Capítulo 1

2048 Words
Amaia —ESTE ES EL PARAÍSO de una chica soltera. —No —hago una mueca, limpiando la salsa de queso derramada en mi camiseta—. El paraíso sería una isla tropical con un chico de cabaña atractivo a mi disposición… y una provisión interminable de mojitos. Dalia suelta una carcajada, apenas audible por el caos de la cocina. Chefs gritando órdenes, organizadores de eventos en pánico, platos cayendo al suelo: el mundo del catering es un esfuerzo ruidoso. Me hago a un lado para dejar pasar a Isaac, un compañero camarero y el atractivo amigo con derechos de Dalia, que se apresura hacia el salón de baile a pocos metros. Es alto, con una melena llena de rizos oscuros y una risa que te hace sonreír sin querer. Dalia está loca por mantenerlo a distancia, pero así es ella. Él tiene poco dinero; ella, poco interés. —Los chicos de cabaña pueden tener cuerpos atractivos y virilidad, Amaia, pero carecen de dos cualidades muy importantes: fama y fortuna. —Entonces, ¿lo que dices es que prefieres un pene flácido a uno duro? Interesante —respondo, poniendo los ojos en blanco y arrojando el trapo empapado de salsa al cesto de la ropa sucia. —No, no es eso, lista. Lo que digo es que prefiero una cuenta bancaria sólida antes que un pene sólido. Piénsalo: con todo ese dinero, podría no tocarme nunca y no me importaría. —Si ese es el caso —replico, tomando otra bandeja de bebidas—, hay un montón de oportunidades ahí fuera para no ser tocada. Me río del brillo soñador en su rostro, en parte porque es hilarante y en parte porque sé que no bromea. Dalia y yo nos parecemos mucho. Ambas venimos de orígenes humildes y Luxor Foods es nuestro segundo trabajo. No hay duda de que ambas preferiríamos no estar aquí, porque servir a ricachonas puede ser una experiencia muy humillante. Pero también son las mejores fiestas para trabajar, porque dan propinas. Muy buenas. Claro, la mayoría de las veces es para sentirse superiores, pero lo aceptamos. Es dinero en nuestros bolsillos, y si ellas se sienten bien en el proceso, pues qué bueno. Dicho esto, Dalia tomó este trabajo para costearse manicuras, pedicuras y extensiones de pestañas. Yo lo hago para cuidar de mi hijo, Frederick. El primer trabajo de Dalia es en un salón de belleza y sus metas profesionales incluyen casarse con alguien de alto rango. Yo, por otro lado, trabajo en el restaurante Hillary’s House durante el día y estudio periodismo con la esperanza de algún día escribir artículos que inspiren a alguien. —Hablando de tocar —dice ella, con los ojos brillando—, ¿viste al alcalde Campbell? —Me encanta cómo hiciste la transición a eso —río. —Es una comparación lineal. Dime que tocar no es lo primero que se te viene a la mente cuando piensas en él, y te llamaré mentirosa. Por supuesto que es cierto. Es lo primero que se me ocurre… y tal vez lo segundo y lo tercero también. Los pensamientos sobre el recientemente nombrado Soltero Más Codiciado me convierten en un desastre de suspiros. El cabello castaño claro y espeso de Tristan Campbell, que siempre parece perfectamente peinado, su sonrisa amplia y amistosa que te hace sentir que podrías contarle tus secretos más oscuros sin ser juzgada, su piel bronceada, su cuerpo firme, sus hombros anchos… la lista sigue. Pero todo lleva, como Dalia señaló tan francamente, a imaginarlo desnudo, luciendo solo su carismática sonrisa. Me estremezco al pensarlo. —¿Ves? —sonríe, moviendo el dedo frente a mi cara—. Comparación lineal. —Te lo concedo. Es increíblemente atractivo. —¿Has tenido la oportunidad de acercarte a él? ¿De respirarlo? —¿Respirarlo? —Mi risa llama la atención de nuestro jefe, el señor Sanders. Gira su cuerpo corpulento hacia nosotras, indicándonos que es mejor que nos pongamos a trabajar. —No lo he hecho —digo, volviéndome hacia Dalia—. Aunque he estado cerca de hombres como Campbell antes… bueno, no exactamente como él, pero lo más parecido que un mortal puede ser, no creo que pudiera manejarlo, Dalia. Me aturde el cerebro. Probablemente tropezaría y le derramaría las bebidas en el regazo. Y entonces ambos estaríamos mojados. Ella toma una bandeja de la mesa y le lanza un guiño a Isaac mientras regresa. —Valdría totalmente la pena si juegas bien tus cartas. Podrías incluso pasar tus manos por su cabello y tal vez lamer su mandíbula con barba incipiente. Un beso probablemente sería demasiado, pero sus raíces sureñas evitarían que armara un escándalo y pidiera seguridad. —¿Lo has pensado bien, verdad? —pregunto, fingiendo horror. —Claro que sí, y también todas las demás mujeres aquí. Demonios, probablemente la mitad de los hombres también —ríe—. En mi fantasía, él me mira con esos ojos verdes esmeralda y se inclina y… —¡Señoras! ¡A trabajar! Suspiramos mientras el señor Sanders pasa como un torbellino. Es un hombre gordo, calvo y temperamental, pero dueño de la mejor empresa de catering de todo Georgia. Así que lo soportamos. Apenas. Dalia me da un empujón con la cadera. —En serio. Deja de ser tan santurrona y sal ahí a atrapar a un hombre y un plan de jubilación. Me muerdo la lengua. Hemos tenido esta conversación varias veces y simplemente no lo entiende. No la culpo, sin embargo. La mayoría no lo hace. Ven el brillo y el glamour, las etiquetas de diseñador y el vino caro, y se sienten atraídos como al canto de una sirena. Esa vida parece demasiado buena para resistirse, demasiado buena para ser verdad. Y tienen toda la razón. Lo es. Ella lee la expresión en mi rostro y nos dirigimos hacia la puerta. —Lo sé, lo sé. Viviste así una vez. Es una fantasía, humo y espejos… —Exacto. —Pues yo digo que jugaré en el humo mientras los espejos me hagan ver bonita. Suelto una risita, empujando la puerta hacia el salón de baile. —Adelante, cava ese oro hasta el altar. —Tengo mi pala aquí mismo. —Mueve su trasero en mi dirección—. ¿Ves a ese de ahí? Siguiendo su mirada al otro lado de la sala, veo a un hombre que sé que es uno de los hermanos Campbell. Son cuatro hermanos y dos hermanas, gemelas, si no me equivoco. No sigo mucho ese tipo de cosas, pero son prácticamente la realeza de Georgia, y aunque evito las noticias actuales, no puedes evitar enterarte de algo de sus vidas. Cada noticiero parece tener algo relacionado con los Campbell, incluso cuando no es temporada de elecciones. —Voy a echarle un vistazo —dice Dalia y se va, dejándome de pie con mi bandeja de champán ridículamente caro. Rodeo los bordes del elegante salón de baile, ofreciendo una sonrisa practicada a cada persona que toma una bebida de la bandeja. Algunos sonríen ampliamente, otros intentan charlar, otros me ignoran por completo, como probablemente hacen con el personal contratado en casa. No me importa. Hace unos años, yo asistía a eventos como este. Casada con mi amor universitario, un juez recién nombrado en Albuquerque, íbamos a bailes, galas y ceremonias de juramento a menudo. Fue una época mágica en mi vida, antes de que la magia se desvaneciera y todo explotara en mi cara. —Vaya, ¿no eres una cosita linda? Me giro a la derecha y veo a un caballero mayor sonriéndome como una serpiente lista para atacar. —¿Le gustaría una bebida? —ofrezco, sabiendo muy bien por el color de sus mejillas que ya ha tenido más que suficiente. —No, no, está bien. Solo estaba admirándote. Poniendo una sonrisa y echando los hombros hacia atrás, intento mantener la voz calmada. —Gracias, señor. Ahora, si me disculpa… —Estaba pensando —dice, interrumpiéndome—, ¿qué tal si tú y yo damos un pequeño paseo? ¿Captas mi idea? —Con todo respeto —respondo con los dientes apretados, mirando el anillo de bodas que brilla en su dedo—, ¿qué tal si da un paseo con su esposa? Giro sobre mis talones y me alejo lo más calmada posible, con la sangre rugiendo en mis oídos. Puedo escuchar su risa detrás de mí y realmente quiero darme la vuelta y estrellar mi puño en su cara carnosa. Es un comportamiento típico de esta gente, que piensa que puede salirse con la suya con lo que quiera con los de abajo. Resulta que tengo una sensibilidad muy desarrollada hacia eso, dado que mi esposo hizo lo mismo conmigo en cuanto obtuvo un poco de poder. Dalia capta mi atención mientras me detengo para calmarme. Discretamente señala al otro lado de la sala y articula con la boca: “Allí”. El brillo en sus ojos me dice que ha visto al alcalde, pero no puedo verlo. Me abro paso entre la multitud y finalmente veo al hombre del momento saliendo, con su brazo alrededor de la cintura de una mujer que ha estado actuando como loca toda la noche. Su cabeza está apoyada en el hombro de él, su mano descansando en su trasero. Riéndome, cruzo la mirada con Dalia y asiento hacia la salida. —Zorra —articula Dalia mientras se acerca al mismo hombre que me abordó antes. Quiero advertirle, pero no lo hago. Primero, sé que no servirá de nada, y segundo, no puedo quitarle los ojos de encima a Campbell. La gente literalmente se aparta para dejarlo pasar. Es como si fuera Moisés. Están más que dispuestos a ser guiados a través del Mar Rojo, divididos por su poder e influencia, hacia la Tierra Prometida. Estoy perdida en el espacio pensando en qué podría implicar precisamente esa tierra, cuando mi hombro es golpeado, sacándome de mi aturdimiento inducido por Campbell. —Disculpe —digo. Cuando me doy cuenta de a quién acabo de ignorar, mis mejillas se sonrojan de vergüenza—. Lo siento mucho —balbuceo, ofreciéndole una copa de champán a Sakura Campbell, una de las hermanas Campbell. Es aún más hermosa en persona, un ejemplo clásico de elegancia y sofisticación. Aparece mucho en los medios por su trabajo benéfico con su madre, su rostro es fácilmente reconocible con sus pómulos altos y su sonrisa brillante. —No te preocupes —dice con suavidad, haciéndome un gesto para restarle importancia—. No puedo llevar a mis hermanos a ningún lado sin que las mujeres se queden embobadas. Especialmente ese —ríe, señalando hacia la puerta por la que acaba de salir Tristan—. Aunque, entre tú y yo, no lo entiendo. Su sonrisa es contagiosa, y no puedo evitar devolverla. —Soy Sakura —dice, extendiendo su mano larga y bien cuidada, como si no supiera ya quién es. Equilibrio la bandeja a un lado y tomo su mano. —Soy Amaia. Amaia Gardner. —Tú ayudaste a limpiar un derrame de salsa antes. Pusiste a la señora que tuvo el accidente a gusto cuando asumiste la culpa y desviaste la atención de ella. Quería que supieras que lo vi y lo respeté. —No fue gran cosa, de verdad. —En este mundo, todo puede ser gran cosa. Créeme. Probablemente acabas de salvarle un par de votos a mi hermano. —Solo hago mi parte —río. Ella sonríe de nuevo, su elegante vestido azul cielo combinando con sus ojos y tacones. —Bueno, en nombre del alcalde, gracias. Parece… ocupado, en este momento. Le guiño un ojo. —No tengo idea de lo que hablas. No vi nada. Ella asiente, luciendo un poco aliviada, y me agradece de nuevo antes de girarse y saludar a la señora mayor de antes, la que derramó su cena sobre mí. Sakura toma su mano y la ayuda a sentarse en una silla. Su elegancia es impresionante y tiene un encanto, una naturalidad a pesar de ser claramente de sangre azul, que nunca antes había visto. Es exactamente de lo que se habla en la cocina sobre Tristan: un carisma que no puedes precisar del todo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD