El eco de aquella voz resonaba todavĂa en sus huesos.
“La sangre llama.”
Elena retrocediĂł un paso, y el susurro pareciĂł seguirla como si la g****a pudiera ver. La cámara bajo la tumba parecĂa respirar, o quizás era ella quien hiperventilaba, con el corazĂłn martillándole en las costillas. Adrian seguĂa allĂ, quieto, casi inmĂłvil. Su presencia era tranquilizadora y perturbadora al mismo tiempo. HabĂa algo en Ă©l… algo contenido. Como si Ă©l mismo fuese un sello que luchaba por no romperse.
—¿QuĂ© era eso? —susurrĂł Elena, aunque ya conocĂa la respuesta.
—Una voz que no pertenece a este mundo. Y sin embargo… está enraizada en él. En Valdheim. En tu sangre.
—¿Mi sangre?
Adrian asintiĂł con lentitud.
—No solo heredaste la casa. Heredaste el deber. El sello fue creado por tus antepasados, con rituales que la Iglesia y los brujos olvidaron… o prefirieron olvidar. El sacrificio que hizo tu madre fue solo el último de muchos. Pero se está debilitando.
Elena bajĂł la mirada hacia el cuerpo de su madre. No podĂa evitar sentir que la mujer que yacĂa sobre el altar no era exactamente la misma que la criĂł. HabĂa algo más en ella… una fuerza desconocida, una sabidurĂa antigua.
—¿Y si la g****a se abre?
Adrian la mirĂł fijamente.
—Entonces Valdheim arderá. Y no solo Valdheim. El pacto fue lo único que mantuvo a los devoradores de esencia lejos de este mundo. Si regresan… nadie sobrevivirá.
Elena sintió una mezcla de rabia, confusión y miedo. ¿Cómo era posible que su madre hubiese llevado esa carga sin decirle nada? ¿Por qué no la preparó?
—¿Por qué yo? —preguntó, con voz quebrada—. Yo no sé hacer rituales. No sé nada de esto. Yo… no soy como ella.
Adrian se acercĂł con pasos lentos, y aunque no la tocĂł, su presencia la envolviĂł como un abrigo pesado.
—Aún no lo sabes, pero lo serás. Tienes su sangre. Tienes su mirada. Y tienes el cuaderno.
Elena lo sacĂł del bolso. Las páginas vibraban, como si algo dentro respondiera a la energĂa del lugar.
—En Ă©l están las pistas. Los sĂmbolos. Las palabras antiguas. Pero necesitas algo más. Una guĂa.
—¿Tú?
Adrian negĂł con la cabeza.
—Yo solo soy un vigilante. Un guardián de los márgenes. Tú necesitas a alguien que conozca la historia completa… incluso las partes más oscuras. Alguien que estuvo en ambos lados del pacto.
—¿Quién?
Adrian pronunciĂł el nombre como una sentencia:
—Lucien.
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Esa noche, Elena soñó con fuego.
El cielo sobre Valdheim era rojo como sangre coagulada, y las casas ardĂan mientras criaturas aladas descendĂan desde las montañas. EscuchĂł a su madre llamarla, pero su voz salĂa desde la g****a. Cuando se acercĂł, vio el altar. VacĂo. Y en su lugar, su propio cuerpo… tendido, inmĂłvil, con los ojos abiertos y negros como abismos.
DespertĂł gritando.
La luz de la mañana apenas habĂa comenzado a filtrarse por la ventana cuando escuchĂł un golpe en la puerta.
Se levantĂł con el corazĂłn acelerado y tomĂł el cuchillo otra vez. Al abrir, no habĂa nadie… pero sĂ un sobre.
Sin remitente. Sin nombre.
Lo abriĂł con manos temblorosas.
Dentro, una hoja doblada con tinta roja. Un mapa del bosque… y una palabra:
"Medianoche."
En la esquina inferior, el mismo sĂmbolo que habĂa visto en la tumba. Pero esta vez… acompañado por una firma garabateada:
Lucien.
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Elena sintiĂł que algo cambiaba. Como si el destino, o algo más antiguo aĂşn, la estuviera empujando por un sendero del que ya no podrĂa salir.
SabĂa que debĂa ir. SabĂa que Lucien era la siguiente pieza del rompecabezas.
Pero no sabĂa si Ă©l serĂa su aliado…
…o su perdición.