CAPÍTULO 4

1036 Words
En ningún momento Thamara se sintió tranquila en el lugar que atravesaba. Sus nervios estaban tan alterados cuando se adentró en ese bosque que murmuraba tantas inentendibles cosas que le sobresaltaban a cada paso que daba. Los sonidos desconocidos, su ansiedad y la profunda oscuridad, además de montón de cosas rosando su cuerpo, le hacían temblar y temer lo peor. En algún punto, Thamara se sintió perseguida, y comenzó a correr a pesar de que no debía hacerlo. Y es que, aunque una parte de su cabeza seguía repitiendo que los pasos que escuchaba, y la respiración que oía, eran suyos, otra parte no dejaba de repetirle que se arrepentiría si se detenía. La morena se sentía físicamente peor de lo que se sentía emocionalmente, y en lo emocional era un desastre completo. El cansancio la hizo sudar frío, y su respiración descompasada le hacía doler el pecho y la espalda. Era como si sus pulmones estuvieran congelados y les costara moverse para respirar. En algún punto, ese punzante dolor en su pecho se trasladó a su estómago, bajando hasta su vientre, y lloró desconsolada, empeorando las cosas para ella. Además, como si el recién nacido que cargaba consigo presintiera que ella estaba mal, comenzó a llorar también. El asco no cesaba, y el dolor aumentaba a cada segundo, por eso pensó que en cualquier momento se desmayaría y ella, y ese bebé que debía salvar luego de prometerlo, terminarían siendo la cena o desayuno de los animales que oía aullar a lo lejos, a ratos, pues a otros ratos creía tenerlos casi encima. No podía perder la cabeza, pero ella ya estaba loca, sin embargo, entre toda esa locura en que corría, creyó ver destellar una luz metros adelante, así que, confiando en Dios, en su suerte y en la bendición que le había otorgado esa mujer que le había acompañado el par de meses pasados, se encaminó a encontrarse con quien sea que fuera. Aunque aún estaba la posibilidad de que todo hubiera sido producto de su imaginación o, peor, que fuera alguien de esos que no sabía si le perseguían, aunque creyera que sí. Thamara volvió a correr, abrazando un pequeño que se revolvía en sus brazos y clamando internamente al niño que se revolvía en sus entrañas también, entonces salió a un camino y, esa luz que había visto a lo lejos, se acercó tan rápido que apenas si le dio tiempo al conductor del auto de frenar. La morena ni siquiera sintió el golpe, solo se vio cayendo frente al auto mientras se aferraba a su pequeño con una mano y al bebé en su pecho con la otra. Alguien bajó del auto, desde la parte trasera, y corrió hacia ella, y, aunque en un inicio pareció conmocionado, luego se mostró claramente decepcionado. —¡Quítala del camino! —ordenó ese hombre para el hombre que conducía, y quien también se había bajado del coche, pero que se había quedado de pie junto a la puerta del auto—. ¡No tenemos tiempo para esto! Thamara quiso suplicar para que no la dejaran atrás, como al parecer pretendían, pero su voz no salía. Era como si las palabras se resbalaran por su garganta al interior de su cuerpo, a pesar de que con todas sus fuerzas buscaban salir, arañándola en el intento. “Por favor, por favor, por favor” Suplicaba internamente y, justo cuando el chófer la iba a soltar a un lado del camino luego de levantarla como si nada, pudo decir un nombre que llamó la atención del hombre que estaba a punto de subir de nuevo a su auto. —Alana —dijo lo suficientemente claro la joven, deteniendo incluso el tiempo—... Alana Cárdenas... es su bebé... ella no... ella no... Bastián, que se había sostenido de la puerta trasera, abierta, presintiendo lo peor, caminó hasta la chica y la levantó por los hombros. No le fue difícil, a pesar de estar embarazada, ella no pesaba casi nada. —¿Qué pasó con ella? ¡¿Ella no qué?! —gritó en el rostro de la morena, sacudiéndola con fuerza. Pero Thamara no pudo más, justo en ese momento una contracción le recorrió desde la espalda baja hasta la cabeza, y solo gruñó en voz alta, sintiendo claramente como algo caliente comenzaba a recorrer sus piernas desde su entrepierna. —Dijo que me ayudarías —soltó la morena en un gruñido—, dijo que, si salvaba a su hijo, me ayudarías y... necesito ayuda... mi bebé... por favor. Bastián la miró, lo que esa chica decía podía ser cierto, pero no sabía si creerle. Igual necesitaba no perderla de vista. Si ese bebé que cargaba entre los brazos de verdad era su hijo, y de Alana, no podía dejar que ella se fuera. Así que le aceptó el niño que cargaba y pidió al hombre que la subiera al asiento trasero del auto. —Ten —le dijo Bastián a su chofer, entregándole al pequeño luego de que ella estuviera en el auto—. Llévala a la mansión, y que la atiendan. Entonces subió a otro auto que, al verlos detenidos a medio camino en ese lugar donde nadie pasaba, se había detenido también. Bastián estaba inquieto. Es decir, siempre estuvo la opción de que las cosas salieran mal, pero optó por confiar en que Alana seguía con vida, y que su hijo estaría bien, así que, cuando volvió a encontrar pista de la mujer que amaba, se dirigió a la mitad de la nada para recuperarla, deseando con muchas fuerzas que estuviera con vida. Y estaba viva, apenas. Cuando Bastián llegó a donde sus hombres eran acribillados por los hombres de los Darren mientras acribillaban a dichos hombres, entró a una cabaña donde encontró a su amada apenas respirando en una cama, mientras acunaba en su pecho un bebito muerto. —Tienes que ayudarla —suplicó en un susurro la rubia—. Ella me ayudó... tienes que ayudarla... Y, entonces, Alana murió. Murió sin decirle a Bastián que lo amaba, sin escucharle al hombre decirle que le amaba, solo segura de que quien había salvado a su bebé sería recompensada.
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