—Tienes que dejar de comprar esclavas solo por lástima, vas a quedarte en la ruina Gamaliel —regañaba un rubio en bata blanca a su amigo pelirrojo.
—¿Te diste cuenta el estado en que estaba? —preguntó el pelirrojo en un suspiro, y el rubio de ojos azules asintió.
—Lo hice, yo la revisé —aseguró Nathan—, pero tú no eres el salvador de los esclavos, no tienes que hacerlo.
—Es que no puedo creer que los traten así, son esclavos, no sacos de boxeo —refunfuñaba Gamaliel—. Uzel es una bestia.
El médico concordó con Gamaliel.
—Aunque nunca lo vi ensañarse con nadie de esta manera —dijo Nathan que miraba con lástima a la demasiado delgada chica en la cama—. Gamaliel, ella estaba embarazada —anunció con un poco de pena Naruto.
La chica en la cama se mordió el labio y contuvo sus lágrimas con su respiración. No le fue difícil, hacía demasiado tiempo había aprendido a contenerse y a llorar sin que nadie lo notara.
Llorar siempre le daba problemas y, de parte de Salomo, golpes.
La chica pasó algunos días en ese lugar que parecía un dispensario médico. Había allí una chica parlanchina que siempre la cuidaba, la alimentaba y le platicaba infinidad de cosas durante todo el tiempo que no estaba cuidando otros pacientes, limpiando o cantando.
—¡Vaya! casi pareces ser humano —dijo el pelirrojo que entraba acompañando a Nathan un par de semanas después.
La chica los miró a ambos entre sorprendida y asustada.
—Te darán el alta —informó, hablando con una tierna sonrisa, la chica que casi siempre le hacía compañía a una que ya no parecía muerta—. Voy a echarte de menos, aquí nadie escucha como tú.
Eso parecía un cumplido, pero la de cabello cenizo no pudo ni esbozar una sonrisa.
—¿Te sientes mejor? —preguntó el rubio que se acercaba a ella. Ella tragó saliva y asintió demasiado nerviosa—. Ya te dije que no te voy a comer —recordó el médico burlón, para terminar explicándole algo que ella necesitaba saber—. Tu nuevo dueño es él.
La chica sintió cómo el aire la abandonaba, y miró con mucho miedo al otro hombre en el cuarto. Un nuevo amo sonaba al inicio de una nueva pesadilla, y odiaba haber sobrevivido para eso.
»Tranquila —pidió el rubio sonriéndole amplio—, él no es tan malo.
Pero, aunque el hombre que le había sanado asegurara eso, a ella no le tranquilizaba demasiado.
Salomo había sido horrible, pero al menos ya sabía a lo que se atenía con él. No estaba segura de cómo tendría que reaccionar con su nuevo amo.
Pensando en eso respiró profundo y se tragó el miedo. Era mejor que no lo hiciera enojar. De hecho, le habría encantado regalarle una sonrisa para que la tratara bien, pero lamentablemente ella se había olvidado como sonreír.
Mientras los dos caballeros platicaban a unos pasos de ellas, la chica parlanchina le ayudó a vestir algunas prendas que había llevado el pelirrojo.
—Tienes un cuerpo magnifico —dijo la enfermera, atrayendo la atención de los dos hombres.
Pero la ojinegra ni se inmutó. A ese punto, más que sentirse orgullosa de su escultural figura, la odiaba inmensamente.
Cuando la chica parlanchina la empujó a su nuevo amo, ambos se despidieron, ella con una inclinación de cabeza y Gamaliel con un abrazo a su amigo.
—Gracias por todo —dijo el pelirrojo, recordando a la chica de cabello casi rubio algo que debía hacer.
—Gracias por todo, Teresa —dijo una voz melódica y suave que sorprendió a todos.
—No es muda —obvió Nathan, señalando algo que todos habían escuchado.
—Tienes una voz hermosa, señorita —aseguró Teresa sonriendo.
La chica no se llamaba señorita, Teresa la había nombrado así porque era la impresión que le había dado una mañana después de un baño mientras la joven miraba a la ventana en una postura perfectamente erguida y con la serenidad impresa en el rostro.
A Teresa le alegró mucho escuchar a la joven por primera vez, pues, en todo el tiempo que estuvieron juntas, nunca logró que le dijera su nombre, ni siquiera logró una palabra; pero le alegraba inmensamente que ella incluso se hubiera aprendido su nombre.
» Iré a visitarte —dijo la castaña de chonguitos, segura de que podrían ser buenas amigas.
La joven que recibía dicha promesa negó asustada.
Por mucho que le hubiera caído en gracia a la enfermera, ella no la recibiría en casa ajena, mucho menos cuando esa era la casa de su nuevo amo.
—Será un placer recibirla, Teresa —aseguró el pelirrojo haciendo una ligera inclinación de cabeza, acción que repitió la de ojos oscuros y siguió a su amo algunos pasos atrás—. Sube —dijo en seco Gamaliel cuando llegaron al carruaje.
Ella negó sin decir una palabra. Era muy inapropiado que una simple esclava se trasladara en el carruaje de los dueños. Solo los acompañantes, maestros o sirvientes principales eran dignos de semejante lujo.
» Anda, sube —pidió Gamaliel en un tono algunos decibeles más abajo al verla tan nerviosa—, vivo muy lejos, no llegarías caminando.
Y, agachando la cabeza, la chica se adentró en el carruaje segura de que se arrepentiría de ello más tarde.
» En serio tienes una voz hermosa —aseguró Gamaliel a la chica una vez en el carruaje—, igual que tu cuerpo.
Eso la hizo incomodar y, aunque intentó que no se notara, el pelirrojo se percató de ello, incomodándose también.
El hombre no supo qué decir para tranquilizarla. No podía prometerle que no la tocaría, después de todo, ella le había costado mucho dinero; así que el resto del camino se tornó en un profundo e incómodo silencio.
* *
La chica castaña de ojos oscuros tenía horribles recuerdos como esclava, su experiencia al respecto incluso le provocaba pesadillas, pero en esa casa era otro cuento, allí nadie la trataba mal, aunque tampoco la trataban como alguien especial. Ella era solo otra criada, pero eso ya la había subido demasiado de rango.
Esa chica no era nada común, fue lo que Señor de la casa se dio cuenta al observarla continuamente.
Ella sabía acomodar una mesa a la perfección, conocía el lugar correcto de cada cubierto, Gamaliel lo supo al verla hacerlo un día que, distraído, entró al comedor más temprano de lo habitual; su postura era correcta, erguida, casi arrogante, el pelirrojo lo sabía porque la observaba de lejos mientras caminaba o se detenía, aunque se inhibía demasiado con la presencia de los otros, sobre todo si eran hombres; y la chica, de nombre Airam, sabía leer demasiado bien, el nuevo amo se enteró un día que, mientras caminaba por un pasillo, escuchó a su sobrino León preguntar a alguien como se leía una palabra y la voz que respondió fue la de Airam, que hablaba un poco más que antes.
Airam sentía vivir en el paraíso, pero tenía demasiado claro que lo que hacía hasta ese momento no eran todos sus obligaciones pues, por mucho que hiciera los deberes de una criada, y por muy de calidad que fueran sus ropas, ella seguía siendo una esclava que le pertenecía a uno qué, quizá por lastima, o por sobra de mujeres, no había reclamado su cuerpo aún. Sin embargo, ella tenía que cumplir su deber, y la oportunidad se presentó.
Una mañana tocó a la puerta de Gamaliel para llamarlo a desayunar, y lo encontró aún dormido y con un pequeño problema a la altura de la cadera.
Airam respiró profundo y se encaminó a cavar su propia tumba. Ella metió la mano entre las sábanas y comenzó a masajear el prominente m*****o del que comenzaba a jadear sin despertar.
La joven era buena en lo que hacía, debió aprender bien a complacer a Salomo, así que los quejidos del de ojos azules no eran de molestia, sino de puro placer.
Una oleada de placer atravesó la espalda del que abría los ojos al sentir como su m*****o era engullido por alguien.
Gamaliel se incorporó tras deducir que eso era mucho más que un sueño, y se sorprendió por lo que veía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó el pelirrojo a la joven que lo veía con los ojitos acuosos.
Pero ya no pudo decir más, empujando un poco la cadera al frente, mientras dejaba caer su cabeza atrás y empuñaba la sábana con sus manos, el hombre ahogó un gruñido al chupón que dio la chica al apartar su boca de su m*****o.
—Lo lamento, Señor Savage, no quería despertarlo, solo le ayudaba con esto —dijo la chica con cara de sorpresa al ver que la erección de su amo era aún más grande que antes.
Airam se maldijo internamente por haberlo incitado al sentirse empujada a la cama por el hombre que se encontraba sobre ella.
Tenía miedo, claro que lo tenía, pues había pasado tiempo de que nadie la había lastimado como esperaba sucediera.