6

871 Words
En casa mi madre me vio tan triste que preparó lasaña de pollo en salsa blanca y mi papá fue por helado de chocolate. No me sentía mal porque Brandon quisiera o no salir conmigo sino porque era cierto lo que había dicho: no tenía ni un amigo de mi edad con quien conversar estas cosas, estaba completamente abandonada. Además ya no quería sobrecargar a mis padres, hacían demasiado por mí. Estuve jugando con Cristina, Pierre y Kailan de que la bebé era Moisés y la tirábamos en una canasta para que otras personas la encontrarán al final del río. Ellos eran una cura para el alma, para el desasosiego que sentía, supuse que a partir de ahora serían mis nuevos amigos. Estaba feliz de tenerlos sino quién sabe que sería de mí. Antes de irme a dormir vi que tenía una mensaje de Brandon: «discúlpame, luego te puedo compensar» lo ignoré, tenía mucho sueño y él siempre había tenido la costumbre de hacer comentarios hirientes para luego fingir que era algo sin importancia. Pero no era así, en esta ocasión me había lastimado de verdad: si mi esposo estaba muerto y, no, yo no estaba buscando revolcarme con otro. Al día siguiente en el trabajo pasé de él todo el rato, escuché a la gente diciendo que como era tan osada de ignorarlo cuando me invitó a salir. «Debería agradecer que el se compadece, lo único que genera con ese hábito n***o y esa cara de niña pobre es lástima» esas palabras me sentaron mal, ya andaba demasiado sensible. Estuve un buen rato encerrada en el baño, llorando como magdalena y lamentándome de mi horripilante existencia. No tenía ganas de salir de allí ni de lidiar con mis compañeros de trabajo. Fui a tomar agua para calmarme y luego regresé a la contienda. Era hora del café de la tarde del jefe. Se lo dejé en silencio en el escritorio e intenté pasar desapercibida pero antes de que pudiera escapar el me llamó: —Serina—me volteé lentamente y lo miré a los ojos. —¿Qué pasa? —Siento si ayer te ofendí, no era mi intención, ya te dije que puedo compensarlo. —Si me ofendiste—respondí con seguridad—pero no necesito ninguna compensación. No todo se puede comprar Brandon, la vida de mi esposo es un ejemplo de esto... Lo he perdido para siempre y lidio día a día con el dolor permanente de su partida. No es necesario que tú y tu séquito de adeptos se burlen de mi dolor, estoy sufriendo, aferrándome a las cosas buenas que tengo para levantarme cada mañana—sus pupilas grisaceas, profundas y misteriosas me escudriñaron por completo—para seguir, para no tirar la toalla. Deseo mantenerme en pie, no es tan fácil pero estoy aquí y te pido encarecidamente que nunca vuelvas a faltar el respeto a la memoria del hombre que amé. Yo no quiero acostarme contigo ni con nadie, no me importa si tienen dinero o buen aspecto, mi corazón sigue en duelo. —De verdad lo siento, se nota cuanto afecto le tenías. —¿Y cómo no, Brandon?—mi tono sarcástico me dejo en evidencia—si fue mi más grande amor, mi esposo y el padre de mis hijos. —¿Tienes hijos?—preguntó Brandon atragantandose con el café. —Si, tengo tres. Dos niños preciosos: Pierre y Kailan y una bebé lindísima: Cristina. —No tienes pinta de ser mamá—comentó analizandome—menos de tantos. —Mmh, ¿Entonces de qué tengo aspecto? —De jovencilla rebelde—sonreí. —En la universidad lo era pero han pasado muchos años desde eso. —¿Y cómo lidias con las criaturas?—preguntó curioso. —Pues normal, no se me dificulta... Me gusta la maternidad a pesar de que es algo demasiado agotador y desgastante pero para serte sincera no lo veo como un error o una sobrecarga. Si es una responsabilidad enorme pero a mí me entretiene bastante, aunque no niego que de vez en cuando me vuelvo una bruja desquiciada. —No sé como haces, a mí no me gustan los niños—asentí en silencio. —Totalmente comprensible, son locos—él sonrió—los míos se confabulan con sus abuelos para estar de vagos todo el día comiendo golosinas. A veces incluso convencen a mis padres de no bañarse. —Pff, yo no tengo nada de paciencia, nunca he querido ser padre. —Yo tengo demasiada y siempre quise ser madre—sentí que mis ojos se iluminaban, esos niños eran todo para mí. —¿De verdad?, no recuerdo que comentaras algo al respecto cuando éramos amigos hace años, siempre te vi como una revolucionaria indecente pero resulta que eres una madre abnegada y tradicional. —No creo que me preguntaras nunca si me gustaban los niños o quería tener. En fin que si, Carl y yo decíamos que haríamos un equipo de fútbol—sentí una pesadez en el corazón—pero a veces las promesas que hacemos no están destinadas a cumplirse. —Si, como cuando me prometiste que siempre seríamos amigos. —Pues supongo que aún lo somos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD