—Comienza, basta de cháchara.
El hombre cerró la boca. El comandante Deek podía estar a cargo del batallón de Atlán, pero yo era un líder por derecho propio, y todos lo sabían. Incluyendo, al parecer, aquellos que estaban en la estación médica.
El hombre enfocó su mirada en el comandante Deek, quien asintió rígidamente.
—Muy bien. Cierre sus ojos...
Abrí los ojos para descubrir al comandante Deek cerniéndose sobre mí. En su rostro severo se reflejaba un ceño fruncido, y me pregunté qué tan próximo estaría a tener su fiebre de apareamiento.
—Quizás deberías ser quien esté en esa mesa.
—No —gruñó, mirando al oficial médico que estaba de pie detrás de mí—. ¿Ya se ha hecho la unión? ¿O tendré que enviar al guerrero Dax a casa en el siguiente transporte?
Parpadeé un par de veces, tratando de recordar qué demonios me había sucedido. No recordaba mucho, aparte de los gritos desesperados de una mujer y el éxtasis de enterrar mi m*****o muy dentro de un cálido y húmedo...
—Ya ha acabado. La unión está hecha.
La voz provenía de detrás de mi espalda, y no necesité girar la cabeza para saber que era el mismo médico que me había irritado antes al hablar demasiado. Pero esta vez necesitaba una explicación.
—¿Estás seguro de que has completado la prueba? —ladré—. No recuerdo nada.
Nada había sucedido, aunque ahora tenía unos recuerdos vagos en lo más profundo de mi mente y una polla terriblemente dura esforzándose por escapar de mis pantalones blindados. Me habían sacado del campo de batalla para traerme a la unidad médica, y el rígido revestimiento de la armadura hacía que mi erección fuese increíblemente dolorosa. Con mis manos inmovilizadas, no era como si tuviese, al menos, la oportunidad de mover mi maldito m*****o a una posición menos agonizante.
El médico dio un paso al frente para pararse cerca de mi cadera, en donde podía verlo. Su voz sonaba vagamente monótona y rutinaria.
—Lo hemos inducido a una secuencia de trance. ¿Recuerda algo?
—No demasiado. Sombras. Los recuerdos son vagos —cerré mis ojos.
Recordaba estar sujetando a una mujer, sus gemidos de placer, las intensas embestidas con mis caderas mientras la bestia tomaba lo que le pertenecía.
—¿Sombras? ¿Es por eso que tu polla está más dura que mi pistola de iones? —comentó el comandante.
—La mayoría de los hombres no recuerdan mucho de la data de procesamiento. Sus altos niveles de violencia durante el apareamiento ritual suelen opacar la experiencia.
Traté de procesar lo que no estaba diciendo.
—¿Y las mujeres? ¿Pasan por el mismo proceso?
Asintió de forma entusiasta mientras retiraba un sensor de mi sien.
—Ah, sí. Pero las novias suelen recordarlo todo —se aclaró la garganta—. Hasta el más mínimo detalle sensorial.
El comandante Deek rio.
—Así que los hombres follan y se van, y las mujeres recuerdan cada detalle por siempre para poder usarlo en nuestra contra. —Me dio una palmada en el hombro, con fuerza—. Suena bien para una novia.
—Es un resultado consistente de esta prueba —comentó el hombre—, no una evaluación de las mujeres en general.
Cerré mis ojos y suspiré, ignorando el palpitante pulso de deseo en mi m*****o. Si viese a mi compañera en este instante, y supiera que era mía, me bajaría de esta mesa, le arrancaría la ropa y la atravesaría mientras la inmovilizo debajo de mí en este duro piso; hasta que tenga tantos orgasmos que me ruegue para que me detenga.
Imaginé su perfecto culo desnudo, su sexo resplandeciente con mi semen mientras se alejaba arrastrándose, sus muslos suaves y redondeados, pálidos en comparación con el relajante color verde oscuro del ala médica. La dejaría arrastrarse un poco, haciéndola pensar que había terminado con ella y entonces la tomaría, la tumbaría sobre su espalda, colocaría sus piernas sobre mis hombros y la follaría otra vez, con mi pulgar sobre su clítoris, mientras hacía que gritara mi nombre. Para cualquier persona que no viniese de Atlán esto sonaría brutal, pero le dábamos a nuestras parejas lo que necesitaban; y necesitaban saber a quién le pertenecían.
Mi m*****o palpitó y gruñí, impaciente por encontrarla, por follarla. Ahora que sabía que existía y que estaba lista para mí, la bestia forcejeaba aún más para ser liberada, para tomar lo que era suyo.
Estaba más cerca del filo de lo que creía. Con un acto supremo de voluntad frené mi necesidad y me concentré en la conversación que tomaba lugar cerca de mí, mientras el doctor le hablaba al comandante Deek.
—...A menudo es un signo de... compatibilidad antes de que el transporte de la novia se inicie.
—Iniciad con el transporte, entonces —gruñí—. Estoy listo.
El asistente del doctor se sobresaltó y comenzó a trabajar con una pantalla que estaba cerca de mis pies, su mirada se movía frenéticamente de un punto al otro mientras sus dedos se deslizaban rápidamente por todos los controles.
—Oh, esto... sí. Bueno.
Ladeé mi cabeza y lo observé. Era un guerrero grande, no del tamaño de un atlán ni de un soldado de Prillon, pero tampoco era pequeño. Había sido demasiado parlanchín, tal como la mayor parte del equipo médico solía serlo; pero no estaba hablando ahora, estaba aturdido por algún motivo. Aquí estaba yo, atado a esta mesa, dividido entre mi necesidad de follar a mi compañera y hacer pedazos a otro soldado del Enjambre mientras él tocaba los controles torpemente, como si jamás los hubiese usado antes. Su ineptitud no me facilitaba el mantener el control.
—Déjeme buscar a la doctora.
El hombre salió corriendo antes de que alguno de nosotros pudiéramos decirle algo. Regresó en unos segundos con la pequeña doctora; el estándar color verde oscuro resaltaba sus exuberantes curvas, contrario al color gris del asistente. Pero ya no podía hacer nada para respetar sus conocimientos o su experiencia, o el hecho de que probablemente me superaba en rango. Solo veía a una mujer que necesitaba que la follasen.
—Soy la doctora Rone. Acaban de comentarme que, aunque su unión ha sido realizada, hay una pequeña complicación.
Cerré los puños y luché contra las apretadas correas mientras la bestia estaba hecha una furia, disgustada con las noticias.
—¿Cuál es esa complicación? —Mi voz sonaba atropellada y cortante.
La doctora se aclaró la garganta y bajó la mirada para ver un flujo de datos que aparecían en la tableta portable que tenía entre manos.
—Dax, señor de la guerra, su pareja asignada es una mujer humana de un planeta llamado Tierra. Su nombre es Sarah Mills. Tiene veintisiete años, es fértil y cumple con todos los requisitos del procesamiento de novias de la coalición, menos con uno.
Sarah Mills. Sarah Mills era mía. Miré la parte trasera de la tableta, ansioso por echarle un vistazo a mi compañera.
—Me gustaría ver su apariencia.
La doctora se encogió de hombros, como si fuese irrelevante para ella, y extendió la tableta para que pudiese ver a la belleza de cabellos oscuros que me observaba desde la pantalla. Era deslumbrante y elegante, con facciones delicadas, cejas arqueadas y una mandíbula marcada mucho más refinada que la de las mujeres de Atlán. Su largo cabello oscuro tenía ondas y caía justo debajo de sus hombros. Su boca rosada lucía lista para ser besada... o follada. Mi m*****o se endureció mientras me imaginaba dentro de su boca. Estaba a punto de correrme allí mismo, en la mesa de examinación. La imagen de sus ojos, intensos y oscuros, hacía que mi fiebre fuese mucho más difícil de controlar. Era mía, y la quería ahora. En este maldito momento.
—¿En dónde está?
La doctora evitó mi mirada y dio un paso atrás, sosteniendo su tableta en actitud protectora alrededor de su cintura mientras miraba al comandante Deek, buscando permiso para hablar.
“¿Qué demonios sucedía con mi compañera?”.
—¿En… Dónde…Está? —bramé la pregunta, y todos los rostros en la estación médica se volvieron hacia nosotros con curiosidad.
Me tensé mientras el doctor de Prillon se dirigía hacia nosotros, preparado para luchar conmigo si era necesario. Mi pequeña doctora lo alejó, aparentemente segura de que no ocasionaría ningún daño, a pesar de que estaba listo para destrozar esta nave si no me respondía.
El comandante Deek se frotó los ojos y negó con la cabeza. Los dos sabíamos que esto no sería bueno.
—Será mejor que nos lo diga, doctora.
La pequeña doctora mantuvo la compostura, lo cual era sorprendente, pues mi ira y frustración estaban activando las alarmas en la pared que sostenía el equipo de seguimiento biológico.
—Me temo que ha sido reasignada... A una unidad de combate.