Un Motivo para sonreír

3955 Words
- ¿Adónde se supone que va el señor? –es la interrogante que le hace Mariu parándose detrás de Karl- . Fastidiado de su presencia, decide ignorarla, pues para terminar discutiendo una vez más, como es el trato que normalmente se dan, prefiere hacer de cuenta que no está en ningún lado. Al principio del matrimonio la odiaba por prestarse a los juegos de los padres de ambos al obligarles a casarse, siendo aún tan jóvenes y sin amor. A estas alturas de la vida, por el transcurrir de los años donde no ha logrado sentir ni una pizca de cariño por ella, ya ni odio le tiene, simplemente dejó de existir para él. La considera como una pieza más de las colecciones falsas que le ha tocado aceptar como regalo. Por obra de sus padres, Karl año tras año ha vivido una vida de amargura, sin encontrar un sentido real para su vida. Ni siquiera por todo el poder que ha logrado alcanzar, el volumen incuantificable de bienes entre propiedades y dinero, y la posibilidad de acceder a cualquier mujer que le provoque, le ha dado una motivación real para despertar por las mañanas, bueno, los días en que está dormido al amanecer, ya que por llevar una vida tan triste, entre la depresión que normalmente siente y el deber de atender personalmente las responsabilidades, duerme muy pocas horas al día. Gracias a esa forma de vida, en los últimos años, le ha venido acompañando un pensamiento recurrente, y es que si no fuera por la responsabilidad tan grande que reposa sobre sus hombros, se dejaría matar por cualquiera de sus enemigos, o simplemente en cualquiera de esos viajes en avión, se dejaría caer al vacío en alta mar para dejar que los tiburones acaben con su miserable existencia. Tan sólo tenía diecinueve años, cuando por la ambición de ambos hombres, su padre y el de Mariu, queriendo ampliar su poderío decidieron unir a ambas familias, sin importar el daño que le hacían a ambos jóvenes; sobre todo a él, porque Mariu para aquel entonces, al ser ocho años mayor, tenía la capacidad suficiente de discernir las consecuencias de acceder a los caprichos de su padre. Por ellos, Karl asumió una vida que jamás hubiera querido para sí mismo ni para ninguna otra persona De solo recordar cómo sucedieron los hechos donde, fue llevado directamente a ser sometido a una cadena perpetua en libertad, sin poder evitarlo, Karl siente removerse el odio y la frustración dentro de él. Recuerda que a esa edad mantenía una vida tranquila, consciente de su destino y lugar que algún día debía asumir en la Organización Dimou, pero no era algo que le preocupara. Volviendo a ese día en que cambió su vida, en la mente resuenan los hechos como si sucedieran ahora mismo. Trece años atrás, estaba en su habitación leyendo un libro cuando fue abordado por uno de los guardias de seguridad de su padre, el potentado Alexander Dimou, diciéndole que él le esperaba en su despacho con urgencia. Fastidiado, bajó las escaleras para encontrárselo en compañía de su madre, Marina de Dimou, quien le miraba callada con su tranquilidad acostumbrada. - Prepara tu equipaje que en una hora salimos de viaje –le dijo su padre en aquella oportunidad con su tono autoritario habitual-. Sin responderle, Karl volteó sobre sus pies y subió a la habitación a hacer lo que le ordenó, pues como siempre viajaba con ellos, esa vez no vio nada malo venir. Apenas estuvo listo, bajó hasta la sala de estar a esperar que él y su madre le dieran la orden para abordar el automóvil hasta la pista de aterrizaje. En ese momento, pensaba que irían a uno de los tantos viajes que normalmente su padre hacía por su posición dentro de la Organización, era el líder y siempre andaba de un lugar a otro cuidando sus intereses. Su mayor sorpresa fue, que ese sería el día del comienzo del fin de sus sueños, hasta ese momento para él el lugar de destino era desconocido, pues poco le importaba el lugar adonde fueran, con tal de no mantenerme tanto tiempo encerrado en casa. Como vivían apartados de la civilización en una isla propiedad de su padre, era poco el entretenimiento que tenía y ya se conocía de memoria cada rincón de la isla. Para ese entonces, era un chico tranquilo, había terminado la secundaria, aún sin definir si quería continuar los estudios o no, total igual tenía asegurado un futuro millonario al ser el único heredero del legado Dimou, consistente en la posición como líder de la principal organización criminal de Grecia y dueño absoluto de todas las propiedades que su padre tiene distribuidas alrededor del mundo. El caso es, que fue trasladado a una isla en Italia donde los esperaba uno de los socios de su padre, Andreu Andres, en compañía de su esposa y sus dos hijas. Entrando a su rancho veraniego, Andreu fue directo hacia Karl, y sin este comprender aun el balde de agua que se le vendría encima, Andreu le abraza por los hombros para saludarlo y guiarlo hasta quedar parados al frente de una de sus dos hijas, la mayor, y como si fuese lo más natural gritó allí delante de todos los presentes: - Bienvenido a la familia yerno. Hoy se cumple un pacto de años. Hoy finalmente nuestros hijos se unen para completar el poder Andres-Dimou –grita al tiempo que aprieta el brazo que tiene sobre los hombros de Karl en señal de júbilo-. Karl sin entender aún que Andreu se estaba refiriendo a él, se mantuvo con la seriedad que normalmente le acompaña, nunca ha sido de mucho sonreír, volteó a ver a sus padres buscando una respuesta, para que le dijeran a qué se refería, encontrándose que ellos estaban tanto o más felices que el hombre que lo tenía bajo su agarre. La respuesta a su interrogante silente, no se hizo esperar, pues en seguida Andreu tomó a su hija con el otro brazo disponible y abrazándola le dijo a Karl: - Muchacho hoy comienza el primero de todos tus días hasta el día de tu muerte al lado de mi tesoro más preciado –regodeándose de un orgullo que a Karl, en cuestión de segundos, le causó dolor de cabeza, la abrazó al tiempo que buscando acercarlos, cerró sus brazos colocándolos uno frente al otro-. Karl sin tener forma ni manera de escapar de lo que parecía una pesadilla, viendo como sus padres celebraban la aberración más grande que a su edad había podido ver y vivir, esa misma noche se convirtió en el esposo de la mujer que contribuyó a hacerle odiar su propia existencia. Volviendo a su amargo presente, una vez que Karl terminó de aplicarse loción, a la vista de una Mariu que esperaba una respuesta a su pregunta, metió el móvil en el bolsillo de su pantalón, se puso los lentes oscuros, tomó su equipaje y salió apresurado de la habitación con la firme intención de no hablarle. Mientras se encaminaba a la puerta principal de la casa, pensaba que cualquier motivo era bueno para no tener que soportar su presencia. Si bien comparten el mismo techo, no hacen vida marital. De hecho, nunca han consumado el matrimonio. Karl prefiere morir reventado con tal de no tocarla. El simple hecho de considerarlo lo ve como una traición a sí mismo, sería como procurarle una victoria a la mujer que más ha repugnado en la vida. Para nadie dentro de su organización es un secreto que no la ama, que no la ha tocado nunca, que no le importa su suerte. Esta es la razón del odio desmedido de Mariu hacía todas las mujeres con las cuales ha estado bajo las sabanas. Tal es así que hubo una época en que le dio por mandarlas a desaparecer, mutilarlas o darles una reprimenda para que se alejaran de él, buscando llamar la atención de Karl y volteara a verla como su mujer. Al ver que nada de eso intimidaba a Karl ni lo hacía acercarse medianamente a su cama, mucho menos le daba esperanza de poder llegar a quererla, desistió del capricho de acabar con sus aventuras, cambiando por completo de actitud, decidió no hacer más nada para alejarlo de cuanta mujer prefería antes que ella, siempre y cuando se cerciorara que solo eran eso, una aventura, un juego para pasar el rato. Desde ese entonces convencida de su lugar en la vida de Karl, admitiendo que no había lugar a duda alguna de que no podrá lograr ocupar ni siquiera un mínimo espacio en el corazón ni en el que por ley le corresponde en la cama de su esposo, Mariu decida a no dejarlo ser feliz con otra, se mantiene alerta a que no aparezca alguna mujer a pretender ocupar ese pequeño espacio en su corazón que por años ni siquiera por fuerza de poder ella ha logrado pisar. Para Karl, hastiado de la vida y de las actitudes inmaduras de Mariu, su obsesión lo tiene sin cuidado, pues las mujeres a las que tiene acceso se han convertido solo en un instrumento para recrearse mientras que descarga sobre ellas todas las fuerzas de su instinto animal, son solo el depósito donde busca saciar esa necesidad fisiológica de aparearse con cualquier hembra con habilidades suficientes para satisfacerlo s****l y momentáneamente. Son mujeres hermosas físicamente hablando, provocadoras de las fantasías más alucinantes, pero sin ninguna motivación para lograr conmover el corazón del líder de la Organización Dimou. En trece años de matrimonio muchas han sido las mujeres que Karl ha tenido bajo su cuerpo, y todas han terminado pasando desapercibidas, ninguna es portadora de algún elemento distintivo, relevante, que le haga volcar su interés en ir detrás de alguna de ellas y probar nuevamente. Así como las toma, las olvida al minuto siguiente. Rememorando sobre todo ello, termina cayendo en la conclusión de siempre: que su vida es demasiado básica para ser un hombre con tanto poder entre sus manos, parece tenerlo todo, que nada le falta, y aun así, se siente inconforme con la vida, el vacío que siente en el alma no lo abandona. Metido en ese mundo, analizando y observando a todos en su entorno, ha podido comprender que es el común denominador de la gran mayoría, por no decir, todos. Solo que muy pocos se atreven a reconocer que no son felices, ni siquiera estando rodeados de tantas comodidades. Acostumbrado a sentirse de esa manera, bajo completa resignación a la vida que le ha tocado vivir, subió a su automóvil para tomar el camino, rumbo al aeropuerto de la isla donde decidió asentarse dos años después de haberse casado. Al frente del volante, sintiendo la brisa en su rostro y la paz que solo le aporta estar lejos de casa, Karl manejó sin prisa alguna seguido de una camioneta donde van sus guardaespaldas de confianza. Iba con tiempo suficiente, pues había acordado con su piloto, estar allí a las once de la mañana, apenas son las diez, el trayecto desde su casa hacia el aeropuerto es de apenas quince minutos, pero al no soportar a Mariu detrás de él hablándole sin parar, pese a que nunca le responde, prefirió salir temprano y esperar en el aeropuerto. Al llegar, entregó su automóvil a uno de los guardaespaldas que debía regresarse a casa, y en compañía de dos de ellos ingresó a la sala de espera, dando tiempo a que se hiciera la hora. - ¿Gusta tomar algo mientras espera señor? –le pregunta uno de sus guardaespaldas y empleado de mayor confianza que le acompaña-. - No Pearce, estoy bien así –le responde mirando a su alrededor desde la silla donde está sentado para luego enfocar la mirada en su Tablet-. Transcurrieron los minutos y por momentos vio pasar frente a él varias personas con paso apresurado hacia el andén de embarque. Cuando el área quedó despejada, desde su distancia vio como una chica de baja estatura parecía luchar con el peso de su equipaje, que por cierto a él le pareció que era algo grotesco para su contextura física; sin embargo, comprendiendo que es mujer, mentalmente se preguntó “¿qué no tendrá guardado allí que le impide movilizarlo?”. Movido por un gesto compasivo que no sabía que tenía, se vio caminando hacia ella y terminar ayudándola, pareció verla nerviosa e intimidada ante su presencia. Normalmente es así, suele tener ese efecto en las personas, sobre todo si no lo conocen. Karl es un hombre muy observador de los gestos de las personas y por experiencia sabe cuándo quien tenga al frente, está o no nervioso, y esa chica estuvo asustada el rato que permaneció a su lado. Al observarla hubo algo que le pareció familiar, más sin embargo al no poderlo traer al frente de sus recuerdos, dado que escapó de su presencia de inmediato como espantada, desechó buscar una forma de comparar esa familiaridad. Un tanto distraído por la impresión que le dejó la chica, no había visto que sus guardaespaldas le hacían señas desde hacía rato, hasta que determinó la seña que le hiciera Pearce, fue que entendió que ya el piloto estaba listo para partir, por lo que los tres se encaminaron al hangar donde está el avión a su espera. El vuelo duró alrededor de cuarenta y cinco minutos. En el aeropuerto de Atenas, ya los esperaba el jefe de seguridad de los escoltas que Karl mantiene allí, con dos vehículos, entre ellos el que le serviría para trasladarse hasta el pueblo donde nació y vivió hasta los dieciséis años, y que visitará hoy después de tantos años, por negocios y para resolver problemas familiares. Estando al mando del volante de su automóvil, como la mayor de las coincidencias, al bordear la fuente que está en la entrada del aeropuerto para tomar la autopista sin tener que adentrarse en el tráfico de esta hora en la ciudad de Atenas, a lo lejos su mirada volvió a ser atraída por la chica de baja estatura que ayudó en el aeropuerto, quien sentada en la parada de transporte se veía distante de lo que sucedía a su alrededor. Por lo que movido por una fuerza superior, que hasta ahora no logra descifrar, al parecer la misma que lo llevó a ayudarla en el aeropuerto, nuevamente la abordó, pero esta vez de manera intencionalmente invasiva hasta lograr tenerla a su lado, tal cual va sentada en el asiento del copiloto, totalmente callada, sin mover si quiera un musculo de su cuerpo, lo cual le permite confirmar nuevamente, que está nerviosa ante su presencia. - Relájate, no te haré nada –la ve moverse un poco- por lo menos nada que tu no consientas –le dice un Karl pícaro, bromista, y como acto seguido suelta una carcajada cuando la ve voltear abruptamente a mirarlo fijamente con los ojos casi fuera de su órbita-. Sin poder controlar la gracia que le causó la expresión de la chica, totalmente divertido, mientras espera ver que le dice con palabras en respuesta, vuelve la mirada al camino que tiene al frene, y se sorprende de su momentáneo estado de relajación, y aún más de la carcajada que la expresión del rostro de esa pequeña chica le hizo proferir sin poderla controlar. Si los que lo conocen y han compartido con él por años lo vieran, pudieran pensar que está bajo los efectos de alguna droga o es un gemelo suyo, pues el Karl Dimou, líder de la Organización Dimou, jamás en su vida, desde los diecinueve años hasta hace unos minutos, había encontrado un motivo para sonreír. Tal fue el efecto que le produjo ver el gesto de la pequeña extraña hacer en respuesta a su comentario, que por primera vez en muchos años se sintió diferente. Tanto que en reacción sacudió el cuerpo al sentir una corriente eléctrica transitar por su cuerpo. Pareció como si un baño de paz lo hubiese cobijado. - Tranquila solo estoy bromeando para ver si te relajas –le dice Karl aún divertido al ver que la chica no profiere palabra alguna- pareces como si te fueras a desmayar allí de lo tensa que vas –hace una pausa- mírame un momento por favor- le pide con el mismo tono de voz que empleó cuando se acercó a ella en el aeropuerto, al tiempo que se quita los lentes de sol- Lo que te dije es cierto, jamás te haría nada –le dice mirándola con intensidad a los ojos-. Como si de un virus se tratara, Adara sintió su cuerpo temblar con la conjunción de las últimas palabras, la mirada cargada de intensidad que le regaló y el tono de voz seductor, que intencional o no, le puso cierto toque de intimidad cambiándole el sentido a esas sencillas palabras. Karl por su parte vio el cuerpo de su acompañante reaccionar en seguida a sus palabras, por lo que buscando de calmar la tensión que por momentos se posó sobre ambos, bajó los vidrios de las ventanas delanteras para que la brisa de la autopista les permitiera liberar la sensación de encierro y ahogo que ambos parecieron sentir. - Cuéntame ¿Qué te trae a ese pueblo olvidado de Dios? Bueno si se puede saber –le pregunta buscando sacar un tema de conversación que les permita relajarse-. - Bueno yo visitaré a mis padres después de casi un año que no los veo -le contesta Adara luego de aclararse la garganta y humedecer sus labios en un gesto inconsciente pero normal en ella cuando algo la pone nerviosa-. - Disculpa mi intromisión, ¿un año no es mucho tiempo para dejar de ver a tus padres? -le pegunta Karl viendo lo diferente que es ella, parece una chica de familia tradicional, si fuera la familia de él entendería la distancia, pero por lo poco que puede percibir de esta chica parece que no es de las que esté por mucho tiempo alejada de sus padres-. - Problemas personales me impedían viajar y permitirles ir a visitarme -le responde Adara vacilante entre si responder con la verdad u omitir ciertos pasajes, total es un desconocido, que a fin de cuentas no ha de importarle las desgracias de su vida, por lo que respondió lo estrictamente necesario-. - Entiendo –le responde Karl tomando silencio, al sumergirse en sus pensamientos recordando la cantidad de problemas que tiene con su madre, propios de la personalidad autoritaria de ella y otros que ella heredó de su padre, quien hace dos años falleció en un atentado-. Al recordar tantas desdichas de su vida, con solo haber formulado una pregunta, decidió no seguir indagando en la vida de la chica para no terminar abriendo heridas que mínimamente amenazaban con rasgarse en sus respuestas, cuando la intención era conocer solamente un poco de la vida de ella, y que al final, sin ella saberlo, removió sentimientos que representaban las marcas que las acciones de sus padres dejaron tallados en su registro mental y en su corazón. - ¿Cuál es tu nombre? –esta vez es ella quien rompe de manera abrupta el silencio con su tono de voz suave y calmado-. - Karl pequeña, mi nombre es Karl Dimou ¿Y el tuyo? –le responde y pregunta animado de ver que finalmente ella decidió relajarse-. - Adara Indriago –le contesta con una tímida sonrisa-. - ¿Cuéntame con quien vives en Mikonos? ¿Con tus hermanos? ¿Algún familiar? –pregunta al tiempo que voltea a ver por el retrovisor-. - ¿Wow! Cuantas preguntas en una sola –dice con voz de sorpresa- ¿Cuál prefieres te responda? - La verdad solo quiero saber ¿Si vives con alguien? –simplifica la pregunta sin mayor formalidad, pues en su mundo y gracias a su poder, no está acostumbrado a irse por las ramas, es de los que va directo al asunto que le interesa-. - Vivo con algunos familiares –le miente por temor a confirmar que él no sea quien dice ser-. - Ohm está bien –le responde con duda pues no quedó convencido en su respuesta, sin embargo, es algo que no debería ser de importancia para él, apenas la está conociendo- ¿Cuánto tiempo permanecerás en el pueblo? - Contando el día de hoy cinco días laborales –responde mirando por la ventana-. Luego de ello, ambos guardaron silencio por el resto del viaje, metidos tan de lleno en sus pensamientos que solo momentáneamente, sin expresar palabra, cada uno voltea el rostro para ver al otro por largos minutos, observando los gestos que hacían en su labor reflexiva. - Adara ya llegamos a Parikia –Karl le alerta- dime, ¿dónde está ubicada la casa de tus padres? - Puedes dejarme aquí, ya no creo que me pierda y si la maleta no me responde creo que cualquiera me auxilia –le responde con timidez-. - Para que te auxilie otro, lo hago yo, yo te traje y yo mismo te llevo hasta la puerta de tu casa –le dice en su tono habitual de “esto es mio nadie más que yo lo toca”, que suele usar normalmente con todos los que se le acercan, solo que tarde se dio cuenta que esa chica no hace parte de su entorno y no merece que le hable de esa forma, sin embargo, algo le obliga a actuar de forma posesiva con ella desde que la vio en el aeropuerto-. - Está en la siguiente cuadra -le dice Adara nerviosa ante su forma de responderle-. - ¿Cuál de las cuatro? -Le pregunta parándose al frente de unas casas tipo colonial-. - Esa -le responde señalándola como si fuese una niña-. Sin darle tiempo a reaccionar, Karl en cuestión de segundos bajó del automóvil y dada la longitud de sus piernas, en un abrir y cerrar de ojos estaba parado con la puerta del copiloto abierta invitando a una Adara temblorosa a bajar apoyada de su mano, que al tocar la suya sintió fría, lo cual le pareció extraño ante el calor que se desprende del pavimento a esa hora de la tarde y lo directo de los rayos del sol caer sobre ambos. - Si tienes llaves abre y yo dejo la maleta en la entrada –le dice soltando su mano poco a poco-. Tal como le refirió al ver la puerta de la casa abierta dejó el equipaje de su acompañante a un lado de la puerta en la parte de adentro. Se paró al lado de su vehículo para dedicarse a mirar por última vez a esa chica que sin explicación alguna le intrigaba y al mismo tiempo lo motivaba a querer seguir compartiendo más en su compañía. - Señor –Pearce, su guardaespaldas, lo hace desviar la atención de su objetivo- tiene una llamada de la Isla, dicen que es urgente. Tomó el teléfono para contestar la llamada, no sin antes despedirse de la chica que extrañamente logró hacerle mantener su atención puesta en cada uno de sus gestos, cuando nunca al Karl poco atento y desinteresado de la vida de alguna persona, le ha interesado ver a una mujer por más del tiempo que requiera para descargar sus ganas dentro de ella. Sin pensarlo se inclinó y le dio un beso en la mejilla, para luego abordar su automóvil y perderse de la vista de Adara, que paralizada, se mantuvo por largo rato en la puerta de la casa de sus padres, gracias al gesto repentino de su recién desconocido y medianamente conocido acompañante.
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