Capitulo VII

1326 Words
Punto de vista de Giovanni Mi padre se acomodó en el sillón principal de la sala, esa que siempre olía a poder y a decisiones que cambiaban destinos. Frente a él, una mujer de porte elegante, mirada firme y sonrisa medida esperaba con paciencia calculada. —Giovanni —dijo mi padre, con ese tono que no admitía distracciones. —Quiero presentarte a la señora Grace Jefferson. Ella será mi nueva socia. Levanté la mirada hacia ella, observándola con atención. Sus movimientos eran refinados, estudiados, como los de alguien acostumbrado a dominar una sala sin necesidad de levantar la voz. —La señora Grace Jefferson —repitió mi padre, con una leve sonrisa. —Cabeza del grupo Jefferson en Estados Unidos. Ah, claro. Así que eso era lo que lo traía inquieto últimamente. Negocios fuera del país. Expansión. Poder. Y ahora entendía lo de “una nueva ficha en el tablero”. No dije nada al principio. Solo la observé de arriba a abajo, evaluando cada detalle la seguridad en su postura, el brillo inteligente en los ojos, la manera en que sonreía sin mostrar del todo los dientes. No era una mujer común. —Así que mi padre quiere hacer negocios en Estados Unidos —dije al fin, rompiendo el silencio con voz neutra. Ella sonrió, cruzando una pierna sobre la otra con elegancia. —Vaya… —susurró. —Pero por lo visto era cierto. Su hijo es muy guapo, señor Stefano. Mi padre rió suavemente, disfrutando la tensión que se instalaba en el aire. Yo, en cambio, no moví un músculo. Solo mantuve la mirada fija en ella, sin sonreír. —Los cumplidos no cambian los términos de un acuerdo, señora Jefferson —respondí con calma. —Pero los buenos negocios, sí. Sus labios se curvaron apenas, como si le divirtiera mi respuesta. Y en ese intercambio silencioso, entendí que aquella mujer no solo era una socia… era una jugadora. Y una peligrosa. Por un momento, el silencio en la habitación se volvió denso, casi tangible. Mi padre se reclinó en su silla, observándonos con ese gesto satisfecho de quien ha puesto dos piezas clave frente al tablero y espera ver cuál hará el primer movimiento. Grace se inclinó apenas hacia adelante. —Ya veo por qué todos hablan de usted, señor Giovanni Stefano. Inteligente, reservado, imponente... —su voz se deslizó con una cadencia suave, casi peligrosa. —Pero, ¿sabe algo? Creo que al líder de la Cosa Nostra solo le falta una cosa para completar su imperio. Alcé una ceja, sin perder la compostura. —¿Ah, sí? —pregunté con una calma que apenas disimulaba la tensión. Sus labios dibujaron una sonrisa lenta, calculada. —Una esposa. Mi padre soltó una leve risa, satisfecho, mientras yo mantenía la mirada fija en ella. No por el comentario, sino por la manera en que lo dijo, no era coquetería. Era una provocación. Una prueba. —No suelo tomar decisiones personales por conveniencia, señora Jefferson —respondí con voz baja, firme. —Y menos cuando vienen envueltas en política. Ella entrelazó las manos sobre su regazo, sin apartar la vista de mí. —Oh, Giovanni… en este mundo, nada es personal. Todo es estrategia. Incluso el amor. Grace deslizó un sobre sobre la mesa, con la misma elegancia con la que una serpiente se enrosca antes de atacar. —Antes de que se retire, señor Giovanni—dijo con su tono suave, medido. —Hay algo más que su padre y yo hemos acordado. Fruncí el ceño y tomé el documento. El papel era grueso, sellado con el logotipo del grupo Jefferson y la firma de mi padre en la esquina inferior. Al abrirlo, sentí el peso de algo más que palabras legales. Leí las primeras líneas. Y el aire se me congeló en los pulmones. “Acuerdo de enlace matrimonial entre Giovanni Macini y Scarlet Jefferson.” Apreté el documento con fuerza, tanto que los nudillos se me pusieron blancos. —Scarlet es mi sobrina menor. Levanté la mirada hacia Grace. Ella me observaba con serenidad, como si aquello fuera lo más natural del mundo. —Es una alianza conveniente —dijo con calma. —Usted asegura la expansión de sus operaciones en Estados Unidos, y mi familia obtiene protección dentro del territorio europeo. Todos ganan. La voz de mi padre resonó detrás de mí, firme, autoritaria —Es el movimiento que necesitamos, hijo. Lo entenderás con el tiempo. Sentí que algo ardía en mi pecho. No era solo rabia… era repulsión. Me levanté lentamente, dejando el documento sobre la mesa con un golpe seco. —Jamás —murmuré, con la voz baja, contenida, pero peligrosa. —No volveré a casarme. No después de lo que pasó. Grace ladeó la cabeza, observándome con una curiosidad que me incomodó más que su propuesta. —La muerte de su esposa fue una tragedia… —dijo despacio. —pero los hombres como usted no pueden vivir atados al pasado. Mi mirada se endureció. —¡¡Usted no sabe nada!! —le advertí, y por un instante, la máscara fría que siempre llevaba se agrietó. El silencio fue absoluto. Solo se escuchaba el reloj de pared marcando cada segundo. Mi padre suspiró, apoyando las manos sobre el escritorio. —Giovanni, esto no es una petición. Es una orden. Lo miré, sin decir nada. Porque si hablaba, podría destruir todo. Tomé el documento, lo doblé con cuidado y lo dejé caer sobre el escritorio. —¡¡Ahora yo soy el LIDER de esta familia y al costa nostra!!—. Exclame furioso. —Y no voy a casarme con nadie. Y sin esperar respuesta, salí de la villa. Salí del despacho sin mirar atrás. Sentía la sangre arderme en las venas, como si cada paso que daba alimentara la rabia que me subía desde el pecho hasta la garganta. Mis hombres, al verme, se apartaron de inmediato. Nadie dijo una palabra. Nadie se atrevió. Caminé directo al jardín, necesitaba aire. El frío de la noche me golpeó el rostro, pero ni siquiera eso bastó para calmarme. Mi padre… siempre el mismo. Jugando con la vida de los demás como si fueran fichas en su tablero.Y ahora quería usarme a mí. Otra vez. —Un maldito matrimonio —murmuré entre dientes, cerrando los puños. —Con la sobrina de esa mujer…no se como es o su edad, no se nada. Que absurdo. Pateé una maceta, haciéndola estallar contra el suelo. El sonido del barro rompiéndose me trajo un segundo de alivio, pero después vino el vacío. Ese vacío que siempre llega después de la ira. Apoyé una mano en la baranda de hierro y respiré hondo. No podía permitir que me quebraran así. No de nuevo. Cerré los ojos y su rostro apareció, nítido como si el tiempo no hubiera pasado. Pamela. Su risa. Sus manos frías buscando las mías cuando la fiebre la consumía. Su voz, susurrando que todo estaría bien aunque sabíamos que no era cierto. El hospital. El olor a medicamentos. La última vez que me sonrió antes de que todo se apagara. Me llevé una mano al pecho, sintiendo ese viejo dolor clavarse otra vez en el mismo lugar. Había prometido no volver a amar. No volver a atarme. Porque amar significaba perder. Y ahora mi padre quería arrastrarme a otro matrimonio como si fuera una transacción, un trato más dentro de su imperio podrido. Abrí los ojos. La luna iluminaba el jardín, fría y distante, igual que yo. —No, padre —susurré, —No volveré a ser un peón en su juego. Ahora yo soy el líder Saqué el encendedor del bolsillo, lo encendí y observé la pequeña llama danzar un instante antes de apagarla. El fuego siempre me recordaba a ella. A lo que alguna vez fui antes de convertirme en esto. Me di la vuelta y caminé hacia el auto. Ya no había nada más que hablar...
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