VIDA 1 [Parte 1]

1630 Words
Una joven de cabello cenizo y ojos oscuros despertó en la celda de un calabozo húmedo y maloliente. Pensando que otra vez lo había hecho mal mordió sus labios que temblaban en puchero al resentir el cuerpo dolorido de los golpes que había recibido. Ella era la esclava más torpe de la casona. Pero a ella nadie podía culparla, no había nacido para este trabajo. Aunque, siendo un poco humanitarios, ¿quién nace para ser esclavo? Escuchó la puerta del calabozo abrirse y su cuerpo entero se estremeció, haciendo que sus lágrimas escaparan por el miedo y el dolor que le causaba saber que tenía que enfrentar a quien quiera que fuese la persona que se aproximaba. Rogaba al cielo que no fuera él, pero ya sin muchas esperanzas. En este par de meses de vida a su lado, muchas veces había rezado porque las cosas no fueran tan malas como sucedían, y nunca fue así, las cosas siempre fueron peor de lo que imaginaba, y cada vez se ponían mucho peor, al punto de pensar que allá arriba ya nadie la escuchaba. —Ay niña —dijo con pesar una anciana que entraba a su celda con una tarja de agua y algunas toallas no tan limpias, al parecer—... mírate nada más. La mujer negó con la cabeza y le regaló una apagada sonrisa a la chica que ya ni siquiera se esforzaba en que nadie la viera llorar, no le quedaban fuerzas para ello. La anciana comenzó a limpiar con las toallas húmedas las piernas y brazos de la chica, quitando los restos de sangre seca del cuerpo de ella. —Tengo hambre —susurró la muchacha. —Lo lamento mucho, niña —se disculpó la que la limpiaba con los ojos llenos de lágrimas, y la de cabello claro llevó la mirada al piso sin decir nada más—. No pelees con él, no puedes ganarle al amo —dijo la mujer al regresar sus pasos, dejando a la chica un poco más limpia y un poco más fresca, pero aún demasiado adolorida, con el alma hecha añicos y mucho muy hambrienta. » El amo Salomo podría hacerte mucho daño —señaló la mujer antes de cerrar la puerta. La joven sonrió irónicamente. Lo único peor que quedaba por hacerle era matarla y, a tales alturas, no estaba segura de que eso fuera demasiado malo. —Él me violó —dijo para nadie perdiendo la mirada en la reja alta de la ventanilla que apenas dejaba escabullir algunos rayos de la luna, y lloró recordando su pena. Pudo recordarse con el vestido desgarrado, con el labio roto y la nariz sangrando. Se recordó con el cuerpo mallugado a golpes y a horribles caricias. Se recordó con sus cabellos enredados en los dedos de él mientras la obligaba a mirar cómo se burlaba en su cara de montón de cosas que ella no podía entender. Ella siempre había platicado con sus amigas de la primera vez, quienes ya tenían la experiencia le informaron que al principio podía doler, pero nadie dijo que doliera tanto. En aquel momento su parte íntima, que ardía como el demonio, juraba que la partiría en dos y, sobre el delicioso placer que ellas mencionaron, la ojinegra nunca supo nada. Sintiendo su estómago reclamar alimento volvió a la realidad y no pudo ignorarlo a pesar de que sabía que no le darían nada, justo antes la mujer que la limpiaba le había confirmado eso que ya se había atrevido a pensar. Cerró los ojos esperando que todo desapareciera y así sucedió, al menos por un rato. Ella estaba demasiado cansada, demasiado adolorida, demasiado débil y demasiado aburrida para soportar mantenerse despierta en ese lugar donde nada pasaba. Gracias al cielo ni ratas ni cucarachas pasaban tampoco. Escuchó la puerta del calabozo abrirse y luego escuchó la baranda de la celda azotarse en el muro, pero no abrió los ojos. No quería abrirlos para encontrarse en ese maldito lugar que odiaba tanto. Sintió una mano algo conocida recorrer su muslo y apretó ojos y labios haciendo una mueca de hastío y miedo. Eso le molestó bastante al que, justo por esa razón la golpeaba en el rostro, volviendo a abrir una herida que en tantas horas de encierro había comenzado a cicatrizar. Salomo jaló a la chiquilla del cabello, levantándola un poco del suelo donde se encontraba. —Iba a llevarte a comer, pero parece que aún no tienes hambre —dijo el hombre de cabello y ojos oscuros, que contrastaban perfectamente con su blanca piel, atrayéndola a su rostro impasible. La chica fijó sus ojos llenos de lágrimas en el pelinegro que más odiaba, pero al parecer no tanto como él la odiaba a ella, pues al ver todo el dolor de la chica, al verla temblar de miedo, el hombre dibujó una sonrisa burlona en sus labios, empujándola contra la pared. —Cuando yo te toco, tú gimes de placer, no pones cara de asco, puta —advirtió a la que temblaba de horror mientras le veía sacarse la camisa—. Vamos a repetir la lección. Y, con el horror del mundo impreso en sus ojos, con un hueco desagradable en el estómago, y con los labios temblorosos, la chica castaña de ojos negros, deseo morir. Ella deseo morir, pero no pasó así, no esa noche ni en muchas otras que siguieron a esa. Cada encuentro s****l era siempre lo mismo: golpes, insultos y violación. Algo que, al parecer, no cambiaría por mucho que pusiera de su parte. En el tiempo que pasó atrapada en ese horrible lugar, la chica aprendió muchas cosas. Lo primero fue que debía hacer las cosas como se lo pedían si no quería terminar demasiado herida, pues con el amo Salomo, que no era nada paciente ni indulgente, siempre las cosas eran malas. De la tigresa de garras afiladas que había llegado seis meses atrás a esa casa no quedaba ni la sombra. Esa chica no era ya ni siquiera una gatita asustada, se había coartado bien a lo que su alrededor pasaba. Con el paso del tiempo, y de los daños, Salomo logró hacerle lo que fuera, aunque siempre pudo hacerlo, sin que ella se quejara siquiera. Verla llorar siempre lo hizo rabiar, así que cuando dejó de hacerlo él dejó de sentir la necesidad de volverla a golpear, al menos no tan fuerte. Él la odiaba demasiado como para ser complaciente con ella, él solo quería verla sufrir, solo la deseaba ensangrentada debajo de él. Eso lo hacía sentir muy pero muy complacido. —Creo que fuiste demasiado duro con ella —dijo Andreu a Salomo mientras veían a la chica que literalmente colgaba de un árbol del jardín de esa casa. —Es un buen adorno para el jardín —dijo el azabache sonriendo de medio lado—, no sé, le queda el árbol. Andreu negó con la cabeza. Lo que su amigo y jefe hacía con esa chica casi le generaba pena, pero no haría nada por ella, porque en realidad no debía interesarle lo que los otros hicieran con sus pertenencias, y esa chica era la esclava de su amigo, por no llamarla como lo que en realidad era: su juguete y el blanco de su ira. » Que duerma ahí —ordenó Salomo levantándose de donde estaba, y se despidió de su amigo saliendo de la habitación, de la casa y de la ciudad. Andreu se acercó a la chica un poco más tarde, y le miró con un poco de pena. Si mal no recordaba, debajo de esa piel amoratada y rota, ella era una chica realmente hermosa.   —Hará mucho frío esta noche —dijo pasando sus dedos por unas piernas insensibles—. ¿Quieres que te caliente? —preguntó el chico con una maliciosa sonrisa, pero ella ni siquiera lo miró, así que el joven solo sonrió y se fue. Él no le haría a nada, al menos no en el jardín de esa casa donde todos sabían que ella era de Salomo, y de los que él aprobara. Que en realidad no fueron tantos, pero fueron todos brutales. ** A la mañana siguiente, un pelirrojo de ojos azules atravesaba el jardín y vio cómo una chica de cabello castaño, casi rubio, de piel casi morada, vestido rasgado y piernas y espalda ensangrentadas, temblaba de frío amarrada a un árbol. Esa vista le molestó, pero él no era nadie para reprender a alguien por la forma de tratar sus propiedades, por eso decidió que no se metería en asuntos ajenos. Sin embargo, en todo el tiempo que estuvo en la casona de su socio Salomo, no pudo sacarse de la cabeza la molestia que le generaba el estado de la chica, por eso, cuando terminó sus negocios, habló con un chico que parecía tener la sonrisa fija al rostro. —La chica en el árbol… —comenzó el pelirrojo a hablar, pero Andreu no le permitió completar su frase.   —No está en venta —dijo tajante. —Te daré lo de tres esclavas por ella —negoció el pelirrojo y al administrador de esa casona se le iluminó el rostro. El dinero era su razón de vivir, por eso terminó aceptando. —De acuerdo —dijo—. De todas formas, es muy común que las esclavas escapen de las casas, ¿no es cierto? Gamaliel le sonrió y, entregándole el dinero acordado, se dirigió a una chica que parecía a punto de morir. En cuanto zafaron los amarres la chica cayó al suelo inconsciente. Entonces un hombre fornido, que escoltaba al pelirrojo, la tiró en la carreta en que llevaban algunos comestibles hacia la mansión del hombre de los ojos azules.
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