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Atrévete a descubrirme

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Blurb

Cuando Rebeca López conoce a Gaël Bessette, su mundo se pone patas arriba.

Una intensa relación cargada de sexo, intriga y drama, son las escenas que acompañan a estos protagonistas. ¿Podrás dejarte cautivar por ellos?

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1
Sevilla, España. -¿Cómo crees que será? -me preguntó Mónica mi compañera de trabajo y cotilla número uno. Ambas estábamos ataviadas con nuestras mejores galas, esperando a que hiciera acto de presencia el señor Gaël Bessette, el hijo del dueño de la compañía Bessette. El evento se concedía en una amplia sala del hotel Alfonso XII, decorada al detalle. -Pues, no tengo ni idea, pero seguro que es un engreído y... será feo, lo que lo hará aún peor. Me eché a reír y Mónica me siguió, en aquel momento nuestro compañero Marcos nos hizo callar, pues el señor Bessette subido a un pequeño estrado comenzó hablar. Mientras lo escuchábamos Mónica y yo, no dejábamos de cuchichear hasta que un alto y morenazo hombre, subió al estrado y se colocó junto al señor Noah Bessette. -¿Ese es Gaël Bessette? -me preguntó una incrédula Mónica. Solo pude asentir. Las dos nos quedamos de piedra, no era lo que esperábamos en absoluto. Cuando éste empezó a hablar en un perfecto español, más heladas estuvimos. El señor Noah y su hijo Gaël eran franceses. Aunque conocíamos al padre, no habíamos sabido nada sobre el hijo. El evento fue organizado en su honor, pues el señor Bessette se retiraba del frente de la empresa y le cedía el mando a su hijo. No explicó las razones de su marcha, -el señor Bessette era cincuentón- pero se comentaba por los pasillos de la empresa que el señor padecía algún tipo de enfermedad y eso lo hubo llevado a ceder el cargo a su hijo. Sin quitarle los ojos de encima observé a aquel hombre que hablaba antes doscientos comensales. Era muy guapo, guapísimo, y se expresaba con una soltura impresionante, se notaba que estaba en su salsa, algo que ya había hecho anteriormente, era más que evidente. Tras la charla dónde decía lo orgulloso que se encontraba de su padre y de agradecer su apoyo por ser el nuevo jefe y cuatro cositas más, estrechó la mano de su padre y los aplausos irrumpieron en una fuerte aclamación. Éstos al poco despejaron el escenario y se vieron rodeados de todas esas personas que querían regalarle los oídos al nuevo jefe. Pasado un rato se dirigieron hasta dónde Mónica, Marcos y yo nos encontrábamos. -Señorita López - me estrechó la mano como usual- Mira Gaël, ella es Rebeca López, encargada de crear los bocetos, que luego aparecen como preciosas prendas de vestir. Éste posó su impresionante mirada en mí y dijo; -Un placer señorita López- me tendió la mano y yo se la estreché. Era cálida, suave y firme. En un segundo me vi cautivada por él, luego me establecí al presente cuando dijo: -Espero que sea todo lo trabajadora y profesional que dice mi querido padre - y dicho eso me soltó la mano. Abrí unos ojos como platos y no puede hacer otra cosa que pensar; no es feo, pero engreído un rato. No dispuesta a amilanarme por ser el jefe respondí: -Espero estar a la altura y que usted también lo esté. El señor Noah se echó a reír, ya conocía mi humor, pero lo que era su hijo tras haber parpadeando, clavó sus penetrantes ojos hazel en mí y me hizo ver que no le había hecho gracia mi comentario. Para chula yo, Bessette junior -pensé. -Bueno, Gaël ello son, Marcos Castillo y Mónica Hernández, confeccionadores. Éste les estrechó la mano a ambos y después de intercambiar un par de frases entre ellos, los señores siguieron su camino. -Uiss, has visto lo guapetón que es y ¡ay, Dios, mírale el trasero! Esta para comérselo y no dejar ni los huesos. Al escucharla Marcos y yo nos echamos a reír. -Lo que tiene de guapo lo tiene de sobrado, chata -le respondió Marcos. Y yo apostillé: -Totalmente de acuerdo con él -Mónica me saco la lengua entre risas y Marco me besó en la coronilla. Al rato la gente comenzó a tomar asiento, pues la cena empezaba a servirse en una fina y delicada vajilla, con cubertería y copas de igual aspecto. Tras un primer plato que estaba buenísimo, vino el segundo y luego el postre. No paramos de reír en toda la noche, comentando las vestimentas de los comensales y por supuesto observando al que a partir de ahora sería nuestro nuevo jefe, para Mónica el jefazo potenton. El lunes después de haber disfrutado de un fin de semana con la familia y amigos, yo Rebeca López estaba de vuelta a la rutina. Me reuní con Marcos y Mónica en la cafetería y allí nos tomamos un café, el mío bien cargado para que la cafeína ingerida en el cuerpo me hiciera aguantar la jornada que tenía por delante. Debíamos empezar a plantear la próxima colección otoño e invierno y todavía no sabíamos ni por dónde cogerlo. Teníamos que crear los bocetos, saber que colores usaríamos para la nueva colección y también los tipos de telas, confeccionarlos y darles el visto bueno,- por supuesto el señor Gaël Bessette estaría al tanto de todo y cada uno de nuestros movimientos- y detrás de todo eso, un trabajo inmenso. Conseguir ser los mejores, intentar diferenciarnos de las demás casa de moda, solo se conseguía trabajando duro y codo con codo. A las diez y cuarto de la mañana el señor Gaël Bessette organizó una reunión, todos los trabajadores acudimos a ella. Vestido con un traje oscuro, camisa blanca y corbata granate se presentó ante nosotros. Dio unos básicos datos de como seria su manejo en la empresa y luego sorprendiéndome me llamó para que fuera hasta dónde él se encontraba relatando sus costumbres y maneras de trabajar. -¿Señorita López me ha oído usted? Acérquese. Yo ruborizada a más no poder, pues no me gustaba llamar la atención -lo que me proponía Bessette exponiéndome ante todos hacia que me muriera de la vergüenza- respiré hondo y me aproximé hasta quedar a su vera. Éste prosiguió: -¿Cuántos años tienes? Su pregunta me dejó de piedra, ¿para qué quería saber mi edad? Aun así respondí tan roja como un tomate. ¡Qué vergüenza! -Veintiséis, señor. -Hum, veintiséis. Es usted muy joven y mi padre confía en su profesionalidad plenamente - se quedó unos segundos pensativo- Así pues, yo también lo haré. Será usted mi secretaria y se encargará de supervisar todo el trabajo cuando yo no esté aquí. Helada no, lo siguiente es como me quedé. ¿Pero que estaba diciendo ese hombre? ¿Yo su secretaria? ¿Encargada de la empresa cuando él no estuviera? -Perdón señor, pero no... Con la mirada me hizo callar. -Lo comentaremos en mi despacho señorita. Ahora. Dejando a todos con la boca abierta salió del estudio y se encaminó a su despacho. Yo con una tensa sonrisa de disculpas lo seguí. Cuando llegué a la puerta, me quedé parada en el umbral. El despacho estaba impecable, y el olor que desprendía era embriagador, muy embriagador. Era el aroma de su perfume. -Entre y cierre señorita López. ¿O acaso piensa usted hablar desde la puerta? Inspiré hondo, entré y cerré la puerta. Bessette que se encontraba sentado en su silla me hizo un gesto para que me sentara en una de las dos sillas que había ante su mesa. Se había despojado de la chaqueta y su firme pecho y tonificados brazos se marcan bajo la camisa. El señor Bessette era un hombre con una figura estupenda. Se notaba a leguas que cuidaba su aspecto. Era alto y varonil. Con unos ojos hazel penetrantes y con una voz madura y visceral. Me senté y esperé a que él hablará. -¿Qué opina de mi ofrecimiento? Analizado de otra manera parecía que me estuviera hablando de otra cosa. Pero no. Parpadeé y respondí tajantemente: -No me parece. Éste achinó los ojos. -¿Por qué no le parece? -preguntó reclinándose en su silla, con un gesto de lo más engreído y serio, se le veía muy a gusto consigo mismo a la vez de dolido. Pero yo sabía lo que quería y desde luego no era ser su secretaria, aquello se llevaría parte de mí ya poca vida social y no iba aceptarlo. No me interesaba su ofrecimiento en absoluto. Además, ¿qué pasaba con Rosa la secretaria de su padre? ¿No la iba a renovar? Y tampoco es que yo quisiera aguantar su arrogancia más de lo que fuera estrictamente necesario. Por descontado que no. -¿No piensa mantener en el puesto a Rosa la que era secretaria de su padre? -le pregunté al final. -Se traslada a Francia -me contestó él tajante. Patidifusa así estuve. ¿Cómo que se trasladaba? No me había enterado de nada, aunque tras pensar en aquel momento me había extrañado no verla en la mañana. Aun así: -Miré señor Bessette, yo no estoy interesada en el puesto, pídeselo a otra u otro que le interese -le dije sin rodeos. Éste arqueó una espesa ceja en mi dirección y dijo: -Creo que se lo está tomando a la ligera, señorita López, sin meditarlo antes. Le dejaré unos días para que piense en ello. Yo abrí los ojos. ¿Meditarlo? Yo no tenía nada que meditar. -No, señor Bessette, lo tengo bastante claro, búsquese a otra persona que este cualificada para ello -al soltar esto Bessette se inclinó hacia delante, parecía ofendido y no me explicaba el por qué. Se notaba a distancia que yo no era santo de su devoción. Todavía recordaba su menos que cortes presentación hacia tres días. Mirándome a los ojos de una manera intimidante, murmuró: -¿Qué le parece si es mi secretaria hasta que encuentre una persona más cualificada como dice usted? Me vi tentada a decir que no pero algo en su mirada por tonto que pareciera me insto a decir que sí, y así lo hice. -De acuerdo señor, acepto. Pero quiero poner una condición - le dije sin motivo a replica. Éste encuadro la espalda y se sentó más erguido. -Adelante, dígame cual es esa condición -me apremió. -Quiero que encuentre secretaria de aquí a una semana. El señor Bessette se quedó reflexionando mis palabras, o al menos eso pareció porque se quedó callado por unos minutos hasta que claudicó. -Está bien, señorita López, así será. Dos horas más tarde ya estaba atestada de archivos y para colmo tenía que revisarlos uno a uno. El señor Bessette me había encomendado ese trabajo. Tenía que sacar copias de cada informe y estos debían de estar listo lo antes posible. Iban a volar hacia la sede principal que se encontraba en París. Hacia las seis terminé y me marché a casa. Rocky mi bola de pelo me recibió al entrar. Llevaba dos días sin verlo. Se escapaba de casa cuando quería y volvía cuando le apetecía. Dios, sabe lo que haría por ahí. Me desvestí, me planté el pijama y me tiré en el sofá a ver la tele. Hice zapping, pero no encontré nada interesante que ver, por ello, fui a la cocina, me preparé un café bien cargado y me decidí a coger un libro. Era nuevo y de esos que no puedes parar de leer cuando algo llama tu atención. Jennifer la protagonista se veía seducida por su compañero de trabajo, éstos dos empezaron a mantener una explicita relación y cuando estuve a punto de echar humo por las orejas... Sonó el timbre de la puerta. Dios, que inoportuno -pensé. Cerré el libro, abrí la puerta y para mí no sorpresa Lola entró en casa. Era una de mis más fieles amigas, pero ahora que estaba súper intrigada con la historia de Jennifer y Paolo, no me apetecía nada su presencia. -¡Hola! -me dio dos escandalosos besos. Ni siquiera tuve que pedirle que entrara, ella solita se invitaba y se acomodaba en el sofá. -¿Qué es esto? -levantó el libro y me lo enseñó. -Un nuevo libro que compré hace poco -se lo quité de las manos y lo guardé en la repisa, lejos de su alcance. -¿Interesante? -Mucho. -Déjamelo cuando te lo hayas terminado de leer. Le echaré un vistazo. Solté una carcajada. -Para ti lo de comprártelos no existe ¿verdad? -¿Para qué si ya los tengo de ti? Es gastar el dinero absurdamente - soltó una risita. -Claro, para qué. Bueno, ¿y a qué se debe tu visita? Normalmente a esta hora sueles estar con Javi. Ella torció la boca. -Lo he dejado- dijo sin más. La trayectoria de mi amiga con respecto a los chicos, era larga. Según ella decía que tenía que probar hasta dar con el adecuado. Por lo visto, Javi, no lo había sido. -Pero... ¿por qué? Era muy buen chaval. -No preguntes, es un c*****o. -Hum, como quieras. Cambió de tema, su facilidad para pasar de un tema delicado a otro más alegre era impresionante. -El viernes se va a dar una fiesta en Bambola. ¿Iremos? Me resultó extraño que me lo preguntará, ella siempre lo daba por hecho. -Claro. Más tarde cuando Lola se marchó me dediqué a seguir leyendo, me había dejado a medias, súper intrigada, quería seguir leyendo y eso hice me acomodé en el sofá, con otra taza de café cargado y comencé a leer. Eso sin darme cuenta me llevó a que me dieran las tantas despierta. ¿Solo un capítulo más? Sin embargo como ya era muy tarde, señalé la hoja y me marché a dormir. Al día siguiente me llevé una gran sorpresa, algo lógica, pero sorpresa al fin y al cabo. El señor Bessette había hecho que cambiaran mi puesto de trabajo - eso si, temporalmente- Ahora mi mesa se encontraba nada más ni nada menos que al frente de su insípido despacho. Y para más pesar las paredes de este eran de cristales transparentes. Sobre mi mesa reinaba un Mac de última generación, por lo demás estaba todo tal cual lo había dejado al día siguiente. Lapicero, carpetas y dos retratos, uno de mis padres y otro de Rocky y yo. Adoraba a mi gato aunque se escapará de pronto y no supiera nada de él en días. Él era así un visto y no visto, y yo lo aceptaba. El señor Bessette todavía no había llegado y cuando lo hizo se aproximó a mi mesa. Vestía un traje gris marengo, camisa blanca y corbata azul. -Veo que ya está usted instalada -dijo sin ningún tipo de interés en la voz. -Sí, señor. Éste asintió y se metió en su despacho en un tiempo récord. ¡Caray! Buenos días o hola, señor Bessette, a usted también. Su seriedad y falta de respeto no me eran indiferentes, me irritaba. Con todo y con eso, me marché a la cafetería, dónde me reuní con Marcos y Mónica. Necesitaba una buena dosis para sobre llevar el día. -Ponme un café bien cargado -le encargué al camarero, éste enseguida se puso con ello. -¿Qué tal es tener al jefe cerca? -Por ahora no sé qué decirte. -¡No! Pues yo estaría encantadísima - su alegría era notable. -Pues no sé porque tanto entusiasmo. El tío no da ni los buenos días. ¿Te parece encantador ahora? -Con ese cuerpazo que tiene, yo se lo perdono todo - su sonrisa se ensanchó y Marcos que hasta el momento nos miraba a una y a otra, soltó. -Ay, pues chica, yo no le termino de encontrar el puntillo. Bastante airado el tipo ¿no? -su expresión al decir esto último me hizo reír. -Totalmente de acuerdo contigo, Marcos - alegué. Mónica nos hizo un feo gesto con el dedo índice. Y ambos nos trinchamos de la risa. Unos diez minutos después de charlar con esos dos, llegué a mi nuevo puesto temporal. Sin poder evitarlo, miré hacía el despacho del señor Bessette. Estaba concentradísimo en la pantalla de su ordenador y tenía varios papeles sobre la mesa. Su aspecto era frío y serio. Se había quitado la chaqueta gris marengo y la había colgado junto a un gran archivador plateado. Me senté en mi silla, tras haber recargado fuerzas, y me puse a trabajar en varios archivos encargados por el señor ayer. Después hice copias de éstos y llamé a nuestro mensajero, Pablo. Y junto con las otras copias se las entregué para que llegarán lo antes posible a París. No sé a qué se debía tanta urgencia. Cuando volví a mi mesa, sonó el teléfono interior. -Le atiende, Rebeca López... -Señorita López, venga a mi despacho -la voz prominente y aguda de Bessette, me llegó desde el otro lado. -Claro, señor - me levanté de mi silla y fui hasta su despacho. La puerta estaba cerrada. Abrí y me quedé esperando en el umbral, hasta que él levantara la cabeza, estaba revisando unos papeles. -Informe que a la una y media daré una reunión - no dijo más. -Por supuesto, señor - salí y cerré la puerta. Veinte minutos después todo el mundo estaba informado y tres horas y medias más tarde estábamos esperando a que el señor Bessette, hiciera su aparición. No tardó mucho, lo cual estuvo bien. Quería saber cómo se trabajaba en los distintos departamentos, conocer de paso al personal, ya que el día anterior solo se enfocó en mí. -¿Señorita López? -me miró a los ojos y no de refilón sino esta vez directamente. Sus ojos eran claros y su mirada fría y distante. -¿Sí, señor Bessette? -respondí de igual modo. -Usted seguirá desempeñado su cargo aunque ahora sea mi secretaria. Se encargara de los bocetos y los tendrá listos lo antes posible, para que el personal pueda trabajar en ellos. Tras decir esto y sin darme opción a replica -si la hubiese habido- se marchó hacia la otra punta del estudio y empezó a entablar conversación con Ana, una de las costureras. Yo me quedé parada, hasta que Marcos se acercó a mí. -¿Qué tal con el jefe? -Bien. -¿Y qué te ha dicho? -preguntó con sorna. -Nada que no supiera ya.

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