Punto de vista de Charlotte
Tenía la mesa cubierta de carpetas abiertas, post-its con notas apresuradas y una taza de café que ya se había enfriado. Llevaba horas sumergida en los documentos del caso; transferencias bancarias, facturas duplicadas, contratos alterados.
Todo apuntaba a una malversación cuidadosamente disfrazada, pero no lo suficiente como para engañarme.
El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Levanté la vista y vi a Josh, mi socio y pronto seria parte de nuestra firma, con una carpeta bajo el brazo y su sonrisa tranquila de siempre.
—Charlotte, todo está listo. A las dos tienes una reunión.
Dejé el bolígrafo a un lado y me recosté en la silla, frotándome las sienes.
—Gracias, Josh. ¿Confirmaron asistencia los representantes legales de la empresa?
—Sí, todos. Y… parece que vendrán con refuerzos —respondió, dándome un gesto cómplice.
—No quieren perder este caso.
Sonreí apenas. No me sorprendía. Aquella empresa llevaba meses ocultando desvíos millonarios y yo había logrado juntar suficiente evidencia para derribar su fachada.
—Perfecto. Que traigan a quien quieran —dije, cerrando una de las carpetas.
—No hay argumento que tape los números.
Josh rió por lo bajo. —Eso mismo pensé. Por cierto, revisa el correo. Te envié los últimos peritajes contables y el registro de las transferencias.
Asentí, mientras él se dirigía a la puerta. —Nos vemos en la sala de juntas —añadió antes de salir.
Cuando volvió el silencio, me quedé unos segundos mirando los documentos, dejando que la tensión se asentara.
Sabía que este caso podía ser un punto de inflexión para mi carrera. Pero también, que implicaba enfrentarse a gente poderosa, acostumbrada a salirse con la suya.
Tomé aire, acomodé los papeles en orden y revisé mi reloj. Faltaban dos horas para la reunión. Suficiente tiempo para repasar cada detalle y para prepararme para ganar.
Caminaba por el pasillo rumbo a la sala de juntas, con el sonido constante de mis tacones rebotando contra el mármol. Tenía la mente enfocada en el caso, en los argumentos, en cada detalle del informe que debía presentar.
Pero el teléfono vibró en mi mano, sacándome de golpe de mi concentración. Era un mensaje de Margot.
“Mañana vuelve mamá de su viaje y quiere una cena familiar. Dice que tiene algo importante que contarnos.”
Fruncí el ceño. ¿Una cena familiar? ¿Organizada por ella? Eso no era normal.
Las cenas siempre las planeaba la abuela, y cuando mi tía se encargaba de algo así, era porque había un motivo oculto.
Guardé el teléfono, pero el mal presentimiento se quedó conmigo, como una sombra que me seguía a cada paso.
¿Sería por los cumpleaños que se acercaban? ¿O algo más serio? No lo sabía. Y lo peor era que no confiaba del todo en ella.
Con Margot y su madre, nunca podías estar segura de sus intenciones. Todo lo hacían con un propósito. Siempre.
Sacudí la cabeza, tratando de dejar el tema a un lado. No podía distraerme ahora, no cuando estaba a punto de enfrentar una reunión clave para el caso.
—Primero el trabajo, luego la familia —murmuré para mí misma, ajustándome la chaqueta.
Tomé aire y empujé la puerta de la sala de juntas. El aroma a café, papel y tensión profesional me recibió de inmediato.
La puerta se cerró detrás de mí con un suave clic, y el murmullo de las voces cesó. Todos los ojos se volvieron hacia mí.
Cuatro representantes de la empresa demandada estaban sentados frente a la mesa, junto con su equipo legal. Trajes caros, miradas calculadas, sonrisas ensayadas. Perfecto.
Josh ya estaba allí, con todo preparado carpetas, proyectores, copias de los informes. Me hizo una leve seña desde su asiento, y me acerqué con paso firme.
—Buenos días —saludé con tono neutro, dejando mi maletín sobre la mesa. —Gracias por su puntualidad. Empecemos.
Uno de los abogados, un hombre de cabello gris y expresión arrogante, cruzó los brazos.
—Señorita Jefferson, antes de que continuemos, quiero dejar claro que mi cliente está dispuesto a resolver esto de forma amistosa, siempre y cuando reconsideren las acusaciones.
Le sostuve la mirada unos segundos antes de responder.
—Me temo que no estamos aquí para reconsiderar nada, señor Salcedo —dije con calma.
—Estamos aquí para exponer hechos. Y los hechos no se negocian.
Un leve murmullo recorrió la mesa. Josh ocultó una sonrisa. Abrí la carpeta principal y coloqué sobre la mesa los documentos clave; registros bancarios, contratos, copias de correos internos.
—Durante seis meses, su empresa realizó transferencias encubiertas hacia cuentas fantasma bajo el nombre de socios inexistentes. Aquí —señalé una página,
—está la prueba del rastro contable.
El abogado intentó mantener la compostura.
—Son suposiciones.
—No —,interrumpí suavemente, proyectando una diapositiva. —Son cifras. Sellos, firmas, y una auditoría externa que coincide con nuestros hallazgos.
El silencio que siguió fue el mejor sonido del día. Vi cómo uno de los representantes de la empresa se removía en su asiento. Los tenía donde quería.
—Así que, antes de seguir hablando de arreglos amistosos, le sugiero que revisen el alcance penal de las pruebas que acaban de ver —añadí, —O podríamos saltar directamente a la Fiscalía.
La tensión se podía cortar con un bisturí. Josh intervino con voz tranquila.
—Nuestra firma está dispuesta a negociar, claro… pero solo si aceptan responsabilidad y se comprometen a reparar los daños.
Los abogados se miraron entre sí. Nadie respondió de inmediato. Yo cerré la carpeta con un leve golpe y me puse de pie.
—Tienen hasta mañana al mediodía para responder. Después de eso, seguiremos el proceso judicial.
Me despedí con una sonrisa breve, profesional. Había ganado la primera ronda.
Al salir de la sala, el pulso aún me latía con fuerza. No por nervios, sino por la adrenalina del control. Era en esos momentos cuando más me recordaba quién era: una Jefferson. Y una Jefferson nunca retrocede.
Apenas crucé la puerta de casa, sentí el alivio habitual de quitarme los tacones. Dejarlos caer al suelo era casi un ritual, el primero del día que realmente me pertenecía.
Caminar descalza sobre el parquet frío me ayudaba a desconectarme del ruido del trabajo, de las discusiones, de los documentos que aún esperaban mi firma.
Pero el silencio no duró mucho. Scarlet estaba en medio de la sala, inclinada sobre una enorme caja envuelta en papel dorado.
La emoción en su rostro era tan evidente que supe, incluso antes de preguntar, que no era cualquier cosa.
—¿Y eso? —pregunté, arqueando una ceja.
Ella levantó la vista, con esa sonrisa suya que siempre parecía iluminarlo todo.
—Mira, Charlotte, lo envió la tía —dijo mientras apartaba el papel.
Me acerqué despacio, observando cómo sacaba de la caja un vestido blanco con estampado de flores. Ligero, delicado… demasiado perfecto. A su lado, unas sandalias a juego y un bolso Channel aún con la etiqueta.
—Vaya… generosa, ¿no? —murmuré, intentando disimular el nudo que se formaba en mi estómago.
Scarlet sacó una pequeña tarjeta del interior del bolso y la leyó en voz alta:
—“Feliz cumpleaños, querida. Espero verte radiante mañana. Con cariño, tía Grace.”
Fruncí el ceño. No era normal que ella se adelantara a felicitar, ni mucho menos que se tomara tantas molestias. Mi tía no hacía nada sin un propósito detrás.
—Dice que lo lleve mañana en la cena familiar —añadió Scarlet, girando sobre sí misma con el vestido en alto
—¿Qué opinas?
La observé por un momento. Era imposible no notar lo bien que se veía incluso sin ponérselo. Mi hermanita… siempre tan inocente, tan confiada. Y, sin embargo, algo en todo esto me olía mal.
—Está precioso —dije finalmente, —pero aún no entiendo qué trama nuestra querida tía.
Scarlet solo se encogió de hombros, demasiado ilusionada para preocuparse. Yo, en cambio, sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
Esa cena familiar no iba a ser solo una reunión más...