Capítulo II

1891 Words
Aún con su pelo y torso húmedos por la reciente ducha, terminó de abrochar su camisa. Era domingo,y los domingos eran de almuerzo en familia. Sintió como golpeaban a su puerta y luego de unos momentos alguien asomó su cabeza. Era Nana, la criada de la casa Castelloni hacía ya varios años. Luego de la muerte de su madre, Nana había sido lo más parecido a una figura materna que habían tenido. Era una anciana de cabellos rubios y una gran sonrisa siempre. -El desayuno está listo. Te esperan abajo, Ian. Él sonrió. -Voy en un segundo Nana. Acomodó su corbata y bajó las escaleras encontrándose a todos ya desayunando. Cómo siempre, su padre en la punta de la gran mesa de roble, a su lado su mujer y los demás repartidos en los asientos libres -Buenos dias, Ian. -Padre.-Respondió con un gesto con su cabeza. Si a la familia se le tenía respeto, a Edward Castelloni que era el padre y la cabeza del negocio familiar, se le tenía devoción. -¿Cómo se siente llevar encima ya 20 años? Te has vuelto todo un hombre. Ian sonrió. -Nada fuera de lo común. Solo es un año más. -Recuerdo mis veinte. Era una hermosa época y es una de mis favoritas. Por esto te tengo una sorpresa en mi despacho de la que hablaremos después de comer. Si bien sabía que eran posibilidades imposibles, le gustaba pensar que finalmente su padre lo tendría en cuenta para el negocio familiar. La familia Castelloni trabajaba en la mafia, sí. Pero no cualquier mafia. Eran una familia con principios, a los que ellos llamaban favores. De eso ganaban la vida. Distintos favores y tratos hechos. Eran odiados, eran amados, pero de que eran una de las familias italianas que manejaba casi completamente los Estados Unidos y gran parte de Europa, nadie lo podía negar. El resto del desayuno transcurrió en silencio. Cuando menos lo esperaba, Ian se encontraba cara a cara en el despacho de su padre. Siempre con un buen porte entre los dos. -Bueno Ian, como sabes ya cumpliste veinte años. Y quiero que sepas que aunque seas el menor de mis hijos no te hace el menos importante. Es por eso mismo que te tengo que dar esto, algo que tanto yo como tu madre quisimos para ti. Edward abrió un cajón en su escritorio y sacó un gran sobre naranja. Se lo entregó con cuidado a Ian, quién lo miró desconcertado. -¿Y esto? -Pues ábrelo. Es para ti. Ian volvió sus ojos azules a su padre y nuevamente al sobre. Decidió abrirlo con cuidado. Al hacerlo notó que entre un manojo de papeles se encontraba una carta sellada de la universidad de Cambridge. -¿Qué significa esto? Edward no respondió, por lo que se dispuso a abrir la carta. Era una carta de aceptación. Lo estaban aceptando en una de las mayores universidades a nivel mundial en Derecho. -¿Iré a la universidad? ¿Es eso? -A la mejor en Derecho. Quiero que al menos uno de mis hijos tenga una vida normal y se aleje de todo esto. No quiero esta vida de peligros para ti. Y sé que eres capaz de ser alguien. -Padre, yo... -El conocimiento es lo único que puede alejarte de la cárcel. Aquí entre nos, no quiero que termines como tus hermanos. Consumidos por la presión de esto. Quiero que vivas una vida libre Ian. El menor suspiró frustrado y se puso de pie, mirando hacia el gran ventanal que daba al patio de la casa. -Es que no entiendo por qué no me das la oportunidad. Sé que soy capaz. No puedes alejarme totalmente de esto. Edward se puso de pie también, sosteniendo el hombro de su hijo. -Sé que sí lo eres. Sé que eres diferente a tus hermanos, tú saliste exactamente a mí. Por eso no puedo dejarte entrar en esto. Es lo que tu mamá y yo deseamos siempre para tí Ian. Lo teníamos previsto hace tiempo. -Aún así, ¿Cambridge? ¿No es algo lejos? Tú sabes que me reconocen como tu hijo de cualquier manera. -Lo sé, pero mientras más lejos menos posible que te encuentren. Te mandaré guardia privada las veinticuatro horas. E incluso tienes un tutor que te ayudará a cursar todas tus clases. -¿Un tutor? ¿De tan mal estudio me veo? El padre lo miró sin gracia. -Es solo un guía durante tus clases para que puedas integrarte mejor. Sé que no sueles ser un chico de muchas palabras. Ian suspiró ya sin respuesta, mirando los papeles aún en sus manos. -Por lo menos dame la ilusión de que lo pensarás. Y ponte un buen traje, hoy almorzamos con los Thompson y los Bennet. Entre todos los papeles sostenidos las llaves relucientes de un auto cayeron al suelo. Ian las levantó mirando a su padre que por tercera vez habló. -¿Qué? ¿Pensaste que realmente sería tan aburrido para sólo regalarte un pase a una universidad? Sólo intenta conducirlo con cuidado. El rubio finalmente sonrió, saliendo de la oficina. Miró en su reloj de mano, y aún faltaba un buen rato para el almuerzo. Por lo que decidió subir a su habitación a esperar. Quitó su camiseta y se tiró en su gran cama mientras encendió la televisión, entretanto en su mente analizaba la posibilidad que su padre le había dado. Sabía que no era una mala idea, que no era una mala intención suya. Pero le parecía también una estúpida idea de huir de lo inevitable., de algo con lo que había crecido toda su vida. De cualquier forma le vendría bien para despejarse. Tampoco la pasaba bien en su casa. Estaba algo aburrido de la vida entre fiestas e intentar que ninguno de sus hermanos termine en una grande. Tanto poder se volvía monótono a veces. Golpearon su puerta dos veces. El miró pero sin muchos ánimos de levantarse a abrir. Volvieron a golpear. Rodó sus ojos y aclaró su garganta. -Pasa.-Dijo en tono firme para que se escuche. Una rubia se asomó sonriendo y cerrando la puerta tras de sí con una sonrisa que parecía salida del mismo Satán; era Tanya. Tanya Thompson, la hija del gran proveedor de armas de guerra Omar Thompson y su esposa empresaria. Una delgada rubia de largo cabello que jamás oía un no por respuesta. Podía verse como una simple niña caprichosa pero en el fondo sabía con demasiada inteligencia como funcionaban los chantajes y como se borra gente del mapa. Sabía peligrosamente demasiado acerca de las armas de fuego para sólo tener diecinueve años. -Ian, ¡Estuve golpeando hace minutos ahí afuera! -Lo sé. Te oí. Ella se recostó en la cama junto al rubio. -¿Y no pensabas abrirme?-Soltó fingiendo lástima, pasando uno de sus delgados dedos por su torso desnudo. -No realmente. Ella fingió ofenderse. -Estaba ocupado Tanya...pensando en algunas cuestiones. Ella apagó la televisión a la que le estaba dando más atención que a su presencia, y se subió a horcajadas de él. -¿Decías?- soltó en un tono seductor mientras acercaba su rostro al de él. El suspiró agarrándola de tal manera que la giró para que quedase debajo de él. -¿No tienes remedio, verdad? Ella sonrió sabiendo que había logrado su cometido. El rubio la besó, con fuerza y fervor mientras su agarre se posaba sobre las caderas de ella. Una de sus manos viajo a sus muslos, que se estremeció ante el tacto. Y la situación hubiese llegado a más de no ser porque volvieron a golpear su puerta. -¿Ian?- Se oyó a Nana desde afuera. Él levantó su cabeza. -¿Sí? -El almuerzo está servido. Se te espera abajo. Dicho esto se escuchó como simplemente se alejó bajando las escaleras. Ian levantó sus hombros sonriendo. -Bueno, ya oíste. Tatiana tomó sus cosas quejándose mientras arreglaba su cabello. -En algún momento deberíamos blanquear lo nuestro, ¿Sabes? Ian levantó una ceja mientras se volvía a poner una camiseta. -¿Nuestro? Ella pareció no entender su confusión. -Si tonto, digo, a nuestras familias les conviene esto. - Dijo mientras arreglaba el cuello de la camisa del rubio- Imagínate cuando lo sepan. -Lamento herir tus ilusiones, pero me voy de aquí. -¿Irte? ¿Dónde? -A la universidad de Cambridge. Ella levantó sus cejas, incrédula. -¿Cambridge? ¿Inglaterra? -La misma. A Tanya no pareció gustarle mucho la idea. -¿Qué? ¿A qué diablos te vas tan lejos? -A estudiar Derecho. Deseos de papá. Ella levantó sus hombros y no decidió darle más vueltas al asunto, por lo que sólo salió por la puerta algo molesta. Ya abajo se dio cuenta que Alex Bennet se encontraba allí también, sentado en el sofá. Alex era para Ian la única persona en la que confiaba con fidelidad. Era el único que realmente lo entendía y como habían crecido juntos, eran casi hermanos. Los Bennet y los Castelloni mantenían una alianza casi irrompible hacia varios años ya. Era su fiel confidente, y no dudó en sonreír al verlo. Se saludaron y Ian prosiguió a saludar formalmente a todas las familias allí presentes. Su padre había organizado una parrillada al aire libre por lo que estaban todos en su patio. Alex encendió un cigarrillo. -Asi que...¿Cambridge? -Joder, ¿Tú también lo sabes? Este soltó una risa. -Bueno pues como para no, tu padre se lo ha estado comentando a todos. Por lo menos al círculo más cercano. -Aún no estoy seguro de querer ir. -¿Por qué no? Hermano, es Cambridge. ¿Sabes la cantidad de niñas adineradas que encontrarás allí?  Y no sabes lo que son las inglesas. Ian sonrió. -Mi padre lo hace sólo para mantenerme al margen de todo esto. Y no sé si me agrada la idea de ser el excluido de los problemas familiares. Le quitó a Josh el cigarrillo de su mano e inhaló una fuerte bocanada de tabaco. -Entiendo. Sé que debe ser feo ser el único que quieran fuera de esto. Pero deberías verle el lado positivo, a lo mejor termina de gustarte una vida más normal. Debes admitir que no es para todos. Ian frunció el entrecejo. -Esto es una vida normal. Alex levantó una ceja. -¿Veinte guardias y espías protectores a todo lugar al que vayas se considera normal? Amigo, existen más armas que comida en tu casa. Ian levantó sus hombros. -A mi jamás me han causado molestias. Alex rodó sus ojos. -Como sea, de todas formas es decisión tuya. Si es que dices que sí al menos recuérdame y tráeme un presente. El rubio sonrió. Melissa, la mujer de su padre entró haciendo resonar sus tacones. No era una persona que le agradara mucho a Ian. La veía falsa. Y se notaba a kilómetros como disfrutaba a sus treinta de una vida totalmente arreglada con fortuna ajena. Además, odiaba el hecho de que quisiese fingir ser su madre.  Pero al fin y al cabo, eran pensamientos que sólo mantenía para él. -Muchachos, el almuerzo está listo. ¿Qué les parece ir pasando a la mesa así le digo a Nana que vaya sirviendo los platos? -Por supuesto.-Sonrió cordialmente Alex e Ian sólo lo siguió en silencio.
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