Pasión y ternura

2184 Words
Era demasiado perfecto. Yo sabía que podía conquistarla, pero jamás pensé que ella se enamoraría de mí de aquella forma, tan rápida y profundamente. Aunque eso me daba un gran aliciente para esto, mis padres se habían enamorado de la misma forma y hoy, treinta años después, seguían tan enamorados como siempre.  Lucía era preciosa, su cabello castaño, su boca pequeña, sus ojos color miel, inocentes, dulces con un brillo de rebeldía y su cuerpo grácil y delicado la hacían la más bella de las mujeres, por lo menos para mí, desde que la conocí, hacía un año ya, no podía quitármela de la cabeza y, cuando podía, iba a su universidad, solo para verla. Se había convertido en parte importante en mi vida, aunque sólo fuera de lejos. Pero ahora tenía la oportunidad de ser feliz con ella, de casarme, de formar una familia. La semana siguiente hablé con Gustavo, un hombre irresponsable, adicto a las apuestas y al juego, mujeriego y vividor, defectos que su hija desconocía y que él cuidaba muy bien de esconderlo de ella. A mí no me importaba lo que hiciera su padre, ella era muy distinta a él, se parecía mucho más a su madre, muerta hacía ya más de cinco años en un horrible accidente, una mujer muy encantadora. Yo los conocí hacía siete años, cuando llegué a este país, buscando abrirme paso por mis propios esfuerzos, lejos del alero de mi padre. Fuimos a un restaurant para hablar de los detalles del matrimonio, ninguno mencionó la supuesta compra, yo no lo haría, para mí, no valía la pena, estaba con Lucía y eso era suficiente. Jamás fue mi meta comprarla, para mí no era un objeto, pero esa era la única forma de sacarla de la relación enfermiza que tenía con el tipo de la universidad, por eso no dudé en hacerlo.  Por lo pronto, esperaba casarme lo antes posible con ella, a mis treinta años, no estaba para esperar demasiado a dar ese paso y así se lo hice saber a ambos. ―No lo sé ―dudó Gustavo―, yo creo que deberían esperar. ―¿Por qué, papá? ―preguntó Lucía un poco incómoda. ―Porque tú eres muy joven todavía y ni siquiera has terminado de estudiar. ―Puede continuar sus estudios casada, en eso no hay problema. ―Eres una niña. ―Me ignoró, algo no andaba bien. ―Papá, tengo 23 años ―contestó ella de mal humor. ―Lo sé. ―El hombre bajó la cara. ―¿Qué pasa, Gustavo? ―intervine con decisión. ―Nada, ¿debería pasar algo? ―¿No estás de acuerdo en que me case con tu hija? El hombre miró a su alrededor y luego miró a Lucía con gesto culpable. ―Lo siento, hija, pero Francisco quitó mis tarjetas de crédito y... Yo miré a Gustavo y a Lucía, lo hice, sí, para evitar que él se gastara el dinero en los casinos y con las prostitutas que allí había. Hacía cinco años me hice socio capitalista de sus empresas y, si no fuera por mis habilidades, la empresa se hubiese ido a quiebra en menos de un año, pero al ver cómo Gustavo gastaba el dinero y que su hija apenas sí tenía para comer, me hice cargo de algunos gastos, dejándole a él, las otras responsabilidades, sin embargo, él fue de mal en peor y el dinero endeudado era mucho más del que podía pagar. En ese momento conocí a Lucía y me enamoré, lo que hizo que me hiciera cargo no sólo de las deudas de la empresa, también me hice cargo de ella, de sus gastos, sus gustos y necesidades, dejando a su padre fuera de eso, ella no volvería a pasar necesidad alguna, mientras yo pudiera evitarlo. ―Francisco… ―Lucía me hablaba, pero yo estaba demasiado embebido en mis pensamientos. ―Lo siento ―contesté, no tenía idea lo que me había dicho. ―¿Escuchaste a mi papá? ―Lo de las tarjetas… ―No, lo de Máximo Lombardi. ―Me miró con tristeza y desconcierto. ―Perdón, no oí nada… ―me sentí un idiota. Ella miró a su padre, estaba a punto de llorar, aunque, conociéndola como la conocía, no lo haría, no en  público por lo menos. ―Yo necesitaba dinero ―explicó Gustavo, como si yo tuviera que entender. ―¿Ya? ―Máximo ofreció pagar mis deudas contigo, además de un dinero que me había prestado hace unos días a cambio de… ―¿A cambio de qué? ―lo urgí. ―A cambio de entregarle mi empresa, o mi parte, y a mi hija. Yo miré a Lucía, dos sendas lágrimas corrieron por sus mejillas. ―¡No puedes hacer eso! ―casi grité. ―Lo siento… tenía un negocio y necesitaba el dinero y tú… ―¿Negocio? Un negocio. ¿Estás seguro? ―Francisco, por favor ―Gustavo me hizo un gesto para callarme la boca, por Lucía lo haría, no por él. ―¿Estás seguro que él pidió a Lucía como parte del cobro de la deuda? ―Él así lo quiso… ―Yo pagaré esa deuda que debes ―dije con decisión y molestia. ―No se puede, los papeles están firmados, no hay marcha atrás. ―Permiso ―se disculpó Lucía levantándose y yendo al baño. Yo esperé que se alejara un poco y miré a Gustavo realmente enojado. ―¿Por qué hiciste eso? ―Ya te lo dije. ―Le vendiste a tu hija. ―No tenía elección. ―La tenías: no seguir botando el dinero. ―No puedo evitarlo. ―No puedes obligar a Lucía a casarse con ese hombre. ―No la obligaré, ella decidirá lo que es mejor para nosotros. ―¿Para ustedes? ¿O para ti? ―Para ambos, con él Lucía tendrá todo lo que quiera. ―¿Sí? ¿Realmente crees eso? ―Tiene mucho dinero… ―Sí y tres ex esposas y cinco hijos a los que apenas ve y no ayuda, a no ser por obligación.  ¿Ese es el futuro que quieres para tu hija? ¿Que sea una más de la lista de Lombardi? ―No tiene por qué ser así, mi hija es bonita y puede ganarse su corazón. ―Por favor, Gustavo, ese hombre no se enamora, sólo se ama a sí mismo, además él no es de los de andar con niñas, tú lo sabes y  eso es lo que Lucía debe ser para él. ―Tú también estabas dispuesto a comprarla. ―No fue así y tú lo sabes. Yo quería que terminara con el idiota de su novio. ¿Sabías que él la golpeaba? ―A las mujeres hay que tratarlas con dureza para que no se vuelvan rebeldes. Yo lo miré sorprendido. ―¿Acaso tú golpeabas a tu mujer? ―Ella era bastante sumisa no necesitaba ser golpeada tan seguido. ―¿¡Tan seguido?! ―pregunté espantado, golpear a una mujer no era una opción para mí, ni siquiera de broma. ―Vamos, no me digas que tú jamás golpeaste a una de tus tantas mujeres. ―Ni tantas y jamás, Gustavo, jamás he golpeado a una mujer ni lo haría. Y me extraña que a ti no te importe que a tu hija la hayan lastimado… incluso, Cristian intentó abusarla. ―Vamos, a las mujeres les gusta ser sometidas ―replicó burlón―, tú lo sabes, les encanta, todas son un poco masoquistas.   ―Lucía no será vendida como una mercancía, vende tu alma si quieres, a ella no la tocas, y me la llevo a vivir conmigo, no quedará un minuto más en tu casa, no sabes ni siquiera ser padre. Lucía avanzó a nuestra mesa, tenía los ojos rojos. Yo me levanté, pedí que la cuenta fuera cargada a mi nombre y salí con Lucía de allí sin despedirme de Gustavo. ―¿Dónde vamos? ―me preguntó ella en el auto al ver que no seguíamos el camino a su casa. ―Te quedarás en mi departamento esta noche, no quiero que vuelvas a tu casa. ―¿Y mi papá? ―Tu papá no merece que hagas ningún esfuerzo por él ―le dije un poco culpable, no me gustaba hablar mal de su padre con ella―. Y no puedes casarte con ese tipo. ―¿Y si va a la cárcel? ―No lo hará, yo lo impediré. ―Pero tiene un papel firmado… ―Volvió a llorar. ―Puede tenerlo por el dinero adeudado, pero no por ti, un pacto así no se puede legalizar. ―¿Y si me obliga a casarme con él? ―No puede, no lo hará… ―La miré con miedo cuando estacioné mi auto―. ¿O tú quieres hacerlo? Ella me miró con una tristeza profunda, pero no me contestó. Subimos a mi Pent―house en silencio.   ―No ―me dijo en un hilo de voz cuando entró―, no quiero casarme con él. ―Entonces no lo harás. ―Pero mi papá… ―Eso lo solucionaremos, estoy seguro que las cosas no son como las dice tu papá. Se acercó y me besó, era tan dulce al besar, tan perfecta. Me gustaba sentir su respiración, saborearla, disfrutarla, como si fuera un delicioso chocolate que se derrite en mi boca, dulce y suave. Se estremeció en mis brazos, arqueó su espalda hacia mí. Quise tomarla y hacerla mía, pero aún no era tiempo, no quería que pensara que era un depredador s****l, no iba a aprovecharme de su vulnerabilidad, todavía no era el momento. Me aparté un poco, con sus ojos cerrados siguió mi boca, la volví a besar suavemente, rozándola, no quería caer en la tentación de apresurar las cosas y me lo estaba haciendo muy difícil. Abrió los ojos y bajó la vista, avergonzada. ―Te amo, Lucía, cada día me enamoras más. ―Lo mío fue amor a primera vista ―sus mejillas enrojecieron dulcemente. ―Mi amor… La volví a besar, jamás creí escuchar esas palabras de su parte, así, tan pronto. ―No podía olvidar tus ojos, tu mirada… desde el primer día, en el ascensor… ―¿Es cierto esto que me dices? Ella me miró fijo, con su mirada de niña inocente. ―Sí, tus ojos son… como dos espejos de agua y ahí ―ladeaba su cara de un lado a otro―, como encerrada en una caja de cristal, estoy yo. ―¿Encerrada? ―Atrapada ahí, en tus ojos, en tu mirada… es extraño. Yo sonreí, ahora sí estaba seguro que esa chica era la mujer de mi vida. ―No te burles ―me rogó. ―No me burlo, preciosa, pero esto que dices… es lo más maravilloso que pueda escuchar y es lo que me confirma que debemos estar juntos, que fuiste creada sólo para mí. ―¿Y si debo casarme con ese hombre? ―No, preciosa, no lo permitiré, puedo evitarlo, lo que al parecer no puedo, es evitar que tu papá siga haciendo estas cosas. ―¿Qué hace con su dinero? Yo bajé la cabeza, no estaba seguro de querer decirle. ―Dime, ya estoy grande y debo saberlo. La abracé a mi pecho, si por mí fuera, la protegería de todo lo malo que pasa en el mundo, pero no era posible. ―A tu papá le gusta apostar, juega y pierde millones en los casinos. Ella tomó aire y se apretó más a mí. No dijo nada. Yo la mantuve así, abrazada a mí, protegida y cuidada, era mi niña preciosa, el amor de mi vida, lo mejor de mi historia, desde que apareció hacía un año en mi vida, todo había cambiado, esperaba este momento, el momento de estar juntos. ―¿Lo arreglarás? ―me preguntó al rato, apartándose para mirarme. ―Por supuesto ―afirmé con seguridad. ―¿Tú lo conoces? ―¿A Máximo? ―Ella asintió con la cabeza―. Por supuesto, es un empresario conocido. ―¿Cómo es? ¿Tú crees que él acepte que yo no…? ―Lo hará ―aseguré. ―Pero… ―Tú no te preocupes por nada ―tomé su cara entre mis manos para tranquilizarla―. Todo estará bien, ese hombre es un mujeriego de primera, no se queda con ninguna y no le importa nada, ni siquiera sus hijos… Yo hablaré con él, seguramente tu padre sólo te incluyó en el “paquete”, él no necesita comprar mujeres. ―Tú tampoco lo necesitabas. ―Yo no quise comprarte… ―rebatí dolido. ―Perdóname ―me dijo ofreciéndome sus labios, labios que yo besé con pasión y ternura, dos cosas que ella me inspiraba y que jamás pensé que sentiría con una sola mujer… y al mismo tiempo
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