas.
Me quedé despierto mirándolo un rato, con la luz del pasillo filtrándose por la puerta entreabierta.
No era compasión lo que sentía. Era otra cosa. Algo que dolía un poco.
Al día siguiente no le dije nada. Solo dejé una taza de té en su escritorio. No sabía por qué lo hacía.
Cuando entró, la miró confundido.
—¿Qué es esto?
—Té.
—¿Y por qué?
—Porque el café te haría temblar más. —Dije, sin levantar la vista del libro.
Lo escuché reír suavemente.
Y ese sonido se me quedó grabado más de lo que me gustaría admitir.