Kalila despertó en una de las habitaciones, y cuando vio la altura del techo, supo a quien le pertenecía.
— Nuriel. — susurro no muy convencida si los recuerdos que su mente le mostraba realmente sucedieron o si solo enloqueció, pero para su tranquilidad, allí a su lado estaba él. — Nuriel. — repitió con asombro y porque no, alegría, ¿Cuánto tiempo había soñado con él? Desde mucho antes de aquel día que lo vio en el prado. — Realmente estas aquí. — toco su rostro tan bello e imponente como lo es el único Fénix, su piel era suave, cálida, de un color, muy parecido al café con leche, le gustaba, le encantaba tanto como el alvino rostro de Ikigaí.
— Mi hermoso fuego eterno. — dijo viéndola a la cara, su voz era áspera, dejando en claro lo que la joven le producía con solo una caricia. — No sabes cuanto anhelaba el tenerte en mis manos, en poseer tu cuerpo, y alimentarme de tu alma. — debería estar asustada, más que el hijo de un dios sonaba a demonio, pero no le importaba, solo queria una cosa de él.
— Perdón. — susurro a milímetros de sus labios, seduciendo al fénix que solo la veía confuso, con sus manos recorriendo su delicado cuerpo, tratando de ser tierno, quizás, pero despertando muchas cosas en la joven pelinegra.
— ¿Por qué esa palabra sale de tus labios? ¿Qué debería perdonarte? Si mi deber solo es adorarte. — la respuesta del primogénito del dios sol hizo que los labios de Kalila se estiren en una enorme sonrisa, al tiempo que escapaba de sus manos, sin preguntar siquiera a que se debía las ropas que tenía puesta, solo camino hacia la puerta, de manera coqueta.
— En ese caso… puede que a ti no te importe que haya perdido mi pureza, pero a mi si, y quiero que hagas justicia por mí. — la voz de Kalila era algo que el fénix llevaba grabada en su mente y corazón, una hermosa melodía, que no cambiaría con los años, ni con nada.
— Como órdenes mi amada. — Al estar de pie, dejo ver su gran altura, provocando que la joven se lamiera los labios, y emprendiera el camino a un comedor que ya lucía un desayuno más que nutritivo y donde cuatro seres esperaban por ellos.
— Buenos días mi… — Ikigaí giro para rozar sus labios como cada mañana, un roce casi inocente, que a la joven la hacía enrojecer, y que a la quimera le parecía una migaja de afecto, en comparación con todo lo que deseaba hacerle, pero ante la vista de todos, el peli azul dio un paso atrás y la vio casi con espanto. — ¿Kalila? — indago aun viéndola, pues era ella, o al menos era su cuerpo.
— Quimera. — susurro con desprecio y fue cuando Ikigaí vio con preocupación al Fénix.
— ¿Con quién comienzo mi eterno fuego? — pregunto el gigante, pasando por alto la notable pregunta que Ikigaí le estaba haciendo solo con la mirada, mientras los hijos de la luna se pusieron de pie ante la pregunta del pelirrojo y la joven sonrió de manera espeluznante.
— Con todos, quiero ver arder a todos, ¿puedes hacer eso por tu fuego eterno? — pregunto con voz aniñada y quejumbrosa, demasiado melosa, una que Kalila jamás tuvo.
— Lila… — Ukara la llamo, no por su pedido al fénix, sino por el aire que había alrededor de ella, no era normal.
— No me hables brujo, tú no eres digno ni siquiera de verme a los ojos. — escupió con verdadero rencor.
— No es ella, no es Kalila. — reconoció Tahiel olfateando el aire.
— Lo se. — intervino Nuriel, y la joven giro para verlo con odio, debió suponer que no podría engañar al fénix, se recrimino la joven. — Ikigaí. — llamo a la quimera que aún estaba aturdido, pero que reacciono en el momento que la joven se fue sobre Nuriel.
— ¡Maldito fénix! — grito cargada de desprecio y fue cuando Ikigaí la envolvió con su cabello, sabía que esto sucedería, en el mismo segundo que la trajo de regreso de entre los muertos, pero también sabía que ellos podrían contenerla, los hijos de la luna no eran sus compañeros, no se debían a ella.
— Déjala tranquila Kiriko, no quieras enfrentarte a mí. — advirtió la quimera, aunque era una amenaza vacía, solo podía confiar el futuro de todos los seres mágicos, a esos tres descendientes de la luna, que para Nuriel eran insignificantes.
— Tu… no tienes poder sobre mí, lo que eres, lo que representas, pierde sentido al estar conmigo, o mejor dicho con ella, ¿Qué está bien? ¿Qué está mal? dime Iki, ¿serias capaz de matarme? tú que sentiste mi dolor, soy tu lago de vida, ¿o no soy nada? — sabía que no era Kalila quien decía aquello, pero era su rostro, su voz, y dolía de tal forma sus palabras y burla en ellas, que uno de los sellos que la quimera llevaba en forma de brazalete se partió, provocando que Ikigaí ya no luciera tan delgado y bajo, ahora su apariencia se asemejaba más a Declan, al menos en lo físico.
— Detente. — pidió con agonía en la voz, mientras su cabello la liberaba.
— Quiero que mueran, quiero que mis compañeros me protejan, ¡es su deber! — no parecía débil, y tanto Ikigaí como Nuriel sabían que no lo era, ella podía matar a esos tres, aun así, ante el pedido de protección de su compañera eterna, nada podían hacer, pues ya lo habían dicho, ellos eran sus esclavos.
— Será como tu digas.
El cabello de Ikigaí comenzó a brillar, aun sus ojos mostraban dolor, y los de Nuriel cierta duda, pero ambos obedecerían a su compañera, eran sus esclavos y Kiriko lo sabía.
— Será mejor que corran. — susurro Ikigaí mientras su cuerpo cambiaba, dejando ver sus dos cabezas, su verdadera esencia.
— Aunque de todas formas los encontraremos. — advirtió Nuriel y cuando el fuego estaba tomando su cuerpo, Declan dio un paso al frente, aún más cerca de Kalila, o al menos de su cuerpo.
— Hazlo tu. — le ordeno a la pelinegra de forma fría, pero sus ojos dejaban en claro el dolor que sentía.
— Tu no me ordenas. — escupió entre dientes la joven.
— Lo hago porque es tu trabajo… ¡solo eres una maldita cazadora! — la quimera rugió al sentir el dolor de Kalila y podían sentir el fuego de Nuriel incrementarse, pero para este vampiro poco importaba. — Vamos maldita cazadora, muestra tu verdadero rostro, deja ver que hicimos lo correcto en el prado.
— … — Ikigaí regreso a ser humano, solo cuando vio a su lago de vida dar un paso atrás, con los ojos aguados, y fue cuando le hizo una señal a Nuriel, para que se tranquilizara, era insoportable, pero estaba funcionando, Kiriko retrocedía y Kalila regresaba de ese letargo donde el alma de la cazadora la había encerrado.
— Solo eres una cazadora. — dijo Ukara, viéndola con recelo y sin simpatía alguna, aunque Ikigaí también podía sentir el dolor en su corazón al decir aquellas palabras.
— Solo eres algo que no debe existir. — la voz de Tahiel no era normal, y eso se debía a que estaba en fase, solo se contuvo lo suficiente para lanzar su acusación, antes de convertirse en lobo y saltar sobre Kiriko o Kalila, ya no sabían que alma ocupaba el cuerpo de la pelinegra.
— ¡No! ¡no! — grito llena de pánico y solo por tener al lobo de Tahiel sobre ella, mostrando sus colmillos, a punto de morderla. — No soy mala, no soy una cazadora. — concluyo entre lágrimas y solo entonces Tahiel la dejo, no por su llanto, sino que podía oler a Kalila nuevamente, sin rastro de Kiriko.
— Lo siento. — dijo Ukara viéndola aun tendida en el piso y salió de la casa sin rumbo fijo, no podía soportar lidiar con eso, no con el rostro cubierto de lágrimas de Kalila.
— Kalila. — la llamaron al unisonó sus compañeros mientras la ayudaban a ponerse de pie, aunque la joven solo podía ver a Declan y al lobo de Tahiel salir tras Ukara.
— Iki, Nuriel. — solo cuando ambos la tomaron en brazos, fue que la joven rompió en llanto, no de pena, estaba asustada y no era por lo que los hijos de la luna habían dicho o hecho, tenía miedo de ella misma.
— Tranquila cariño. — la quimera regreso a ser humano, aunque ya no podría tomar su forma inocente, ahora su cuerpo quedaría con la apariencia física de un hombre musculoso, pero de estatura promedio.
— ¿Qué fue eso Ikigaí? Yo… Nuriel, ¿realmente estas aquí? — estaba aturdida y no era para menos.
— Dime ¿qué es lo último que recuerdas? — ordeno el fénix tomándola en brazos, mientras Ikigaí le servía una taza de agua con hiervas para que se relajara.
— Anoche…tu llegaste… y me tomaste, tu… me hiciste el amor — las mejillas de Kalila enrojecieron tanto como el cabello del fénix y aunque no era el momento Nuriel solo pudo sonreír con regocijo.
— Así es mi fuego eterno, y espero que te gustara tanto como a mí.
—... Si me gusto. — confeso en un susurro y fue cuando Ikigaí hizo sonar su garganta.
— ¿Recuerdas algo más mi hermoso lago? — la sonrisa en el rostro del pálido hombre era tirante y nada natural, aun así, no haría sentir mal a su compañera.
— No… es decir… no recuerdo nada hasta hace un momento, cuando ellos… comenzaron a decirme cosas, pero antes escuche… una voz, pero no sé de quien era.
— ¿Escuchaste una voz de mujer? — indago Ikigaí.
— No, no era una voz de mujer, era un hombre. — las declaraciones de Kalila no tenían sentido, al menos para Nuriel e Ikigaí.
Ukara estaba casi corriendo por ese bosque que poco a poco comenzaba a sentirse familiar, quizás se había resignado a que viviría por siempre allí, tal vez, solo necesitaba escapar de lo que sentía.
— ¡Ukara! — lo llamo Declan, podría solo correr hasta estar a su lado, pero conocía a su amigo, estaba afectado por algo, y no era bueno solo imponerse, el aire a su alrededor era tan caliente que marchitaba cada planta que tocaba. — Ukara ¡detente! — ordeno como el líder del pequeño grupo de amigos, cuando vio al brujo mover sus manos y comenzar a hacer caer árbol tras árbol, ya Ikigaí les había dicho que no podían modificar su bosque sin su permiso, la quimera era celosa y territorial, no le gustaban los cambios que los demás pudieran hacer a su entorno. — Ukara. — repitió ya con los colmillos fuera, cuando el vendaval que libero el brujo hizo cambiar de recorrido un pequeño riachuelo que bajaba de una montaña.
— Déjame en paz Declan, solo ¡déjame! — el brujo era el más pequeño de los tres, al menos por un par de años, aun así, tanto el vampiro como el lobo lo habían protegido siempre, si bien era sabido que los brujos tenían un gran poder, también sabían que su cuerpo era como el de un humano común, al menos hasta que encontrara su media alma, podían enfermar, lastimarse e incluso morir con mayor facilidad que un vampiro o lobo, más en la condición de Ukara que había sido rechazado por su compañera.
— Sabes que eso no sucederá. — interfirió Tahiel colocando una mano en el hombro de Ukara.
— Ese es el problema Tahiel, ya no sé nada, ya no me interesa saber nada. — ver a Ukara llorar como un niño, los desestabilizaba, eran de diferentes especies, pero eran como hermanos, unidos desde niños por una camaradería casi indestructible. — Ya no quiero saber cuánto más la lastimamos, ¿no lo comprenden? Toda la vida la tratamos como si fuera un demonio, la matamos, por la diosa… nosotros matamos a Kalila y ahora…
— Y ahora mantendremos a esa cazadora a raya. — la voz de Declan era la de antaño, cargada de odio y rencor.
— No la lastimare, ¡nunca más lo hare! — Ukara prefería morir antes de tocar un solo cabello de Kalila sin su consentimiento.
— No lastimaremos a Kalila, solo… los viste, ellos no pueden negarle nada a su destinada, y esa tal Kiriko lo sabe… — explico con calma Declan, tal vez tenía un mejor panorama de lo que sucedía con la cazadora.
— Tú estás hablando…
— De nuestro trabajo Ukara, nuestra penitencia eterna, cuidar a Kalila de ella misma, yo… puedo sentir su alma, la verdadera, la de la simple humana, tiene miedo, tiene pánico de lastimar a quienes quiere, y si sus compañeros no pueden mantener a raya a esa otra alma en su interior, será nuestro trabajo hacerlo, pero debemos permanecer unidos.