Entrevista

1932 Words
Su reloj marcó la hora indicada y Maximiliano caminó hacia su destino. Entró a pasos firmes a la productora, esta vez más seguro de que obtendría mejores resultados. Cruzó el estacionamiento y cuando el guardia le abrió la puerta de cancel corrediza, el aroma a vainilla lo recibió. Pronto lo hizo estremecer la idea de que ese lugar podría ser su nuevo sitio de trabajo. Atravesó la amplia sala de espera que era toda color crema, excepto la pared del frente, que estaba pintada de azul oscuro donde brillaba el nombre de la productora. Llegó al mostrador semicircular plateado y se presentó. Allí no se podía permitir vacilar e hizo uso de sus conocimientos de relajación para parecer tranquilo. Después de todo él tenía que ser convincente si quería cubrir las deudas y darle calma a sus padres que se encontraban tan preocupados por él. La recepcionista era una señora de unos cincuenta años, con cabello canoso y lentes redondos y grandes. Su amabilidad fue evidente desde que lo divisó porque le regaló una cálida sonrisa. —En un momento la licenciada Acosta va a recibirlo en su oficina. Por favor, espere un momento —le indicó la mujer y señaló hacia los sillones que también eran color azul oscuro. Tan solo dos minutos después el timbre del teléfono sonó y la recepcionista atendió la llamada, escuchó por un breve momento y luego colgó. Max pudo ver en su rostro cierta inquietud y eso prendió una alarma que le preocupó. —Señor Arias, pase, por favor, a la oficina que está al final del pasillo izquierdo —le pidió y luego procedió a concentrarse en su libreta de apuntes. —Gracias—. Enseguida se puso de pie y se acomodó su saco gris. Deseaba verse lo más formal posible, pero unos pantalones del mismo color que el saco y una camisa negra de manga corta eran la mejor vestimenta con la que contaba. No llevaba corbata y sus zapatos estaban tan acabados que solo brillaban gracias a la exagerada pintura que le puso. En ese momento se recriminó no contar con algo mejor que lo ayudara a tener una impecable presentación. La crisis que llegó de forma repentina a su familia lo estaba perjudicando de más, pero ¡de ninguna manera iba a darse por vencido! Fue su manera de levantarse y moverse junto con una personalidad imponente y esa voz sensual natural con la que hablaba, lo que causó que la recepcionista se ruborizara; tanto que, en cuanto el joven desapareció por el pasillo, cogió el conmutador para comunicarse con sus compañeras de chismorreo y hablarles sobre el nuevo aspirante. Sin duda él poseía un encanto que sobresalía, y estaba consciente de ello. A Max le gustaba ser admirado. Tal vez ese era uno de los motivos por los que anhelaba tener los reflectores iluminando su cara. Llegó hasta la puerta que le indicaron, se detuvo y volvió a acomodarse el último botón del sacó. En realidad, se sentía raro. No había avanzado tanto en una entrevista de trabajo y sospechaba que otra oportunidad similar tardaría en presentársele, si es que eso pasaba. Dependía de toda su entereza para hacer suyo el empleo. Esperó casi medio minuto, respiró hondo, hasta que se atrevió a dar dos toques sobre la madera. «Va a salir bien, ya la conozco y le agradé», pensó para sí. —Pase —pronunció una voz femenina que apenas escuchó. Él giró la perilla y dio dos pasos dentro del lugar. —Buen día —saludó y se sorprendió al ver que no era Sofía quien lo recibía. Estaba frente a él una mujer desconocida. Justo en medio de la oficina, sentada sobre una silla de piel negra, en un amplio escritorio de madera oscura que tenía un montón de hojas encima, se encontraba una dama de unos treinta y cinco años. Tenía el cabello rubio oscuro y lacio que le llegaba pasados los hombros, piel clara y unos ojos color avellana que pronto lo observaron de manera fugaz. —Siéntese —lo invitó pareciendo indiferente, para luego seguir absorta en su computadora. Max ocupó una silla cercana. —La licenciada Acosta me dijo que… —quiso hablar, pero fue interrumpido. —Sé bien lo que Sofía te dijo. Tú eres Maximiliano Arias, ¿estoy en lo correcto? —lo cuestionó, usando un tono de voz mordaz. —Es correcto. —Yo soy la persona con la que te vas a entrevistar. Pero quiero ser honesta contigo, este no es un trabajo para un niño. Necesito a alguien con madurez y que sea en extremo responsable. —Soy maduro y responsable —rebatió y ocultó la impresión que le causaron sus palabras. —Bien. —Por fin cerró su computadora y prestó más atención—. Dime, ¿cuántos años tienes? La mirada de ella se centró en él y ni siquiera disimuló que lo inspeccionaba de arriba a abajo; eso lo hizo sentirse nervioso, pero no estaba dispuesto a permitir que se notara. —Veinticinco. Aunque considero que la edad no es una característica de la irresponsabilidad. —¡Excelente! Eres un niño. —Se llevó una mano a la frente, soltó un suspiro y jaló una hoja blanca en la que comenzó a escribir—. Pero bueno, voy a confiar. Sofía dijo que estudiabas actuación, ¿en qué año estás? Max solo deseaba que su situación escolar no lo perjudicara. El seguir estudiando representaba un gran inconveniente para los empleadores, y más de uno lo rechazó por ese motivo. —Solo me falta el último semestre. —Entonces necesitas cumplir con tu horario escolar y todo eso. —Pareció decepcionada y dio un medio giro sobre su silla—. No lo sé, te necesitaría tiempo completo. Es obvio que eres políglota, si no fuera así, no estarías aquí. —Pensó por menos de diez segundos y resolvió—: Nosotros lo llamamos, señor Arias. ¡Max no podía creerlo! Allí se iba su oportunidad de poder llenar el refrigerador y su pecho latió veloz. —-Sí, soy políglota y de los mejores —se apresuró a decirle porque no estaba dispuesto a perder sin luchar—. He practicado con extranjeros y me felicitan por mi excelente pronunciación. Y sobre el tiempo, me daría de baja temporal sin problema. —La decisión le dolió, pero fue el último as que le quedaba—. Tengo muy buenas calificaciones y no creo que me la nieguen. Ella pareció sorprendida por su intervención. Él lo supo porque vio que abrió más los ojos. Sin añadir nada, la mujer volvió a tomar la pluma y se concentró en la hoja. —¿Casado? —soltó de pronto. —¿Casado? —le respondió sin pensar Max al tomarlo por sorpresa el abrupto cambio de tema—. No, no estoy casado. —¿Concubina o concubino? ¿Hijos? —Sin hijos y soltero… Bueno, sí tengo novia. —¿También es estudiante? —¿Mi novia? —dijo confundido, pero enseguida le contestó—: Sí. Estudiamos juntos. Max no comprendía el rumbo de la entrevista porque era diferente a las que había tenido en todo el tiempo que llevaba buscando empleo. Parecía como si ella quisiera conocer información personal y no sabía si eso era correcto. Otro silencio incómodo se dio porque su entrevistadora volvió a escribir. Él respiró hondo y la fragancia a cítricos llamó su atención. Allí inspeccionó la oficina. El excesivo orden de las cosas, el amplio librero blanco de atrás con todos esos libros acomodados por tamaños, la sobriedad de la decoración y la presencia de la llamativa mujer que apuntaba en el papel lo desconcentraron. Buscando relajarse, se mantuvo con la vista puesta en una fotografía en la que estaba ella junto al afamado director Lars von Trier. —Verá, señor Arias. —de nuevo habló. Dejó la pluma y entrelazó las manos sobre el escritorio. Su voz cambió hasta sonar más dulce, incluso su manera de verlo parecía amigable—, soy la directora de la productora. Por cuestiones de negocios debo viajar a otros países, pero tengo problemas a la hora de establecer diálogos fluidos con gente extranjera del medio. Los peores son esos competidores que parecen tiburones dispuestos a hacerme pedazos si me equivoco, por más insignificante que sea. Es vergonzoso, lo sé, pero para mi buena suerte tengo dinero para pagarle a alguien que me rescate de esas situaciones. —¿O sea que quiere que sea su traductor? —¡Intérprete! Prefiero llamarlo intérprete. Debes estar conmigo en las reuniones donde seas necesario y salvarme de equivocarme. —Dibujó una media sonrisa al final. —¿Usted es…? —trató de decir, pero, antes de soltar la siguiente palabra, volvió a ser interrumpido. —Tienes que saber que mi agenda exige viajar por varias semanas y debes ir conmigo. También tendrías que conducir el auto a veces y ser mi asistente, mano derecha, mis oídos expertos. —Suspiró y liberó lento el aire—. No te voy a mentir, el puesto es demandante y también agotador. La oportunidad que Max necesitaba se tambaleaba ante la duda y su corazón retumbó en su pecho. —Perdone, pero no pensé que fuera ese tipo de empleo. Seré honesto, me falta experiencia para estar calificado. —Lo que confesaba con pesar era verdad. Sí, era políglota, pero el desenvolverse de la manera en que ella pedía no era parte de su currículo. Creía que el puesto sería como traductor de documentos. —¡Es una verdadera lástima! —Hizo una mueca de decepción y levantó de nuevo la pluma para escribir veloz en un papelito amarillo—, porque este es el sueldo que ofrezco. Aunque, tienes razón, no es un trabajo fácil, debes cuidar de mí. La mujer colocó el papel sobre el escritorio y se lo acercó con un movimiento lento. Maximiliano, al divisar los números, se quedó mudo. Era mucho más de lo que tenía contemplado para salir bien librado de su lamentable situación. —¿Esto es cada…? —quiso saber. La frase “cuidar de mí” lo estremeció, pero se reservó las preguntas al respecto. —Cada quincena, obvio. Si no te parece podemos negociarlo. —Con cada palabra fue modificando la expresión por una de desencanto. El conseguir intérprete ya era de carácter urgente y Sofía le había advertido que no iba a adecuarse a sus caprichos para conseguir a otra persona—. Si crees que te falta aprender algo de lo que mencioné, que no sean los idiomas, yo puedo enseñarte. La suma taladraba su cabeza, aunque se sentía preocupado de no poder cumplir con las tareas exigidas. —Si… si aceptara el trabajo, ¿cuándo se supone que debo empezar? —El lunes. Demasiado apresurado sin duda. ¡Era necesario tomar decisiones rápidas! Ni siquiera analizó a detalle los pros y contras y optó por lanzarse a la aventura. —Mañana es viernes, así que tengo tiempo para ir a presentar mi baja temporal. Al escucharlo, ella se levantó de inmediato y dio un suspiro de alivio; luego se le acercó para estrechar su mano. Max sintió descanso porque por fin su cuenta bancaria dejaría de estar vacía. Antes de salir recordó que su nueva jefa no tuvo la cortesía de presentarse. Preguntar nombres y memorizarlos pasaba a ser parte de su lista de prioridades. Con suma discreción, echó un vistazo a la placa del escritorio que se encontraba medio volteada y leyó: Marcela Andaluz. Directora General.
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