ADY
Habían pasado días desde aquel encuentro, pero no lograba sacarlo de mi mente. Cerraba los ojos y ahí estaba, esa sonrisa, esos ojos intensos que me recorrían como si supieran cada uno de mis secretos. Tenía que estar volviéndome loca. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía fijarme en un hombre cinco años menor que yo? Una madre, con responsabilidades, que había pasado por tanto... Y él, tan joven, con todo por delante.
Me removí en la cama, inquieta. El calor de las sábanas no me reconfortaba, solo intensificaba mis pensamientos. Tenía que levantarme, prepararme para volver a esa maldita empresa. ¿Había sido buena idea apoyar a Camell en esto? Algo en mi interior me gritaba que aquello solo traería más problemas a mi vida. Y ya tenía suficientes.
De repente, la voz de mi hija me sacó del torbellino de mis pensamientos.
—¡Mamá! ¿Todavía sigues durmiendo? —Camell entró, su alegría desbordante contrastando con mi mente revuelta.
Respiré profundamente, tratando de disipar la tormenta en mi pecho. No podía dejarme consumir por esto, no cuando los sueños de Camell estaban en juego. Desde que nació, había cargado con la culpa. Culpable de no haberle dado una familia completa. Culpable de haberla traído al mundo en medio del caos de una relación que nunca debió ser. Quería darle lo que yo jamás tuve. Una familia unida, llena de amor. Pero me había aferrado a un amor que solo me destrozaba.
Por eso me aguante por tantos años una relación donde eran más lagrimas que alegrías, tenía la esperanza de que algún día todo cambiaria, por eso acepté ser la otra del hombre que ame con todo mi corazón, me sentía culpable por traer al mundo a mi hija y no poder bajarle las estrellas del universo.
—No, mi amor, ya estoy despierta. —Pasé una mano por mi cabello, tratando de ordenar tanto mi melena como mis pensamientos—. Puedes pasar.
Camell irrumpió en la habitación con esa energía que siempre me maravillaba. Se subió a la cama de un salto y me miró con esa sonrisa traviesa.
—Hoy es el día, mamá. Vamos a la agencia a firmar el contrato. ¡Ya era hora! —sus ojos brillaban de ilusión—. ¿Se te había olvidado?
La miré, sintiendo una mezcla de orgullo y angustia. Quería protegerla, pero sabía que no podía detener el curso de su vida.
—¿Cómo podría olvidarlo? —Le devolví una sonrisa, aunque la presión en mi pecho aumentaba—. Me lo has recordado toda la semana.
Me abrazó con fuerza, y yo la estreché entre mis brazos. Su calidez siempre lograba calmarme, aunque fuera solo por un momento.
—Sabes, mamá —dijo con una seriedad que me sorprendió—, me gustaría que papá estuviera aquí con nosotras. Me gustaría que viviera esto conmigo, pero... no puede, ¿verdad?
Las palabras de Camell cayeron como un peso sobre mis hombros. A pesar de su corta edad, era increíblemente madura. Sabía más de lo que aparentaba, y a veces su sabiduría me dolía más que cualquier otra cosa.
—No, cariño —respondí, acariciándole el cabello—. Él no puede estar aquí en este momento, pero eso no significa que no te quiera. Siempre será tu padre, y puedes llamarlo cuando quieras.
—Pero nunca me contesta... —su voz era un susurro cargado de una tristeza que me rompió el alma.
Sentí una punzada en el corazón. Cada palabra suya era como un eco de mi propia culpa. Había sido yo quien escogió a ese hombre, yo quien se enamoró de la persona equivocada. Y ahora, era mi hija quien pagaba el precio. El dolor de crecer sin su padre, de sentir su ausencia... eso era algo que siempre había querido evitar, pero no lo había logrado. Había sido tan estúpida, tan ciega, aferrándome a una relación que solo me destrozaba.
Me incliné hacia Camell y le besé la frente.
—Lo sé, mi amor... lo sé. —Intenté sonreír, pero no pude evitar que la tristeza se filtrara en mis palabras—. Pero siempre estaremos tú y yo. Pase lo que pase, siempre estaremos juntas.
—Siempre juntas, mamá.
Me forcé a sonreír, aunque una sombra de preocupación se colaba en mis gestos. No quería que Camell notara mi inquietud.
—Sabes cómo es él —le dije suavemente—. Escríbele, y después yo le digo que te llame, ¿sí?
Camell asintió con entusiasmo. Sus pequeños ojos brillaban de esperanza, aunque esa ilusión siempre acababa golpeando contra el muro del desinterés de su padre. Tomé una bocanada de aire y traté de apartar el pensamiento.
—Hoy es un gran día para ti, así que vamos a alistarnos para ir a la agencia, ¿te parece?
Su rostro se iluminó con una sonrisa desbordante.
—¡Quiero elegir cómo vestirme!
—Claro, princesa, tú decides —dije, fingiendo una sonrisa que no llegaba a mi corazón.
Cuando vi a Camell salir del cuarto dando saltitos, solté un largo suspiro, pesado como el mundo que llevaba sobre mis hombros. ¡Espero poder con todo esto! No había nada que me generara más ansiedad que el mundo del espectáculo. Era un universo del que siempre me había mantenido alejada, con sus luces cegadoras y sombras inquietantes. Pero, por más que no fuera mi mundo, no significaba que no lo sería para Camell. Si no había podido darle una familia, al menos le daría todo el apoyo que ella necesitara para seguir sus sueños.
Me levanté de la cama, caminé al baño y me desvestí. El agua caliente de la ducha cayó sobre mi cuerpo, llevándose consigo las tensiones acumuladas, pero no lograba ahogar los pensamientos que inundaban mi mente. Siempre he necesitado tener el control, y eso me había traído más de un problema. Pero hoy no podía controlarlo todo. No podía controlar a Jay, ni a ese chico que me hacía sentir cosas que no entendía. Solo podía concentrarme en Camell.
Salí de la ducha, me sequé y me dirigí al armario. Hoy ella era la protagonista. Yo solo quería ser un personaje secundario, una figura de apoyo. Así que elegí un atuendo sencillo: unos jeans desgastados, una blusa blanca con rayas negras que me llegaba a los codos, un cinturón n***o y unos tenis a juego. Mi atuendo era cómodo, pero lo suficientemente presentable. Me recogí el cabello en una coleta alta, me puse un poco de maquillaje, y tomé mi bolso.
Cuando salí, Camell ya estaba lista, con una sonrisa radiante. Su emoción contrastaba con mis nervios.
—¿De verdad no quieres que las acompañe? —La voz de mi madre resonó desde la cocina.
—No, mamá, solo iremos a firmar el contrato, volveremos rápido. No te preocupes.
Le di un beso rápido en la mejilla y salimos. Mientras conducía hacia la agencia, mis pensamientos seguían en bucle, una y otra vez. No podía sacarme de la cabeza la idea de que vería a ese chico de nuevo. Mi corazón latía con fuerza. ¿Qué demonios me pasaba? Necesitaba mantener el control
Finalmente llegamos a la agencia. Estacioné el auto y bajamos. Mis manos sudaban y las piernas me temblaban mientras caminábamos hacia la entrada. Allí, la recepcionista que nos había atendido la primera vez nos saludó con una gran sonrisa.
—¡Buenos días! El CEO las está esperando —nos indicó que la siguiéramos.
Con cada paso hacia la oficina, sentía que mis piernas se volvían de plomo. El estómago se me revolvía y las manos se me hacían un nudo de nervios.
—Señor, ya llegaron —anunció la recepcionista al llegar frente a la puerta.
—Diles que pasen —respondió una voz desde dentro. Esa voz grave, profunda... era como una caricia para los oídos. El tipo de voz que podía seducir sin esfuerzo.
Entramos a la oficina, y allí estaba él, Jay Smit, concentrado frente a su computadora como la primera vez. Ni siquiera levantó la mirada al hablarnos.
—Pueden tomar asiento, en un momento estoy con ustedes.
Nos sentamos en un sofá cerca de la entrada. Estaba tan tensa que apenas podía respirar. Entonces, un golpe en la puerta rompió el silencio.
—¿Quién es? —preguntó Jay, sin dejar de mirar la pantalla.
—Somos nosotros —respondió una voz que reconocí al instante. Era él, el chico con la sonrisa deslumbrante.
Jay alzó la mirada.
—Pueden pasar.
La puerta se abrió, y los tres chicos de la primera vez entraron en la oficina. Uno de ellos, el más alto, fornido, con esa sonrisa que podía iluminar toda la sala, caminó directamente hacia Camell.
—¡Hola, hermosa! ¿Cómo has estado? ¿Ya estás lista? —Le dijo con una voz cálida, que hacía brillar sus ojos de una manera encantadora.
Camell saltó a los brazos de Lucca con una energía contagiosa.
—¡Hola, Lucca! Estoy más que lista —dijo, haciendo que todos en la oficina soltáramos una carcajada, menos Jay, quien permanecía inmerso en la pantalla de su computadora, ajeno a las risas.
—¿Qué tanto haces que te tiene tan concentrado? —preguntó Emanuel mientras se acercaba al escritorio de Jay.
Jay lo miró de reojo y respondió:
—Estoy terminando un trabajo, quiero la tarde libre, tengo algo que hacer —dijo, y su mirada se deslizó hacia mí en ese último comentario. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, como si algo desconocido me acechara desde las sombras de sus palabras.
—¡Listo! —dijo finalmente, con una leve sonrisa—. Perdón por hacerlos esperar tanto ¿Fernando trajiste los papales?
Fernando, el más serio del grupo, sacó un sobre de manila de su maletín.
—Aquí está el contrato, incluye todas las cláusulas que discutimos en la primera reunión. No omitimos nada, puedes estar tranquila. Para nosotros es un honor contar con una niña tan hermosa como Camell, te aseguramos que la vamos a llevar a la cima de esta industria —dijo Fernando, extendiéndome los documentos.
Tomé los papeles y los leí detenidamente, asegurándome de que todo estuviera en orden antes de firmarlos. Esto es un paso grande, pensé mientras mi corazón se aceleraba, no solo por Camell, sino por todo lo que esto podría significar para nuestras vidas.
Después de la firma, todos nos felicitaron y dieron la bienvenida oficial a la agencia.
—Bueno, eso era todo —dijo Lucca con una sonrisa relajada.
Jay se levantó de su asiento, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Para celebrar, los invito a comer —anunció de repente.
Abrí los ojos con sorpresa. ¿Invitarnos a comer? ¿Acaso hacen esto con todos los que firman contrato? Pensé, tratando de disimular mi desconcierto.
—¿Eso era lo que tenías en mente cuando dijiste que tenías algo que hacer? —le preguntó Emanuel, con una ceja arqueada.
Jay le lanzó una sonrisa un tanto nerviosa.
—Sí, necesitaba desocuparme para poder invitarlos. ¿Cuál es el problema? —respondió, restándole importancia al asunto—. ¡Vamos!
Nos quedamos unos segundos en silencio, pero luego todos nos levantamos para seguirlo. Los chicos caminaban adelante, mientras Camell y yo íbamos un poco más atrás. Justo antes de llegar a la puerta, Jay se detuvo y se giró hacia nosotros.
—¡Oh! Se me olvidaba, en dos días tenemos un viaje por un evento de la agencia, así que vayan alistando maletas. No se preocupen por los pasajes y los gastos, todo va por cuenta de la agencia —dijo con una sonrisa despreocupada.
—¿Un viaje? —preguntamos al unísono, tanto Lucca como yo.
—Sí, un viaje —respondió Jay, sin dar más detalles, y siguió caminando.
Esto es demasiado pronto, pensé, tratando de procesar la noticia. Pero no quería cuestionarlo, prefería dejar que las cosas siguieran su curso sin sobrepensar cada detalle. Vi la gran sonrisa de Camell y supe que ella estaba emocionada. Le encanta viajar, pensé, y me prometí que haría lo posible por mantener mi ansiedad bajo control, por ella.
Pero la idea de compartir un viaje con Jay me tenía más nerviosa de lo que quería admitir. Aunque sabía que no estaríamos solos, pues sería un evento de la agencia, la posibilidad de pasar más tiempo cerca de él me inquietaba. Tengo la sensación de que mi vida se volverá un caos a partir de ahora, pensé, mientras sentía cómo mis pensamientos se entrelazaban en un torbellino de emociones contradictorias.