Rodé sobre la cama una y otra vez, las almohadas tenían olor a él y eso hacía imposible que pudiera conciliar el sueño, mis mejillas estaban hinchadas y mis dedos tan fríos como un cubo de hielo.
Eran las nueve am, habían pasado dos semanas y cada día parecía dolerme más el pecho, mis dedos y mis manos estaban resintiendo el frio, el mismo que me provocaba su ausencia, acostumbrarme al ambiente húmedo de Alemania había sido cosa fácil, pues sus fuertes brazos me habían mantenido caliente, me había acostumbrado demasiado a su presencia.
—Señora—Me llamo Adelaida, levemente, tanto que casi fue imperceptible, se había empeñado estas dos semanas en sacarme de la cama—No puede pasar todo el tiempo en la cama, tiene que salir a tomar el sol.
—No quiero—Me cubrí más con el edredón— ¿Se ha marc
