Capítulo 1

1695 Words
CAPÍTULO 1 GIO Giovanni Detta escrutó las crudas fotografías de Gina, Jocelyn y Mary Rossi: su selección de posibles esposas. Le quedaba menos de un mes para ponerle un anillo en el dedo a alguna de ellas. Ninguna tenía r************* , así que sólo contaba con un puñado de fotos que había podido encontrar en aquel espacio de tiempo tan limitado. Teniendo en cuenta la línea de trabajo de su patriarca, Antonio Rossi ―blanquear dinero para la Mafia, entre otras cosas―, tenía sentido que no quisieran que sus fotografías estuviesen repartidas por Internet. ―Sigo sin creer que hayas accedido a esto ―comentó su hermano Vince desde el sofá, al otro lado del escritorio. Vince creía fervientemente que la variedad era la sal de la vida. Ser el copropietario de un club de alterne, donde compartía mujeres con su socio, lo había convertido en un peor casanova de lo que ya era de fábrica. Vince no concebía el hecho de estar atado a una sola mujer durante el resto de su vida. O, por exigencia de Antonio Rossi, durante al menos dos años, en el caso de Gio. Pero aquel había sido el trato. Permanecer casado con una Rossi durante ese tiempo a cambio de Rossi Enterprises, un activo crucial en sus planes para vengar el asesinato de sus padres. Por supuesto, tal como iban los negocios de Rossi, al viejo no le quedaba más remedio que confiarle a Gio su legado en vez de perderlo a la fuerza, pero Gio no podía permitirse el lujo de que el trato se torciese. Puede que Rossi se hubiese puesto en contacto con él primero, ya que había sido amigo de su padre, pero, a fin de cuentas, los negocios eran los negocios. Si le llegaba una oferta mejor, el hombre no dudaría en entregar a una de sus nietas al mejor postor. Se recostó en la silla. ―Sí, bueno, pues lo he hecho. Así que ayúdame a elegir una esposa para que podamos seguir con nuestro plan. ―Compartir su apellido con una Rossi era sólo el medio para llegar a un fin. ―Yo lo único que digo es que sólo tienes treinta años, por Dios ―prosiguió Vince―. Eres demasiado joven como para atarte a una sola mujer. Deberías estar viviendo la vida durante diez años más por lo menos. ―Lo dice el vividor más grande de toda la costa oeste. ―Se mofó Jackson. Vince le hizo un corte de mangas, lo cual consiguió que su hermano más joven, que estaba sentado en la esquina del escritorio, sonriera. ―Tengo cuatro semanas como mucho antes de que la empresa se ponga a la venta al público. ―Que era la razón por la que tenía que elegir una esposa en tan poco tiempo. Miró a Jackson, el más listo de ellos. El abogado con cerebro que nunca se olvidaba de nada―. Cuéntame, Jax. Jackson se inclinó sobre el escritorio y señaló la primera foto. ―Esta es Gina Rossi. Veintitrés años. Actualmente trabaja como diseñadora de interiores. Aunque «trabajar» puede ser un poco exagerado. Según su declaración de la renta, sólo lleva a cabo uno o dos trabajos al año. Se pasa la mayor parte del tiempo gastándose el dinero de Antonio. Señaló la segunda foto. La chica llevaba una chaqueta de cuero y vaqueros. La mitad de su rostro estaba oscurecida gracias a una gorra de béisbol. ―Esta es Jocelyn. Se graduó como la primera de su clase. Escribió la tesis sobre programación de software y… ―Esa no ―replicó Gio, descartando la fotografía. Necesitaba una esposa a la que le gustara pasarse los días comprando y yendo a la peluquería. Una que no hiciera preguntas y lo dejara en paz, joder. ―¿Por qué no? ―dijo Jax, sonriendo con sufi-ciencia―. ¿No quieres una mujer con cerebro? ―¿Para qué necesita un cerebro? ―terció Vince guiñando un ojo. ―Joder, sois ambos unos misóginos. Ya compadezco a vuestras futuras mujeres. Vince resopló. ―No creas que no sé lo que significa esa palabreja, señorito de Harvard. Yo amo a las mujeres, no las odio, así que ese término no me describe. ―Ya tenemos a un cerebrito repelente en la familia, Jax. Contigo tenemos más que suficiente. ―Las mujeres inteligentes son lo peor ―apostilló Vince―. Además, las otras dos son más atractivas. Jackson les dedicó una mirada de asco y señaló la última fotografía. ―Lo cual nos lleva a la más joven, Mary. Veinte años. Es estudiante de arte y, según la información que he podido recabar hasta ahora, es tan dulce y virginal como su nombre. La chica era guapa, tuvo que admitir Gio, pero tenía pinta de romperse después de habérsela follado una vez. Aparte, a él no le iba la dulzura, aunque las apariencias podían ser engañosas. Su actual amante también tenía carita de ángel, pero era un demonio en la cama. Tal y como a él le gustaba. ―¿Y la cuarta nieta? ―Había investigado a todos los que tenían lazos con sus padres. Durante los últimos años, ese había sido su único objetivo. Eso y cerciorarse de que su familia siguiera a salvo. ―Carmen está casada, así que no incluí una foto de ella. ―¿Casada con quién? ―Antonio Rossi no era de aquella clase de hombre que entregaría a sus nietas a cualquiera. Por lo que recordaba, había criado a sus nietas prácticamente él solo. Lo que significaba que, como era su única figura paternal, Antonio tenía voz y voto en qué yerno sería un buen activo para su familia. Aquello explicaba por qué había acudido a Gio con ese trato. Tenía suerte de que Gio llevara vigilando su empresa durante un tiempo; no obstante, se debía a otros propósitos muy distintos a los que Rossi sospechaba. Jackson profirió un sonido burlón. ―La pobre chica está casada con Franco «el Toro» Caruso. ―Mierda. ―Vince negó con la cabeza―. Si está casada con ese imbécil, probablemente ya no quede nada de ella. Gio sabía que había rencillas pendientes entre Vince y el heredero Caruso. Su hermano podía no ser un santo ―de hecho, nada más lejos―, pero no abusaba de las mujeres. Franco Caruso era conocido por sus gustos sádicos. Desde que encerraron en la cárcel a la mitad de su familia, se decía que se ensañaba con sus mujeres. Algunos hombres simplemente no querían enfrentarse a la realidad de que los días gloriosos de la mafia italiana se habían acabado. Al igual que con cualquier otro negocio, había que ser flexible, adaptarse a los planes que el futuro pudiera deparar. Hoy en día, eso significaba mantenerse dentro de la legalidad; al menos, de puertas para afuera. Después de que asesinaran al padre y al hermano de Franco en la cárcel, cada día que pasaba se volvía más evidente que no tenía lo necesario para hacerse cargo de lo que quedaba del negocio familiar. ―Supongo que podemos descartarla. ―Lo cual te deja con una elección de lo más fácil ―afirmó Vince. Ojalá fuese tan sencillo. Toda decisión que tomaba era con un propósito. Todas las piezas sobre el tablero de ajedrez, a su vez, tenían su finalidad. Quería a la mujer más cercana al viejo, detalle que descubriría esa noche, durante la cena. Todos los hombres tenían un ojito derecho, y Antonio Rossi, también. ―¿Cuál es la favorita de Antonio? ―No creo que tenga ninguna ―respondió Jackson, examinando las fotografías―. Antonio está muy chapado a la antigua, lo cual implica que prefiere a un varón como heredero antes que a una mujer. Tiene dos hijos, Petro y Marco, y una hija, Gabriella. Petro, el mayor, está muerto. Y es el padre de Carmen y Jocelyn. El otro hijo, Marco, se marchó a Europa después de un accidente de caza que lo dejó ciego de un ojo. Es un seductor, y está viviendo a lo grande en algún lugar de Mónaco. Su hija, la madre de Mary y Gina, vive en el sur de Francia con su tercer marido. Antonio está desesperado por conseguir un heredero fuerte, alguien con el cerebro y el músculo necesarios para dirigir su enorme negocio, que se ha visto perjudicado desde la crisis. Podría haber accedido a la cantidad que le ofreciste, pero supongo que quería dejarle Rossi Enterprises a alguien sangre de su sangre. Antonio Rossi fue quien le presentó a su padre la que sería más tarde su madre. Obviamente, sus días de celestina no habían terminado. Al ser el mayor de los cuatro hermanos, Gio era el que mejor recordaba a sus padres. Giacomo Detta, el sicario de la Mafia, había sido una bestia en lo que a su trabajo se refería, pero también fue un hombre familiar y tradicional que había venerado a su esposa. En cuanto ponía un pie en casa, la expresión fría de su rostro desaparecía y se convertía en un marido complaciente. Le había contado una vez a Gio que casarse con su madre había sido la mejor decisión que hubiese tomado nunca. Según él, cuando miró a su futura mujer por primera vez, simplemente lo supo. También estaba convencido de que todo hombre que valiese la pena necesitaba a una mujer fuerte. «Cuida de tu mujer y ella cuidará de ti» había sido el credo de su padre. Proteger y mantener. Dos palabras por las que su padre se había regido toda su vida. Por desgracia, ahora su padre estaba muerto. Ya no podía darle ningún otro consejo vital. Su preciosa madre nunca podría bailar con sus hijos en el día de sus respectivas bodas. Nunca llegaría a sostener a sus nietos en brazos. Nadie se llegó a adjudicar nunca la muerte de Giacomo Detta, lo cual era extraño. Matar al sicario del jefe de la Mafia era como cortarle su brazo derecho. Algo de lo que presumir, un rito de iniciación en aquellos círculos. Por esa razón nunca creyeron que su padre fuese sólo una víctima más en una guerra familiar. Sobre todo, porque aquella misma noche su madre también fue asesinada. Encontrar al asesino de sus padres siempre había sido su objetivo final. Les había llevado más de una década encontrar al responsable, y años para reunir los medios para hacer pagar a Oscar «el Navaja» Bianchi. Hacía un año, Bianchi había sido intocable. Pero ya no. Poco a poco habían ido socavando los activos de ese cabrón hasta que ya prácticamente había tocado fondo. Casarse con una Rossi y ganar el control de Rossi Enterprises era el último paso.
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