EL MILLONARIO SOLITARIO

771 Words
Capítulo 1 – El millonario solitario La ciudad nunca dormía. Sus luces, sus autos y el murmullo constante de pasos parecían formar una sinfonía interminable que Alejandro Montenegro conocía demasiado bien. Desde la ventana de su oficina en el piso cuarenta y cinco de la torre más alta de la avenida principal, observaba el movimiento como si fuera un espectador de un teatro al que nunca pertenecía. Tenía treinta y tres años, dueño de un emporio empresarial que abarcaba desde hoteles de lujo hasta inversiones tecnológicas. En las revistas de negocios lo llamaban “el joven magnate que convirtió todo en oro”. Su rostro aparecía en las portadas con titulares que hablaban de éxito, poder y fortuna. Pero Alejandro sabía que todo eso era solo una máscara, una coraza brillante para esconder lo que llevaba dentro: un vacío que ni el dinero ni los logros podían llenar. —Señor Montenegro, la reunión con los accionistas está lista —dijo Laura, su asistente, entrando con una carpeta en mano. Él asintió sin apartar la mirada de la ventana. —Diles que empiecen sin mí. Laura lo observó con un dejo de sorpresa, pero no insistió. Estaba acostumbrada a esos silencios prolongados y a esa expresión de nostalgia que él cargaba en los ojos. Alejandro suspiró y se recostó en el sillón de cuero. A su alrededor, la oficina era un símbolo de poder: estantes con premios, cuadros de artistas reconocidos, una biblioteca de ediciones raras. Sin embargo, cada objeto era tan frío como las paredes de mármol. No había fotos familiares, ni rastros de alguien cercano. Su vida era un espacio perfectamente ordenado, pero desprovisto de calor humano. Por las noches, cuando las reuniones y las llamadas terminaban, el silencio se volvía insoportable. No había nadie esperándolo en casa, nadie que le preguntara cómo estuvo su día. Sus relaciones pasadas habían sido superficiales, todas teñidas por el interés en su dinero o su apellido. A veces se preguntaba si alguien lo había querido de verdad alguna vez. Recordaba a su madre, una mujer de salud frágil que había muerto cuando él apenas era un adolescente. Su padre, un hombre rígido, lo había criado con la idea de que el amor era una distracción y que la vida debía girar únicamente en torno al poder. Alejandro había seguido ese mandato con disciplina, pero al llegar a la cima descubrió que la soledad era el precio más alto. Aquella noche, después de la reunión que no asistió, decidió salir. Condujo su automóvil deportivo por las avenidas iluminadas, sin rumbo definido. A menudo lo hacía: manejar sin destino, solo para escapar de la presión de su propio mundo. Pasó por barrios de lujo, luego por zonas más modestas, y finalmente por calles oscuras donde la ciudad mostraba su lado más crudo. En una esquina, notó algo que lo hizo frenar. Una figura femenina estaba encogida junto a una pared, cubriéndose con un abrigo viejo. Su rostro apenas se distinguía bajo la luz mortecina de un farol, pero había algo en su postura que llamó su atención: no era el típico gesto derrotado de alguien rendido, sino una mezcla de resistencia y vulnerabilidad. Alejandro la observó por unos segundos desde el auto. No entendía por qué no podía apartar la mirada. Era solo una mujer más de las tantas que la sociedad había olvidado en sus calles. Sin embargo, algo en ella despertó una chispa en su interior, un interés que no supo explicar. Apretó el volante, indeciso. Podría seguir su camino y olvidar esa imagen, como hacía siempre con las escenas de pobreza que encontraba en sus recorridos. Pero por primera vez, no pudo hacerlo. Sintió que esa desconocida llevaba consigo una historia que debía descubrir. Encendió un cigarro, miró una vez más hacia la mujer y finalmente arrancó el auto, alejándose. Sin embargo, la silueta de ella quedó grabada en su mente como una sombra imposible de borrar. Al llegar a su mansión en las afueras de la ciudad, un lugar inmenso con jardines iluminados y paredes de cristal, Alejandro se dejó caer en el sofá. El eco de su soledad lo envolvió de nuevo. Recordó a la mujer, su mirada baja, sus manos frías tratando de cubrirse. Esa noche apenas pudo dormir. Cerraba los ojos y volvía a verla, inmóvil bajo la lluvia tenue que empezaba a caer en la ciudad. Y aunque intentó convencerse de que no tenía sentido pensar en alguien desconocido, algo dentro de él ya había empezado a cambiar. Por primera vez en muchos años, Alejandro Montenegro sintió curiosidad por una vida que no era la suya.
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