La invitación a una fiesta en Vancouver había sido recibida desde antes de que pisaran Canadá. Por poco se le olvida a su jefa, pero Sofía se encargó de recordárselo. Así que, llegada la fecha, tuvieron que viajar hasta allá una noche antes. El reloj avanzaba al día siguiente y ellos permanecían en el hotel. Se les hacía tarde porque decidieron ducharse juntos. A Max le pareció fascinante enjabonarle la espalda y un poco más abajo. Su piel que brilló con el agua lo puso tan excitado que no requirió de ninguna otra estimulación. Era urgente saciar sus deseos. Marcela veía hacia la pared, concentrada lavándose la cabeza. Con una mano sostuvo sus mojadas caderas y se le fue acercando. —¿Por qué pienso que aquí no ha entrado nadie? —le dijo entusiasmado, tocando con su dedo índice en medio d

