—¿Estás listo? —le preguntó Sofía a Maximiliano en el aeropuerto mientras esperaban a Marcela, sentados en las frías bancas del lugar. Eran las cuatro de la madrugada y a él le extrañó que ella se encontrara presente aunque no iba a viajar. —Supongo que sí. Pero la verdad es que no le encuentro mucho sentido a ser un intérprete, e ir a un país donde hablan español. Yo pude haber llegado directo a Canadá. Sofía hizo una mueca de desaprobación. —No solo eres el traductor, también eres un apoyo. Además, prefiero que no viaje sola. Para sorpresa de Max, vio que ella parecía inquieta, movía veloz los ojos, observaba la entrada y volvía al joven. —¿Pasa algo? —la cuestionó al descubrirla masajeándose la mano. Ella respiró y se acomodó el abrigo gris que la protegía del intenso frío. —De

