Tristán —Maldita sea —murmuro, empujándome lejos de mi escritorio. Mi silla rueda hacia atrás sobre el suelo de madera de mi oficina, deteniéndose a unos centímetros de la pared. Han pasado tres días desde que vi a Amaia Gardner. Pensé que me sentiría diferente en unos días. Que olvidaría el dulce sabor de sus labios, la forma en que sus pechos se presionaron contra mi pecho, y el sonido de su risa acariciando mis oídos. Nunca pensé que seguiría repitiendo nuestras conversaciones, masturbándome cada noche con la visión de su cuerpo sentado sobre mi polla. Maldita sea. Su cuerpo es la perfección curvilínea, su rostro es hermoso, su voz es un llamado directo a un lugar dentro de mi pecho que me hace sentir como si me iluminara por dentro cuando me habla. Pero ninguna de esas razones es p

