Capítulo 2-2

2002 Words
Suspiró, claramente decepcionada. —Bien. Dax, Nave de Guerra Brekk, Sector 592, El Frente —Encuéntrale una compañera a este soldado y emparéjalo —bramó mi oficial superior, metiéndome dentro de la estación médica a bordo de la nave de guerra Brekk en el momento en el que las puertas de la sala se abrieron de par en par. Todo el personal se dio la vuelta mientras la estrepitosa orden retumbaba en las superficies sólidas y esterilizadas de las mesas de examinación médica y las lisas pantallas de vidrio que recubrían cada centímetro cuadrado de las paredes. A lo largo de su superficie brillante había a la vista un caudal interminable de información médica, bioanálisis y resultados de las pruebas de los pacientes. Un hombre con uniforme gris, usado por el personal médico auxiliar, dio un paso al frente. —Necesitaremos que programe una cita... —¡Ahora! —gritó el comandante Deek—. A menos que quieras tener a un berserker atlán en pleno ataque de furia asesina destrozando esta nave. El oficial médico pegó un salto y asintió con la cabeza mientras una doctora se apresuraba para hacerse cargo. Ella vestía el uniforme verde formal de todos los doctores de alto rango, pero era pequeña y delicada; no era lo suficientemente fuerte para detenerme si el desenfreno que sentía acumulándose dentro de mí estallaba. Contuve la furia en respeto a la pequeña mujer, sintiéndome agradecido de que el enorme doctor de Prillon que había advertido al otro lado de la estación médica no estuviese frente a mí ahora mismo. Mi reacción ante la mujer era reveladora. El comandante Deek tenía razón. Necesitaba una pareja para calmar a la bestia. No significaba que me gustara la idea. —Eso puede esperar —refunfuñé, sin el más mínimo deseo de ser el centro de atención. El grave estruendo de mi voz era otra prueba más de lo cerca que estaba de perder el control. Había sentido la necesidad de aparearme por semanas, y la había ignorado. Siempre había otra batalla, otra colonia del Enjambre que destruir. Tenía trabajo que hacer, y mi cuerpo ya no me permitía hacerlo. En vez de esto, mi m*****o y mi mente se habían puesto en sintonía para tener solo una necesidad: La necesidad de tener una compañera, de aparearme, de follar hasta que no pudiese ver con claridad. Necesitaba una compañera para que calmara a la bestia o la bestia me consumiría hasta que no quedase más de mí que un animal salvaje. Y ahora, todos los que estaban a bordo de esta nave sabrían lo mucho que necesitaba tener sexo. Aparearme o morir. Así era la vida para un hombre de Atlán. Éramos demasiado poderosos como para que nos permitieran ser salvajes. Si no conseguía a una compañera pronto, los otros guerreros atlanes se verían obligados a ejecutarme, tal y como debían hacerlo. Sabía todo esto, y aun así realmente había creído que podría mantener la fiebre a raya por unas semanas más. Para ese entonces estaría en casa. Mi servicio a la coalición habría finalizado. Sería libre de buscar a cualquier mujer en mi planeta natal. Sería un vencedor, buscado y solicitado por las mujeres más inteligentes, más hermosas y más deseadas. Tan solo si pudiese llegar a casa. —No tendría que espantar al personal si me hubieses contado que tu fiebre había comenzado —replicó, soltando mi hombro. —No veo qué tiene que ver con mi desempeño en la última redada. La tengo bajo control. —Te lanzaste directamente a nuestra línea de fuego y acabaste tú solo con un escuadrón completo de exploradores del Enjambre. Y a los dos últimos no les disparaste solamente. No, tu bestia exigió que arrancaras sus cabezas —se cruzó de brazos y frunció el ceño en mi dirección— No soy ningún comandante ignorante de Trión. Soy atlán. Conozco los síntomas, Dax. Tu bestia estaba a punto de dominarte. Ya es hora. Bajé la mirada y observé mis palmas. Era tan letal como cualquier otro atlán, excepto por el hecho de que ninguna fiebre se había apoderado de mí, jamás. Los atlanes eran temidos en el combate, tenían fama de ser fríos y calculadores, y muy poderosos. Ningún guerrero atlán —o al menos, ninguno que no tuviese la fiebre— eliminaría a un soldado del Enjambre —o a tres— solo con sus manos. Lo considerarían un uso ineficiente de energía. Pero hoy había puesto mis ojos sobre mis enemigos y tenido un impulso incontrolable... esta necesidad primitiva de partirlos en dos. Y así lo hice. Había advertido la intensidad de mi ira aumentando durante las últimas semanas, pero me había negado a creer que la fiebre fuese la razón de aquello. Ya era dos años mayor que la mayoría de los hombres que comenzaban a tener la fiebre, y simplemente había tratado de olvidar todo sobre esto. —Deberías estar agradeciéndome por el número de bajas de hoy, no emparejándome con un alienígena. Me empujó hacia la dirección que la doctora indicó, hacia otro m*****o del equipo que había preparado una estación de pruebas para mí. El comandante Deek le dio las gracias e hizo que me sentase sobre la silla en el momento en el que ella se retiró para atender a sus otros pacientes. —Te daré las gracias cuando tengas una pareja y sepa que no tendré que ejecutarte por haber perdido el control. —Entonces, su sonrisa burlona era tal como me la esperaba, tenía la satisfacción común de la victoria—. Admito que me dará pena que te vayas. El hombre que tuviera la fiebre era relevado inmediatamente de sus deberes y era enviado a Atlán para que reclamase a una compañera. Su período de servicio luchando contra el Enjambre había acabado. El nuevo trabajo de ese hombre sería procrear; aparearse con su nueva pareja, como la bestia que era, hasta que tuviese a su hijo. ¿Retirarme y formar una familia mientras hubiese colonias del Enjambre activas contras las cuales luchar? No. No tenía deseos de hacer eso. Pertenecía a las líneas de fuego de la guerra, arrancando las cabezas de mis enemigos y protegiendo a mi gente. No necesitaba a una compañera, ni deseaba tener descendientes. Estaba satisfecho con mi vida tal como era. Aquí era un guerrero con un propósito. ¿Qué haría con una compañera? ¿Seguirla como un jovenzuelo enamorado, acariciando mi polla y desperdiciando horas valiosas tratando de convencer a una mujer alienígena de que no me tuviese miedo ni a mí ni a mi bestia? ¿Cómo se supone que haría eso? Cuando un atlán se convertía en bestia, sus músculos tenían el doble de su tamaño normal, sus dientes se alargaban como colmillos, y perdía casi toda su habilidad de hablar. ¿Qué haría una mujer alienígena con un atlán en un ataque de furia? Necesitaba irme a casa y encontrar a una mujer de Atlán, una que no me temiese. Una mujer a la que no tuviese temor de partir en dos con mi gigantesco m*****o y mi necesidad de dominarla totalmente; de cubrirla con mi cuerpo y follarla hasta que perdiese el conocimiento. La resistencia enojaba a mi bestia, y en el calor de una fiebre de apareamiento cualquier clase de rebelión o desobediencia por parte de una mujer se castigaría con severidad. Una mujer atlán reaccionaría bien a mi necesidad de tener el control, se humedecería dándome la bienvenida cuando le gruñera y separara sus piernas para mi impaciente m*****o; sabría que su delicado cuerpo y su húmedo sexo me amansarían al final. Quizás incluso me permitiría dormir con mi cabeza sobre su suave muslo, como si fuese una almohada; con mi rostro junto al dulce aroma de su sexo mientras soñaba con follarla de nuevo. ¿Pero una mujer alienígena? ¿Qué estaría esperando? ¿A un hombre que soñara despierto, le escribiese cartas de amor y le diese resplandecientes regalos? No. En Atlán, sujetar las manos de una mujer sobre su cabeza y follarla contra la pared era una carta de amor. El regalo de un guerrero atlán para su esposa era atarla y lamer su sexo hasta que sus orgasmos la hicieran gritar y rogar para que él la follase. Mi polla se hinchó por las imágenes que tenía en la cabeza y cambié de posición, tratando de esconderle al comandante Deek mi condición. Le eché una ojeada a su rostro, a su ceja alzada, y reconocí la derrota. Fiebre. Simplemente no podía dejar de pensar en sexo. —Permíteme regresar a casa. Puedo encontrar a una compañera por mi cuenta —respondí, mientras me desplomaba en la silla de examinación. Era reclinable, así que me incliné hacia atrás, me crucé de brazos y miré hacia el techo de metal apretando la quijada. —No tienes tiempo para un cortejo formal en Atlán. Podría tardar meses. —Se sentó en un taburete cerca del borde de la mesa y me miró a los ojos—. Estarás muerto en una semana si no consigues una compañera. No tienes tiempo para cortejar y conquistar a una mujer atlán de élite, y podrías estar en el primer puesto de la lista para conseguir una compañera. Está claro que tu fiebre te da un puesto y una urgencia especial. Lo miré con incredulidad, enarcando una ceja. —¿Cortejar y conquistar? ¿Y quién ha dicho algo de una mujer de élite? A estas alturas me conformaría con una prostituta en la franja exterior mientras que su piel fuese suave y su coño húmedo. Rodó los ojos. Ningún guerrero regresaba a Atlán para conseguir otra cosa que no fuese una mujer de élite. Los hombres guerreros eran valiosas posesiones en Atlán; adinerados, influyentes y respetados. Las mujeres solteras, y sus padres, esperarían de mi parte un ritual de cortejo completo si regresaba a casa ahora mismo. Era comandante de las fuerzas terrestres, un señor de la guerra encargado de más de mil fuerzas de infantería y escuadrones de asalto. No era un soldado en su primer año regresando a casa con nada en las manos. El Senado de Atlán me homenajearía tras mi regreso con riqueza, propiedades y un título. El comandante Deek estaba en lo cierto. Incluso si lograba transportarme a casa hoy, no aprobarían mi emparejamiento en meses. No tenía tiempo para las formalidades. No tenía tiempo para enamorar y cortejar a una delicada mujer de Atlán. Necesitaba algo rápido y obsceno. Necesitaba una mujer a la que pudiese montar y follar y dominar ahora mismo, una mujer que me salvara del borde del precipicio. Una mujer suave, serena, delicada y fértil, tal y como lo eran las mujeres en Atlán. Una mujer que pudiese acariciar mi bestia y calmar mi furia. Me dio un leve golpe sobre el hombro cuando notó que ya no le prestaba atención. —Escucha, Dax. Solo tomarás a una compañera una vez, y necesitas hacerlo bien. Incluso si estás emparejado con una alienígena. La idea de que en realidad me gustase una compañera, una compañera extraterrestre, era muy improbable. Pero no necesitaba enamorarme. Solo necesitaba follarla. Bueno, no follarla solamente, sino tener una conexión con ella para satisfacer el hambre de contacto que mi bestia tenía; el hambre por las sedantes caricias de las manos de una mujer en mi cuerpo. Debería ser lo suficientemente simple. —De acuerdo. Hazlo —dije, decidido. Las esposas se elevaron y se cerraron alrededor de mis muñecas, inmovilizándome. La bestia que tenía en mi interior se enfureció al verse atada, pero permanecí en control. Por poco. Sabía que esta era la manera más rápida de solicitar una compañera, y me concentré en ese hecho por encima de todo lo demás hasta que la bestia se calmó; alerta, pero dispuesto a esperar. El oficial médico adhirió sondas a mis sienes y comenzó a presionar todo tipo de botones en la pantalla que estaba sobre la pared, detrás de mi cabeza. Lo ignoré por completo. No quería un análisis paso por paso ni una explicación. Quería que terminara. —No sentirá ningún tipo de dolor durante la prueba, guerrero Dax —dijo el médico, mirando la pantalla y no a mí—. La unión toma varios factores en cuenta, incluyendo la compatibilidad física, personalidad, apariencia, necesidades sexuales, fantasías reprimidas, deseo s****l, probabilidad genética de producir descendencia viable...
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