CAPÍTULO 2

1744 Words
El tiempo en soledad no fue para nada bueno pues, aunque escuchaba personas moviéndose a su alrededor de vez en cuando, se sentía de verdad sola en esa pequeña cabaña en medio de, seguramente, absolutamente nada. Las ganas de llorar estaban siempre a la orden del día, era inevitable, ella tenía a alguien para extrañar, alguien que había dejado ese mundo por su causa. Y es que era así para ella, pues, luego de mucho pensarlo, Thamara terminó por sentirse culpable por como estaban las cosas. Es decir, si tan solo ella no se hubiera enamorado de él, tal vez él tampoco lo habría hecho de ella, y entonces él seguiría vivo y ella seguiría en casa, atendida por los que siempre la cuidaron y amada por su padre. Porque sí, aunque al inicio pensó que él iría rápido por ella, y que podrían llegar a algún acuerdo, con el paso de las semanas la azabache se dio cuenta de que él no iría a ella pronto, y que no le permitirían ir a él. Así que solo le quedó esperar. Pero, aunque todo era malo, aunque se sentía abandonada y depresiva todo el tiempo, intentaba todo el tiempo levantarse el ánimo sola y, de alguna manera que no pudo identificar, se acostumbró un poco a su situación. Thamara se despertaba temprano dos días a la semana para hablar con la persona que le llevaba víveres esos dos días, y, aunque al inicio no le respondía nada, con el tiempo pudo establecer pequeñas charlas que ansiaba el resto del tiempo. Además, no estaba todo el tiempo sin hacer nada, pues sin quién se hiciera cargo de ella, debía cocinar y limpiar. La joven solo cocinaba cosas simples, pues la cocina no era algo en lo que se hubiese desempeñado antes; y con la limpieza se lo llevaba relajado, se limitaba a mantener todo en su sitio y, solo de vez en cuando, sacudía los muebles y barría el piso. Su situación no era tan mala, es decir, no es que estuviera del todo abandonada, de vez en cuando, seguro por orden de su padre, le cumplían caprichos, como ese libro de cocina que le pidió a la persona de los víveres y que le llevó la siguiente vez que le llevó también otros artículos que solicitó. Y eso no era todo, afuera de la puerta que no se abría siempre había una persona que, aunque difícilmente le seguía la plática, siempre estaba al tanto de sus necesitades, eso además del médico que la comenzó a visitar cada mes. De alguna manera, más por necesidad que por gusto, Thamara convirtió su cárcel en un lugar seguro, donde al principio todo era desconocido, pero, con el tiempo, tras llenarse de huellas de ella por todas partes, se convirtió en su “hogar”. De hecho, de no ser por que no podía comunicarse con nadie, ni salir a ningún lugar, a ratos se sentía de vacaciones-, unas horribles pero muy tranquilas vacaciones. A Luciano dejó de pensarlo cuando se dio cuenta de todo el mal que le hacía pensar en él, y, aunque al principio le pareció que era algo cruel, descubrió que era algo que necesitaba hacer para no caer en depresión y terminar en una locura. Thamara hizo todo lo que en sus manos estuvo para estar bien, incluso, para cubrir su necesidad de charlar con alguien, terminó hablando con su bebé todo el tiempo. Esa era una escena vergonzosa de mostrar, por eso estaba agradecida de que nadie le viera, o al menos es lo que le gustaba pensar, aunque estaba casi segura de que una que otra roca en esas paredes empedradas no eran rocas de verdad. Además, como si quisiera protegerla, su bebé la hacía dormir demasiado, así que despertaba tarde y se dormía temprano y, de vez en cuando, también dormía por las tardes, aunque era poco y raro. Eso la sacaba de su no tan odiada pesadilla. Para ella era mejor estar dormida que despierta, pues al estar despierta se mantenía pensando, imaginando y conjeturando cosas que no sabía si se harían realidad, pero que le dolían aun cuando no habían pasado. Por ejemplo, algo de lo que Thamara estaba completamente segura era de que no le permitirían quedarse con su bebé una vez que naciera, por eso, cada que veía su abdomen abultarse un poco más, le dolía el corazón. De alguna manera había conjeturado que el nacimiento de ese pequeño sería el final de su encierro, y el inicio del infierno también. Lo iba a extrañar muchísimo, tanto que a ratos deseaba no encariñarse con él, pero él era su única compañía, así como ella era la única compañía del bebé, por eso no le dejaría de contar cosas, de leer libros, de acariciarlo y amarlo con todo su corazón. Era extraño, y tal vez tonto, pero seguía esperando ansiosa el final, y también deseaba con todas sus fuerzas que no llegara. Con el tiempo, Thamara se convenció de que todo sería lo mismo hasta que el día de alumbramiento llegara, pero era fue una de sus tantas ideas equivocadas. Es decir, a pesar de que estaba segura de ello, su padre no la había abandonado. Él la había puesto en ese lugar para protegerla, no para alejarla de él. Y es que, con todos los problemas que le había dejado Luciano, el tiempo de Antonio no le daba más que para verla en la pantalla de su celular a ratos, gracias a esas cámaras, disfrazadas de piedras, en los muros o techos que estaban en varios puntos de la casa de campo. Thamara no lo sabía, no sabía cuánto su padre la amaba, ni cuánto la extrañaba, ella tan solo lo detestaba a ratos y a otros lo extrañaba mucho también. Eran cerca de las once de la noche, de un día que no sabía qué día era, porque en el lugar que estaba el tiempo importaba tan poco que había desechado conceptos como horas, días y meses; cuando el llanto de una mujer le despertó. Thamara abrió los ojos, confundida, creyendo que era un sueño lo que pasaba, pero al darse cuenta de que algo ocurría en su sala, se puso en pie y caminó hasta la puerta de su habitación, que aseguró después de mucho tiempo. Al inicio lo hizo, por instinto. Cada noche ella cerraba la puerta con seguro, incluso empujaba algún mueble para que les fuera difícil entrar, pero, con el tiempo, y tras sentirse segura porque nadie entraba a ese lugar, lo dejó de hacer. —Por favor no me hagan daño —lloriqueó la mujer que había despertado a Thamara, y luego se escuchó como si hubieran golpeado el rostro de la chica. —Quédate aquí, Alana. Ni siquiera pienses en escapar, porque esta vez no tendremos piedad. Si pones un pie afuera, te dispararan justo en el vientre, para que, si no te mueres, al menos lo haga tu bastardo. El llanto de la chica se volvió a escuchar, pues luego del golpe hubo un silencio respaldando las palabras de un hombre; y esa amenaza entró por los oídos de Thamara y se le atoraron en la garganta, invitándola a llorar silenciosamente. No sabía qué pasaba, pero estaba asustada, pues no solo alguien había irrumpido en su “hogar”, sino que amenazaban con acabar con la vida de un bebito no nacido aún; esa amenaza le resonó con miedo en el corazón. Se escucharon algunos pasos, luego la puerta de entrada cerrándose y el llanto de la joven que no parecía disminuir, así que, rezando para que no hubiera nadie, Thamara abrió la puerta de su habitación, sorprendiendo a la chica rubia de ojos llorosos que se encontraba sentada en el suelo de su sala. —¿Quién eres? —preguntó la joven que, según lo que Thamara escuchó, se llamaba Alana. —Soy Thamara —respondió la nerviosa chica, caminando despacito hasta un lugar que, con la presencia de quienes ya no estaban, ya no se sentía tan seguro. —¿Vives aquí? —preguntó la rubia, sin poder dejar de llorar. —¿Vivir? —preguntó la azabache, dejando correr sus lágrimas, sin saber si era porque le había contagiado la joven o porque había recordado algo que había luchado tanto por olvidar—. Llegué aquí igual que tú, a la fuerza y lastimada. —¿Estás secuestrada? —preguntó Alana, intentando no pensar en todo lo asustada que estaba, pues la chica en esa cabaña parecía estar bien—. ¿Desde cuándo? —Como seis meses —respondió Thamara—, y no creo que mi caso sea un secuestro, es mi castigo por hacer las cosas como no le gustan a mi padre. Alana volvió a llorar, ella sí estaba secuestrada, así que tal vez no viviría tan bien como esa chica, porque se veía demasiado bien a pesar de tener seis meses en ese lugar. » Confiemos en que no cambiará nada con tu llegada y vayamos a dormir —pidió la azabache, acercándose más a una joven que le generaba mucha compasión, aunque también un poco de desconfianza—, hay una habitación libre, pero no está muy limpia que digamos, así que, si no quieres quedarte conmigo, puedo traerte algo para que te quedes en la sala. » ¿Quieres dormir en el sofá? —preguntó Thamara y Alana negó con la cabeza. Si Thamara estaba segura en ese lugar, tal vez quedarse cerca de ella era lo más seguro para ella y su aún no nacido bebé. La de cabello oscuro y ojos claros se acercó a la joven rubia y le sonrió con la intensión de tranquilizarla un poco. » No te puedo ayudar a levantar —dijo la ya residente de ese lugar, soltando ese chal que le había cubierto medio cuerpo y que había estado sosteniendo con ambos puños frente a su pecho, mostrando así su abultado abdomen—, pero te echaré porras y te felicitaré si lo logras. Y es que el vientre de la joven que al parecer sería su compañera de vivienda, y que seguía sentada en el piso, era bastante más redondo que el de ella. Alana sonrió por medio segundo, y terminó llorando de nuevo, viendo a la joven que le miraba de manera compasiva sentándose en uno de los tres sofás que había en ese lugar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD