Capitulo II

1368 Words
Punto de vista de Charlotte Había sido un día complicado, pero tranquilo… al menos hasta ese momento. Al llegar a casa, en nuestro penthouse de Central Park Tower, sentí un alivio inmediato. Entré por el pasillo, quitándome los tacones y dejándolos a un lado. Cada paso descalza me acercaba a la rutina de mi hogar, ese pequeño refugio donde podía ser simplemente Charlotte y no la abogada temida de la ciudad. Al abrir la puerta de la sala, me encontré con Scarlet, y Harper, mi mejor amiga, sentadas en el sofá, compartiendo una pizza de queso y una soda. Ambas me miraron con ojos grandes y sonrisas traviesas, esa típica expresión de “nos atraparon haciendo algo prohibido”. —¿Qué pasa aquí? —pregunté, intentando sonar severa, pero la verdad es que no pude contener una sonrisa. —¡Nada! —exclamó Scarlet entre risas. —Solo estábamos practicando nuestras habilidades culinarias… y creo que la pizza nos ganó. Harper rió y se encogió de hombros. —No es mi culpa que el queso se derrita de manera tan atractiva. Me dejé caer en el sofá, sacudiendo la cabeza. Mi pequeña traviesa y mi amiga inseparable, siempre capaces de sacarme de mi mundo profesional con solo una mirada. La sensación de hogar, de familia y de risas compartidas me hizo olvidar por un momento las tensiones del día, el juicio y las responsabilidades que me perseguían. —Por cierto, ¿hace cuánto llegaron a casa las dos? —, cuestione. Harper es doctora de pediatría, y Scarlet estudia para ser enfermera. —Llegamos hacía más de una hora. Por cierto, los abuelos me habían llamado hace un rato y nos habían invitado a cenar mañana. —Ojalá no vaya mi tía —expresé, girando los ojos con fastidio. —No solo ellos; además, dijeron que quería hacer una cena familiar ya que pronto iba a cumplir diecinueve, continuo, —Por cierto me comentó el abuelo Arthur, mi tía estaba de viaje de negocios. Harper colocó su mano sobre mi hombro, suave pero firme. —Relájate, Charlotte —dijo con una sonrisa tranquilizadora.—Esa bruja no estará ahí. Suspiré, intentando dejar de lado la preocupación. La presencia de mi tía siempre traía tensiones que ninguna risa podía disipar Terminamos de comer la pizza entre risas y charlas. Harper se había quedado ese día en casa, así que la tarde había sido tranquila, casi perfecta. Yo estaba mirando un vestido para la cena de mañana con los abuelos, pensando en cómo pasar una velada sin complicaciones, cuando Scarlet entró a mi habitación. La miré y noté de inmediato que algo no estaba bien. Su rostro, normalmente tan risueño, mostraba una sombra de tristeza. Sabía exactamente por qué un día antes de su cumpleaños, nuestros padres habían sido asesinados en un confuso robo de auto. Aunque habían pasado años, ciertas fechas y recuerdos siempre dejaban cicatrices frescas. Me senté a su lado, rodeándola con mis brazos. —Hey… —susurré suavemente.—Todo va a estar bien, pequeña. Scarlet apoyó la cabeza en mi hombro, dejando que mis brazos fueran su refugio. Por un momento, el mundo exterior desapareció no había juicios, no había tribunales, no había responsabilidades. Solo estaba ella y yo, dos hermanas intentando sostenerse la una a la otra en un recuerdo que nunca debería haber existido. —Te extraño… —murmuró entre sollozos contenidos. La abracé con más fuerza. —Yo también, Scarlet. Pero estamos juntas, y mientras nos tengamos, podemos sobrevivir a cualquier cosa. Ese instante de vulnerabilidad me recordó por qué luchaba tanto: no solo por justicia, sino por proteger a mi familia, por mantenerla unida. Esa noche, Scarlet se quedó dormida a mi lado como si fuera una niña pequeña, buscando el calor y la seguridad que yo podía ofrecerle. No había sido fácil para nosotras después de perder a nuestros padres; la ausencia de su abrazo y su voz aún se sentía en cada rincón de nuestra vida. Nuestros abuelos paternos nos criaron, llenando los vacíos con amor, disciplina y cuidado constante. La herencia de nuestro padre pasó a mi tía, al menos hasta que yo cumpliera la mayoría de edad, un recordatorio constante de que, aunque estábamos protegidas, nuestra familia siempre tendría sombras de tensión y poderosas obligaciones. Me esforcé mucho por estudiar, por destacar, por ser la mejor. Salté algunos años en la escuela, ignorando la comodidad de la infancia, porque sabía que si quería proteger a Scarlet y mantener el control sobre nuestro futuro, no podía permitirme fallar. Cada sacrificio, cada noche sin dormir, cada examen superado era una inversión en nuestra libertad y seguridad. Mientras la veía dormir, tan tranquila y confiada, sentí una mezcla de orgullo y responsabilidad. Todo lo que hacía era por ella, y sabía que, pasara lo que pasara, nunca dejaría que nadie nos arrebatara lo que nos pertenecía. Al día siguiente, Carl había pasado por nosotras para dejar a Scarlet en la universidad y a mí en la oficina. Tenía que revisar algunos casos para unos juicios de fraude y abuso doméstico, y aunque mi agenda estaba repleta, sentí un alivio silencioso al saber que él nos acompañaba de camino. —Entonces, las recogeré a las seis para irnos a la cena con tus abuelos, ¿qué te parece?—, preguntó, con esa sonrisa tranquila que siempre lograba calmar mis días agitados. —Claro que sí —respondí, con una sonrisa que reflejaba lo afortunada que me sentía. —Tengo al mejor novio del mundo. Le di un beso dulce, rápido, pero lleno de cariño, antes de salir del auto y dirigirme a mi oficina. Mientras caminaba hacia el ascensor, pensé en lo extraño que era mi vida estaba llena de juicios, responsabilidades y luchas por justicia… y aun así, Carl era mi pequeño oasis, un recordatorio de que todavía existía la calidez, la rutina y el amor. Llevábamos juntos cinco años. Nos conocimos en la universidad, en una de esas noches interminables en las que la biblioteca se convertía en mi segundo hogar. Recuerdo que me había quedado dormida sobre un montón de apuntes, rodeada de libros y tazas de café vacías, cuando una voz suave me despertó. Era Carl. Sonreía, sosteniendo un vaso de café humeante, y bromeó diciendo que no era saludable confundir el derecho penal con una almohada. Desde entonces, no dejó de buscarme. Me invitó a salir varias veces para ser exacta, ocho y yo, por supuesto, lo rechacé en todas. Estaba demasiado concentrada en mis estudios, en mis metas, en demostrar que podía valerme por mí misma sin distracciones. Pero él… él no se rindió. Me sorprendió su paciencia, su forma tranquila de insistir sin presionar, de estar ahí sin invadir. Así que un día, casi sin pensarlo, acepté salir con él. Aquella primera cita fue simple caminamos por el campus, compartimos un café, hablamos de todo y de nada. Y, de alguna forma, en medio de esa calma inesperada, encontré algo que no sabía que buscaba alguien que me hiciera sentir segura sin tener que ser perfecta todo el tiempo. Desde entonces, Carl se volvió una constante en mi vida. Mi equilibrio. Mi compañero. Mi hogar fuera del caos. Carl era, sin duda, un hombre atractivo. Más alto que yo, con ojos verdes claros que parecían cambiar de tono según la luz. Su cabello rubio tan claro que en ocasiones parecía dorado siempre caía con ese desorden perfectamente intencional que tanto lo caracterizaba. Su piel era blanca, tersa, y sus labios pequeños se curvaban en una sonrisa serena, de esas que podían desarmarte incluso en el peor de tus días. Tenía el mentón y la nariz definidos, un rostro que transmitía confianza, pero sin arrogancia. Y aunque no era excesivamente musculoso, su cuerpo estaba en equilibrio perfecto fuerte, cuidado, real. No necesitaba más para gustarme; Carl nunca había sido solo una cuestión de apariencia. Me atraía su calma, su manera de mirar el mundo con lógica cuando yo solo veía caos, su capacidad para hacerme sentir protegida sin limitarme. A veces pensaba que su sola presencia bastaba para mantenerme en paz. Lo amaba mucho, era mi primer y único amor.
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