Capítulo 3

1253 Words
Tristan Sonriendo a un par de mujeres, trato de recordar si debería conocerlas de algún lado. La del vestido blanco me resulta vagamente familiar, pero no puedo ubicarla. Ignorando la mirada en sus ojos que me dice que podría tenerlas a ambas, al mismo tiempo, si lo prefiero, me dirijo hacia mi hermano. Arthur está de pie con las manos en los bolsillos, luciendo serio y compuesto como debería el vicepresidente de Campbell Holdings. —Creo que va bien —dice Arthur mientras me acerco, balanceándose sobre los talones—. Siempre y cuando consigas el apoyo de Monroe, estoy bastante seguro de que estás asegurado. —Conseguiré el apoyo de Monroe, pero probablemente tendré que tocar a Chloe otra vez para asegurarme —río. —Oh, apuesto a que es muy difícil meter tu pene en eso. Maldita sea, hermano, casi siento lástima por ti. Me encojo de hombros, la sonrisa en mi rostro permanece, sintiendo mis hombros relajarse por primera vez en horas. —Hago lo que debo por el bien mayor. —Qué idiota —dice, pero sé que bromea—. Duncan me envió un correo hoy. Dijo que está intentando volver a casa para las elecciones. No puede hacer daño tener a un Campbell en uniforme a tu lado. Entre él y Benedict, parecerás un All-American. —Benedict fue un All-American —señalo sobre nuestro hermano que actualmente es el jardinero central de los Tennessee Arrows. —Cierto. —Hablando de nuestros hermanos, ¿has sabido de Samira? —Ella es la carta comodín de la familia, rechazando todo lo político y centrado en los Campbell por una vida como artista y diseñadora de moda. Samira y Sakura son gemelas idénticas, pero no podrían ser más diferentes. Sakura siempre está cerca, metiéndose en nuestros asuntos, echando una mano en eventos o caridades cuando se necesita. Samira suele estar viajando por el mundo y demasiado ocupada para reportarse. —No. Papá la llamó antes y le dio una bronca por no estar aquí, creo. A Benedict le dieron un pase porque está entrenando y Duncan está excusado porque está en el Medio Oriente. Pero sabes que papá no piensa que pintar y diseñar vestidos sea realmente trabajo. —Podría haberle dado un poco de margen. Me interrumpe la sonrisa de Arthur. Sus ojos pasan por encima de mí y se iluminan. —¿Les gustaría una copa de champán? —susurra una voz femenina detrás de mí. —Estoy bien —murmura Arthur, mirándome de reojo—. ¿Y tú, Tristan? Lo ignoro y dejo que mis ojos se deleiten con las curvas de la mujer frente a mí. Sus pantalones negros están ceñidos con un cinturón en la cintura, su camisa blanca abraza las curvas de su cuerpo. No es ni demasiado delgada ni demasiado robusta, solo una visión casi perfecta de cómo debería verse una mujer. Tiene una piel cremosa y un puñado de pecas en el puente de la nariz. Se mete un mechón de su cabello color paja detrás de la oreja y respira hondo. Creo que va a reír, pero no lo hace. En cambio, una leve sonrisa roza sus labios carnosos y levanta la barbilla como si tuviera un secreto que no contará. Su mirada permanece en Arthur, casi como si temiera mirarme. Finalmente, se gira hacia mí, y cuando lo hace, se nota un ligero movimiento en su pecho mientras toma una respiración temblorosa. Sonrío. Sus ojos son de un azul profundo. El color es tormentoso, arremolinado, moviéndose como un escudo entre nosotros. —¿Usted, señor? —pregunta, dando medio paso atrás. —¿Qué? —insisto, disfrutando de cómo sus mejillas se tornan rosadas de la manera más genuina. No está reaccionando a mí como parte de un plan calculado ni intentando ganarse mi favor de alguna manera. Es una experiencia que no he tenido en mucho tiempo y quiero disfrutarla un momento más. —¿Le gustaría una bebida? Las palabras caen de sus labios, como si quisiera decirlas y escapar. Doy un paso hacia ella, observando cómo sus hermosos ojos se agrandan. Esta chica es naturalmente hermosa, sus rasgos no están ocultos por una gruesa capa de maquillaje. —Eso depende de lo que estés ofreciendo. No debería estar jugando con ella, pero no puedo evitarlo. Quiero seguirla haciendo hablar, observar sus reacciones. Ella quiere escapar de mí, lo siento, y no puedo evitar preguntarme por qué. La mayoría de las mujeres se pelean entre sí, listas para apuñalar a quien sea necesario para llegar a mí, pero esta está intentando huir. —No tengo mucho que ofrecer —dice, con un toque de nerviosismo en su voz—. A menos que te guste el champán. —Me gustan muchas cosas. —Mantengo mi mirada intensa contra la suya, sin permitirle apartar la vista. Juega con su bandeja y traga con fuerza, pero nunca aparta los ojos de los míos, como si fuera demasiado desafiante para mirar a otro lado. Cuanto más tiempo nuestros ojos se encuentran, más caliente se vuelve mi cuerpo. Ella lame lentamente su labio inferior, su mirada ardiente perforando la mía. —¿Es así? Arthur ríe a mi lado y la veo sobresaltarse, como si hubiera olvidado que estaba allí. Se aclara la garganta y mira alrededor de la sala. Vuelve a mirarnos, esta vez con una sonrisa practicada en el rostro. La sonrisa fácil y la risa susurrante han desaparecido. Esta es la reacción a la que estoy acostumbrado a ver en todos, la mirada que piensan que quiero ver. La odio en ella. —Caballeros… —Con un asentimiento, se aleja lo más rápido que puede. No mira atrás, pero la observo hasta que desaparece de la vista. —Eres el maldito alcalde —ríe Arthur, aflojando su corbata de seda verde. —Apuesto a que le gustaría estar con el maldito alcalde. —Levanto las cejas, y mi hermano ríe más fuerte. —¿Tienes algo de clase, siquiera? —¿Qué? Me gusta cómo se ve. —¿Cuáles no te gustan? —Te diré cuando encuentre una. Él arquea una ceja. —¿No se supone que debes estar interpretando el papel del buen candidato, siendo serio con todo lo que importa? —Ahora, Arthur —bromeo—, ¿estás diciendo que su voto es menos importante que el de cualquier otro? Sacude la cabeza y saca su teléfono que suena. —Deberías preocuparte por su voto, no por cómo suenan tus bolas golpeando su trasero. Ahora, si me disculpas… Río mientras sale por una puerta lateral y me deja solo. Mirando alrededor de la sala bulliciosa, busco a la belleza rubia. Mi teléfono vibra en mi bolsillo, y sé sin mirar que es Chloe, ofreciéndose de nuevo para la noche. Puede que incluso recurra a jugar la carta de la princesa solitaria. Ni siquiera me molesto en mirar, solo meto la mano en el bolsillo y presiono los botones laterales hasta que estoy seguro de que está apagado. Seguirá llamando, pero no responderé. En un buen día, es casi pegajosa después de un encuentro. Cuando está borracha, es aún peor. Escaneo la sala de nuevo, pero solo veo las caras habituales. Paulina, una amiga de mi madre con la que he dormido un par de veces, me lanza una sonrisa descarada. Finjo no verla. Todo lo que quiero ver es a la camarera que no quiere nada conmigo. Y no está por ningún lado.
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