3- Tal como la imaginé.

1642 Words
Pov: Elliot Hilltop. —¿Qué clase de loco enfermo eres? —escupe con desprecio. También me esperaba esa respuesta. Es increíble el parecido con su madre. Es como si todo lo que hubiera leído se hiciera realidad. Imaginé que la genética era fuerte, no imaginé que tanto. —Usar el término enfermo es incorrecto, señorita Walker. Alguien así padece una falencia a nivel organismo, tanto físico como mental. No es mi caso. Estoy perfectamente sano —sonrío de lado. Mis hombres observan mi mano sangrar. Insólita y fascinante. Acaba de despertar de un sedante y la adrenalina en su cuerpo está disparada a tal grado que se puso de pie. —Tompson —chasqueo los dedos con mi mano sana y no tarda en traer algo para detener el sangrado. —¿Señor, necesita un médico? —indaga con preocupación. —Sí, para la señorita Walker. La veo jadear y sentarse en el sillón, no está del todo bien. —Un vaso de agua y una manta —ordeno. —No, nada de eso. No quiero nada. Lo vuelvo a repetir, maldito loco. ¡SOY WALLACE! —¿cómo es posible que ella no vea que es 100% Walker? Camino para sentarme en mi escritorio, mientras ella se encuentra aún en el sillón que hay dentro de esta oficina. —Señorita Walker, no comprendo su afán por negar… Me tenso cuando por un milímetro a un lado de mi rostro pasa el pequeño cuchillo que ella tiene. Este se clava en la biblioteca que está detrás de mí. —Tranquilos, estoy bien —advierto a mis hombres. —Wallace, señor idiota que secuestra mujeres —sus ojos azules intensos se clavan en mí, amenazantes. Ella es magnífica. —Señorita Walker no tiene nada que tirarme ya —se quita un zapato y me lo lanza. Lo esquivo. Me lanza el otro y lo atrapo con mi mano antes que me de en el rostro. —Señor —uno de mis hombres está exasperado. —Salgan por favor, déjenme a solas con mi mujer. —¿Quién carajo te crees para decir mi mujer? No te conozco, demente. ¡Quiero irme ahora! ¡YA MISMO! —vocifera encolerizada. —Me disculpo por mi falta de respeto —tomo de mi escritorio el folder con el contrato y el cuaderno de mi padre. —Su falta de decencia, de lucidez y de puta coherencia. Faltó eso —agrega y se soba la nuca. —¿Se siente bien? Ya vendrá el médico. —Olvida el médico, déjame ir. No sé quién eres y por qué me has traído con ideas tan absurdas —reprocha. Camino hasta el frente de mi escritorio apoyándome con mis piernas cruzadas en los tobillos. Apoyo mis manos en la madera detrás de mi. —Me presento, soy Elliot. Lamento mucho la forma en que mis hombres la trajeron, aún no aprenden a respetar a las damas. Les di órdenes claras de que si usted no deseaba aceptar la invitación debían abortar la misión de traerla conmigo —aclaro esta vergonzosa situación. Voy a reprender a todos estoy inútiles que no saben usar la diplomacia para traer a las personas. —Sabía que no iba a aceptar, no me venga con idioteces. —Porque no me ha escuchado, cuando lo haga estoy seguro que aceptará mi propuesta, señorita Walker —rueda los ojos. —Walker es el apellido de mi madre, ¿por qué sigue insistiendo en eso? —suspiro. —Porque tal como mi padre me describió a su madre, es usted. Valiente, tenaz, temeraria. Una mujer que no le teme al peligro, dispuesta a lo que sea por su supervivencia y con una capacidad de predicción impresionante. Además de hermosa y con carácter. La genética perfecta. No se equivocaba y pensar que alguna vez dudé de ello. Arquea una ceja. —¿Su padre conoció a mi madre? No entiendo por qué mi madre conocería a un loco, porque eso es lo que parece, por lo que me cuenta. Usted heredó todo eso —agrega sin temor. —Mi padre estaba completamente enamorado de su madre, aunque optó por la fascinación. Tengo un cuaderno entero donde la describe y fue muy claro cuando habló de mujeres conmigo. La única perfecta podría provenir de una Walker. O sea usted —arruga su rostro. —¿Qué carajos? Quizás para ella no tiene sentido, puede ser por ignorancia de lo que su madre ha soportado en su juventud o simplemente porque no se siente identificada con ese espíritu audaz. Pero que ella lo es, estoy seguro. —Lo que escucha, necesito que se convierta en mi esposa. Sería algo meramente contractual. Aunque no me desagradaría combinar genética con usted, podemos verlo en el futuro. Imaginé su genética con la mía. Primero lo primero —saco del folder el contrato. —Permíteme reírme —se carcajea. Me acerco hasta ella y coloco sobre la pequeña mesa que tiene en frente el contrato. Y aunque ella a cada instante parece más reticente a esto, no ve lo que yo. Lo lleva en la sangre, la forma en que me mira desafiante aún cuando vio a mis hombres armados. Cualquier otra se asusta llora y súplica, ella ordena y eso es lo que necesito, alguien que esté a la altura de mi vida. Porque no cualquiera puede resistir lo que viene, ella lo hará, no me quedan dudas. —Entiendo perfectamente que esto pueda incitar en usted un poco de humor. No es una broma, la veracidad de mis palabras están plasmadas en este contrato, señorita Walker —agrego con seriedad. —Oh Dios, hablas en serio —su mirada está llena de horror. —Claro que sí. La necesito, señorita Walker, más de lo que imagina. Le daré lo que quiera, dinero, lujos, ¿quiere una constructora a su nombre? La tendrá. Quiere que compre un submarino se lo compro, quiere tres edificios, tres empresas. Todo lo que me pida se lo daré si acepta —abre sus ojos con asombro. Así de necesitado estoy. Luchar solo y tener que lidiar con proteger a alguien a la vez no es fácil. Con ella seríamos un equipo. —¿Y todo eso por casarme con usted? —asiento con calma. —Solo necesito dos cosas de usted: Que se convierta en mi esposa y que siga siendo usted misma. No existe nadie más que pueda hacerlo en este mundo. Una risa sarcástica sale de sus labios. —Woow… increíble, Elliot. —Puedo serlo más, solo debe pedirlo —niega riendo con ironía. Ella y yo nacimos de padres con una inteligencia superior. Está comprobado científicamente que el material genético se conforma por todo lo aprendido hasta antes de la concepción de los hijos, por eso somos perfectos. Porque somos la mejor versión de nuestros padres. No es obsesión. En ciencia. —¡Vete al carajo, Elliot! Quiero irme ahora mismo —saca su teléfono—. Te daré cinco minutos antes de que llame a la policía. —¿No quiere pensar mi propuesta? —sugiero. —No me interesa, ni va a interesarme algo así jamás. Olvida que me conoces, que tu padre conoció a mi madre. Muchos locos la conocen, no es que sea especial. Llévame a mi maldito auto, ahora. Tomo el teléfono de mi oficina. —Tompson, cancela el médico. La señorita Walker se marcha. Trae un auto para llevarla —ordeno—. Hecho, se irá. Es lamentable. ¿No existe alguna forma de que piense mi propuesta? —Drogada y con problemas mentales —escupe mordaz. —Temo que no será posible, así tal cual es la necesito. Bajo efectos de estupefacientes y padecimientos mentales no sería usted —me acerco hasta ella extendiendo mi mano—. Fue un placer, nunca pensé que sería tal como la imaginé. Duda, pero estrecha su mano conmigo observándome curiosa. Quita su mano con rapidez. Observo mi mano. Electricidad, que curioso. —Señor, ya está el vehículo esperando afuera. —informa Tompson. Suspiro derrotado ante su negativa. —Me voy, diría un placer, pero la verdad, no lo fue —se levanta. —Espere, necesito que se ponga esto antes de salir. Es por mi seguridad—saco de mi bolsillo un pañuelo de seda rojo. Arquea una ceja curiosa. —¿Eso? —Para sus ojos —me acerco—, ¿me permite? —Si me haces algo, me libraré y lo lamentarás —amenaza. —No quiero hacerle daño —aseguro. Solo quiero que esté a mi lado y me ayude a librarme de mi condena. —Bien… —se da la vuelta y con cuidado coloco en sus ojos la venda. Soy cuidadoso y la amarro detrás de su cabeza. Su respiración es pausada, pero pesada. Su perfume es dulce, es como si emanara energía. Extraño. —Si cambia de opinión, llámeme. Nunca sabe si soy lo que usted está buscando. Piénselo, no sabía qué era lo que buscaba hasta que me hizo sangrar —susurro en su oído. Su piel se eriza y mi nuca cosquillea. —No tengo nada que pensar. Que tenga buena vida y deje de secuestrar mujeres. —Nunca lo he hecho, lo suyo fue un error. Mis hombres no estaban listos para tanto. Si ve que es usted una mujer fascinante. Hasta pronto, Renata Wallace. Uno de mis hombres la guía a la salida y ella lo empuja porque ni con los ojos vendados permite que alguien tenga el control. Con lo que adoro tener el control ella se presenta como mi mayor contradicción y mi más difícil desafío. —Señor, ¿se negó? —Lo hizo, no comprendo los motivos, pero no me daré por vencido. La necesito a como dé lugar. Plan B, Tompson. —Entendido, señor.
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