Amaia Me envuelvo en mi bata roja y raída y la ato con fuerza. Es mi prenda favorita, y la más desgastada, pero la necesitaba anoche cuando sentía que mi vida podría estar desmoronándose. Ahora, después de hablar con Tristán hace un rato, mi corazón se siente como si hubiera sido pegado de nuevo, mis esperanzas y sueños aún intactos. Ni siquiera estoy segura de qué consisten exactamente esos sueños, además de tener a Tristán en nuestras vidas. Canto suavemente una cancioncita de cuando era niña hasta que los ojos de Frederick se abren parpadeando. Se estira y bosteza, su dulce olor somnoliento haciéndome sonreír más fuerte. Me sigue a la cocina donde tengo un plato con salchichas y un huevo revuelto esperándolo. —Vaya, ¿qué pasó con el cereal? —pregunta. —¿Qué? ¿Prefieres una caja de

