Capitulo XIV

1490 Words
Punto vista de Giovanni El estudio estaba en penumbra, iluminado solo por la luz ámbar que se filtraba desde la lámpara del escritorio. El aroma del whisky se mezclaba con el del cuero viejo y el humo de mi cigarro. El silencio era pesado, como si las paredes mismas aguardaran mi decisión. Tomé un trago lento. El líquido ardió en mi garganta, pero no lo suficiente para acallar la voz en mi cabeza. Ya lo había decidido debía casarme. No por amor, sino por poder. Si quería destruir al Consejo Interno, necesitaba más influencia, más alianzas… más control. Debía dejar los sentimientos a un lado. Un líder la Cosa Nostra no puede permitirse debilidades. Miro mi mano. Aún llevo el anillo de mi matrimonio. Brilla bajo la luz como un recuerdo que se niega a morir. Por un instante, la imagen de su rostro cruza mi mente su sonrisa, su voz, su promesa. Cierro los ojos. —Lo siento, cariño… pero debo romper mi promesa —susurro, apenas audible. Me quito el anillo con lentitud y lo aprieto con fuerza dentro de mi puño. El metal se clava en mi piel, y el dolor me recuerda que sigo vivo… pero no sé por cuánto tiempo más lo estaré siendo realmente. El whisky, el silencio, la traición. Todo sabe igual esta noche. Escucho unos pasos detrás de mí. No necesito girarme para saber quién es. Cuando levanto la vista, Matteo ya está en el umbral. —Oye… ¿me dejas acompañarte con un trago? —dice con una media sonrisa cansada. Asiento en silencio. Él toma una copa, se sirve y se sienta frente a mí. Durante un momento ninguno de los dos habla. Solo el leve tintinear del cristal rompe el silencio mientras brindamos sin palabras. Sus ojos se desvían hacia la mesa. El anillo descansa allí, entre nosotros, como un testigo incómodo. —Pamela lo va a entender —dice al fin, con voz baja pero firme. —Siempre lo entendía. Y sabe que lo haces por su hija, por Luna. Aprieto la mandíbula, sintiendo cómo el pecho se me encoge. —Lo sé… —respondo, mirando el whisky girar en el vaso. —Pero me es difícil, Matteo. Sabes que cuando mi esposa enfermó, yo… ya no fui el mismo. El recuerdo me golpea con fuerza. La risa de Pamela, sus manos frías, su voz despidiéndose sin hacerlo. —Y cuando el cáncer se la llevó —suspiro, —una parte de mí murió con ella. No dice nada. Solo asiente y bebe otro trago, respetando mi silencio. Después de que Matteo se marcha, el silencio vuelve a apoderarse del estudio. El reloj del muro marca las once con un sonido grave, constante… casi como un latido que me recuerda que sigo aquí, aunque no sé si realmente vivo. Camino hasta el pequeño bar y sirvo otro trago, esta vez sin pensar. El whisky cae en la copa como un hilo de oro líquido. Me acerco al escritorio, donde aún queda una fotografía enmarcada; Pamela y Luna, sonriendo en el jardín, una tarde de verano. La toco con la punta de los dedos, como si aún pudiera sentir el calor de sus manos. Pamela… mi calma en medio del caos. Mi razón, mi condena. Recuerdo el sonido de su risa, el perfume que dejaba en el pasillo, y cómo, aun en sus últimos días, me obligaba a comer algo antes de salir a “negociar con los demonios”, como ella decía. Cuando el cáncer comenzó a ganar terreno, juré que encontraría una cura, que el dinero, el poder… algo serviría de algo. Pero el poder no puede comprar la vida. Solo la culpa. Tomo el anillo que había guardado y lo observo bajo la luz. —Perdóname, amor —murmuro.—No supe protegerte, pero protegeré a Luna. Aunque tenga que ensuciarme más las manos de lo que ya lo están. Miro hacia la ventana. Afuera, la lluvia ha cesado. La luna se asoma entre las nubes, como si me observara. En mi mente resuena su voz: “Prométeme que no dejarás que Luna viva en las sombras.” Sonrío con amargura. —Cumpliré tu promesa, aunque para hacerlo tenga que convertirme en lo que siempre temiste que fuera. Apago la lámpara del escritorio. La oscuridad me cubre por completo, y por primera vez en mucho tiempo, me siento cómodo en ella. La mañana entra tímida por la ventana, y el silencio del estudio se rompe con pasos diminutos sobre la alfombra. No necesito girarme ese tamborileo ligero y apresurado solo puede ser ella. —Papá… —una vocecita pequeña y ronca por el sueño me llama. Luna aparece con su osito de peluche en la mano, los cabello despeinados cayéndole sobre la frente. Sus ojos grandes y curiosos me miran con la confianza que solo los niños pueden tener. —¿No podías dormir, piccola mia? —le pregunto con una sonrisa que trata de ser cálida. Ella niega con la cabeza y corre hacia mí, apenas lo suficiente para que la levante en brazos. Su calor me golpea el pecho, recordándome todo lo que debo proteger. —¿Por qué estás en tu estudio, papá? —pregunta, su voz temblando ligeramente. —Tenía que trabajar un poquito —respondo, intentando sonar ligero,—pero ya terminé. Luna frunce el ceño y aprieta su osito contra mí. —Mamá decía que no se trabaja tanto que quita los abrazos… Siento un nudo en la garganta. No sé cómo responder sin quebrarme. La abrazo más fuerte, aspirando su pequeño perfume. —Tu mamá siempre tenía razón, principessa —susurro. —Siempre. Ella juega con los botones de mi camisa, sin entender del todo, y de repente pregunta —¿Mamá está en el cielo? —Sí —respondo, mirando por la ventana el cielo claro de la mañana. —Y cada vez que veamos la luna, ella nos estará cuidando. Luna sonríe y se acomoda contra mí, cerrando los ojos. —Entonces le voy a decir que cuide de ti, papá. La beso en la frente, tratando de memorizar el momento su inocencia, su paz. Luego la llevo hasta su cama, la arropo, y me quedo un instante viéndola dormir, respirando su olor a infancia y a sueños que aún no conocen el miedo. Cuando salgo y cierro la puerta, vuelvo a sentir la armadura de Giovanni ajustarse sobre mis hombros. El padre amoroso queda atrás. El líder implacable vuelve a tomar su lugar. A la mañana siguiente, el estudio olía a café recién hecho y a papel. La lluvia había cesado, pero el cielo seguía gris, como si el mundo todavía dudara en empezar el día. Llamé a Salvatore temprano. Era uno de los pocos hombres en los que todavía confiaba ciegamente, abogado, consejero y amigo desde los años más duros de la famiglia. Cuando llegó, traía su maletín n***o, el mismo de siempre, y una expresión de desconcierto que trataba de disimular con formalidad. —¿Un contrato prenupcial? —repitió, sentándose frente a mí. —Debo admitir que me sorprendes, Giovanni. No pensé que volvieras a considerar el matrimonio. Le serví un trago antes de responder. —No es por amor, Salvatore. Es por estrategia. Necesito que todo quede en regla antes de hacer cualquier movimiento. Él asintió lentamente, observándome con esa mirada que mezcla respeto y preocupación. —Ya veo… —murmuró mientras abría una carpeta y comenzaba a escribir. —¿Puedo preguntar quién es la afortunada? —Scarlet Jefferson. —Dije su nombre sin dudar, sin dejar que la voz temblara. —Es parte del acuerdo con la señora Grace. Esta unión nos dará acceso a las rutas del territorio en estados unidos y la protección política que necesitamos. Salvatore se quedó en silencio por un momento, luego soltó un leve suspiro. —Pamela no habría querido verte así… —dijo sin mirarme. El silencio que siguió fue denso. Sentí la mirada de Matteo desde el otro lado del escritorio; él había estado escuchando todo en silencio, con los brazos cruzados. —Pamela querría que cuidara de Luna —dije con voz baja pero firme. —Y esto es lo que debo hacer para lograrlo. Matteo asintió, aprobando en silencio. Salvatore cerró la carpeta, tomó un sorbo de whisky y finalmente habló. —Entonces lo redactaré. Que quede claro, limpio… sin cabos sueltos. Si vas a jugar este juego, Giovanni, que sea con las cartas en tu mano. —Exactamente —respondí, inclinándome hacia adelante —No puedo darme el lujo de errores. Ni sentimentales… ni legales. El sonido del bolígrafo de Salvatore al comenzar a escribir fue lo único que rompió el silencio. Mientras lo observaba trabajar, sentí que cada palabra, cada cláusula que plasmaba en el papel, era un ladrillo más en el muro que estaba construyendo entre mi corazón y lo que quedaba de mi humanidad...
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