AMAIA —No creo estar a la altura de ese desafío —sonrío. —Te dejaré ganar —dice, con los ojos más abiertos, tentándome a ceder. —Voy a decir que eso es pura mierda. Ríe, pasándose una mano por el cabello. Casi puedo ver cómo un peso se levanta de sus hombros. Parece incluso más relajado que anoche mientras caminábamos en la oscuridad. Verlo controlar una sala ayer fue tan excitante, pero verlo así, relajado, es quizás incluso más sexy. Una brisa suave flota por la habitación y mi mirada se dirige a la ventana. Puedo ver una línea de árboles, pinos, creo, en la parte trasera de la propiedad. Es tan pacífico. —¿Vives aquí? —pregunto. —No. Aquí vengo a trabajar cuando la oficina está demasiado loca. Lo llamamos la Granja. —¿Este es tu refugio? Muy bonito —apruebo. —No crecí aquí, per

