Punto vista de Charlotte
No pude dormir en toda la noche. El reloj marcaba las tres, luego las cuatro… y yo seguía dando vueltas en la cama, intentando encontrar consuelo en las sombras del techo. Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba la voz de la tía Grace repitiendo aquellas palabras: “Hazlo por la familia.”
Por suerte, Carl estaba fuera, en uno de sus interminables viajes de negocios. No soportaba la idea de fingir calma delante de él.
Cuando la primera luz del amanecer comenzó a filtrarse por la ventana, me rendí. Me puse una bata sobre los hombros y caminé descalza por el pasillo hasta la habitación de Scarlet.
Ella dormía profundamente, abrazando con fuerza el oso de peluche que le había regalado en su cumpleaños.
A su lado, sobre la mesita, descansaba una fotografía de nuestras padres y de nosotras dos, tomadas en un verano que ahora parecía pertenecer a otra vida.
Me acerqué despacio, cuidando no despertarla. Su respiración era tranquila, su rostro sereno… pero yo sabía que por dentro estaba tan rota como yo.
Acaricié su cabello con cuidado, apartando un mechón de su frente.
—No te preocupes, hermanita —susurré, apenas audible.
—No voy a dejar que te obliguen a vivir una vida que no elegiste.
Sentí que un nudo se me formaba en el pecho, pero respiré hondo. Sabía lo que tenía que hacer.
Me quedé unos segundos más, observándola dormir. Luego me enderecé, con la determinación helada de quien sabe que no hay vuelta atrás.
Si mi familia había decidido entregar a Scarlet por poder… entonces yo sería la sombra que se interpusiera entre ellos y su destino.
Estaba en mi habitación, arreglándome para ir a la oficina. El espejo reflejaba una versión de mí que apenas reconocía, el cabello perfectamente peinado, el maquillaje discreto, la camisa blanca abotonada hasta el cuello. Todo en orden, como siempre. Todo bajo control… al menos por fuera.
En la mesita de noche, una fotografía llamó mi atención. Era de Carl y mía, tomada en uno de esos días felices que ahora parecían tan lejanos. Él me besaba la mejilla mientras yo sonreía, genuinamente.
Tomé la foto entre mis manos. Cerré los ojos un instante, dejando que el recuerdo me atravesara como una punzada suave.
—Lo siento… —murmuré apenas—, pero debo hacerlo.
Cuando volví a abrir los ojos, mi reflejo en el vidrio del marco parecía más frío, más decidido.
La puerta se abrió lentamente. Scarlet apareció, aún con el cabello suelto y los ojos curiosos.
—¿Ya te vas? —preguntó.
—Sí. Voy a la oficina de la tía Grace… —responde, —Voy a aceptar sus términos.
La expresión de Scarlet estaba tensa. —Charlotte…
—Vamos, —la interrumpí suavemente mientras me colocaba el bléiser azul,
—Te acompañaré después al desayuno. No te preocupes.
Dejé la foto sobre la mesa, boca abajo, como si no quisiera que Carl me mirara mientras daba el paso que estaba a punto de dar.
Nadie sabía lo que realmente iba a hacer. Nadie excepto yo. Y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí dueña de mi destino.
El motor del coche ronroneaba suavemente mientras la ciudad despertaba a medias bajo un cielo soleado. Conducía en dirección a Jefferson Engineering, la empresa de nuestra familia y que la dirigía mi tía Grace, y el silencio entre Scarlet y yo se sentía más denso que nunca.
—Oye, Charlotte… estás muy callada —dijo ella, mirando por la ventana.
—¿Estás de acuerdo con mi decisión?
Sus palabras me golpearon con fuerza. Apreté el volante.
—Sabes que no —respondí, sin apartar la vista del camino. —Pero no tenemos otra opción.
Ella suspiró, resignada.
—Además, quiero saber quién es ese hombre —añadió, su voz casi un susurro. —¿El que será mi esposo?
Tragué saliva. Debía mantener el control. No podía permitir que notara nada. No todavía.
—Lo sabrás pronto —dije con calma ensayada.
—Nuestra tia Grace te lo explicará todo.
El resto del trayecto transcurrió en silencio. Cada semáforo parecía alargarse más de lo normal. Mi mente, sin embargo, no se detenía, repasaba cada paso, cada palabra que debía decir, cada mentira necesaria para que el plan funcionara.
Al llegar al edificio, Scarlet se aferró a su bolso como si fuera un escudo. Caminamos hacia el ascensor sin decir una palabra.
Dentro, el reflejo metálico de las puertas mostraba nuestros rostros el suyo, pálido y asustado; el mío, frío y decidido.
Tomé su mano. Estaba temblando.
—Tranquila… —le dije en voz baja, apretando suavemente sus dedos.
—Todo estará bien.
Ella me miró, buscando en mis ojos una verdad que no podía darle. Y mientras el ascensor subía, sentí el peso de lo que estaba por hacer. Al salir de el su secretaria nos recibió con una sonrisa profesional, aunque sus ojos parecían medirnos con discreción.
—La señora Grace las está esperando —anunció con amabilidad.
Scarlet y yo nos miramos antes de entrar. Ambas tomamos aire, como si un simple respiro pudiera darnos el valor que nos faltaba.
Seguimos a la secretaria hasta el despacho principal. El sonido de nuestros pasos sobre el suelo de mármol resonaba demasiado fuerte.
Cuando la puerta se abrió, el aroma a café y perfume caro llenó el ambiente. Mi tía Grace se levantó de su silla, impecable como siempre, con ese porte que imponía respeto y temor al mismo tiempo.
—Vaya, precisamente estábamos hablando de ti, mi querida Scarlet —dijo con una sonrisa calculada.
Junto a ella, un hombre mayor se puso de pie. Alto, de cabello plateado, traje oscuro perfectamente cortado, y una mirada que hablaba de poder y experiencia.
Scarlet se quedó inmóvil, sin saber qué decir.
—Disculpe… ¿y usted quién es? —preguntó finalmente, con una mezcla de educación y desconcierto.
Grace sonrió, pero su gesto fue más político que afectuoso.
—Que grosera de mi parte el será el nuevo suegro de Scarlet, querida —dijo con voz suave, casi complacida.
—Stefano Mancini, de la familia Mancini, en Italia.
El hombre hizo una leve inclinación de cabeza.
—Un placer conocerte, Scarlet —dijo con acento marcado, su tono grave y seguro.
Scarlet apenas alcanzó a murmurar un “igualmente”. Yo observaba en silencio, estudiando cada gesto, cada palabra. Todo encajaba, cada pieza del plan que mi tía había tejido… y que yo estaba a punto de romper.
—¿ Y usted quien es hermosa joven?—. Expreso el Italiano. Tomo su mano.
—Soy Charlotte Jefferson su hermana mayor—. solté con elegancia y frialdad.
El ambiente en la oficina era sofocante. El aire olía a perfume caro, café recién hecho y algo más… a política, a poder, a destino sellado.
Mi tía Grace tomó asiento detrás de su escritorio, cruzando las piernas con esa elegancia calculada que siempre la acompañaba.
Con un gesto de su mano, nos indicó que hiciéramos lo mismo. Scarlet se sentó a mi lado, rígida, con las manos entrelazadas sobre su regazo.
—Querida, sé que todo esto puede parecer repentino —empezó mi tia Grace, con su tono de voz suave pero firme.
—Pero el señor Mancini y yo creemos que esta unión será lo mejor para ambas familias.
Scarlet la miró sin entender del todo.
—¿Unión? —repitió con voz apenas audible.
Stefano sonrió, esa sonrisa controlada de quien está acostumbrado a cerrar tratos, no a ofrecer afecto.
—Mi hijo, Giovanni, es un hombre de negocios. Serio, respetado… y necesita una esposa que esté a su altura. Esta alianza garantizará estabilidad y protección para todos.
Scarlet parpadeó, confusa, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Un matrimonio arreglado? —preguntó, mirándolo directamente.—¿Eso es lo que están proponiendo?
—No, querida —intervino mi tia Grace antes de que el silencio se volviera incómodo.
—No lo propongo… lo confirmo.
Scarlet se puso de pie, su respiración agitada. —Tía, esto no puede ser real. No pueden decidir mi vida por mí.
La sonrisa de mi tia Grace se mantuvo intacta.
—Tu vida, Scarlet, pertenece a esta familia. No es una imposición… es un deber. Algo que, con el tiempo, aprenderás a entender.
Observé la escena en silencio, sintiendo cómo mis manos se cerraban en puños bajo la mesa. Stefano seguía de pie, observando todo con la calma de un hombre que sabe que el destino ya está escrito.
—Giovanni es un buen hombre —dijo finalmente, su voz grave llenando el cuarto.
—Y sabrá valorar a tu sobrina, Grace. Estoy seguro de eso.
Mi tia Grace asintió con una sonrisa. —Lo sé, Stefano. Lo sé.
Scarlet volvió a sentarse lentamente, su mirada perdida en algún punto de la mesa. Pude ver el temblor en sus manos.
Yo no dije una sola palabra. No podía. Si lo hacía, arruinaría lo que estaba por venir.
Porque mientras ellos hablaban de alianzas, contratos y poder… yo solo pensaba en una cosa sacrificio.