Capítulo 8

1061 Words
NARRA DIMITRI —¿Qué tal tu vida de casado? —pregunta Marcus, con ese tono entre burla y curiosidad. No le respondo. Solo lo miro con el ceño fruncido y el enciende un cigarro. El humo se mezcla con el silencio. —¿Era necesario casarte con ella? —insiste. —No era necesario —confieso, mirando por la ventana del despacho, mientras la ciudad parece arder bajo la noche—. Pero era más sencillo. Casado con ella, podía protegerla de todo... incluso de mí mismo— Marcus suelta una risa seca, casi incrédula. —Aún no entiendo cómo pudiste abandonar lo que tenías antes... por ella— —Sabes perfectamente que soy un hombre de palabra. Cumplo lo que prometo... aunque ni siquiera sé qué relación exacta tenía Ethan con ella— —¿Cuánto pagaste?— —cinco millones —digo sin rodeos. Él abre los ojos, sorprendido. —Has perdido la maldita cabeza— —El mismo día que la compré, apareció alguien dispuesto a pagar más—Deja caer la ceniza del cigarro, entonces recuerdo ese momento en la subasta. Su imagen, tan frágil y rota, me atravesó como un puñal. —Tiene que saber algo... o ser terriblemente irresistible para que alguien pague tanto —dice Marcus, con la mirada fija en mí—. ¿Te has acostado con ella?— —Sí. —Digo la verdad, pero es más que un simple "sí"—. Es increíblemente hermosa. Tiene una mirada que parece esconder secretos que ni ella misma conoce. Su rostro parece tallado en mármol, pero su piel... su piel es cálida, viva. Cuando estoy con ella, siento que todo en mí se quiebra y solo queda el instinto de protegerla— —¿Y qué crees que quería Ethan?— —No lo sé. Todo sucedió demasiado rápido. Ethan nunca pensó que moriría, ni yo pensé que me pediría algo así... Lo más extraño es que su muerte no encaja— Marcus se reclina en el sofá, pensativo. —Está claro que algo más grande se mueve tras todo esto— —Antes de morir, Ethan me dijo: "Si ella llega a saber por qué estás con ella, pídele perdón por no haber podido coser sus heridas." —Repito esas palabras en voz baja, como si intentara descifrarlas por enésima vez. —¿Y descubriste algo?— —Busqué noches enteras cualquier indicio de que se conocieran. Nada. Ella nunca estuvo en Grecia, él nunca puso un pie en Nueva York. Ni una fotografía, ni un mensaje, ni un testigo. Es como si el nexo entre ellos solo existiera en la sombra— —¿Y su familia?— —Proviene de una familia poderosa, pero cuando propuse comprarla, su padre ni lo dudó. Ni siquiera intentó negociar. Lo entregó todo... como si se quitara un peso de encima. Lo más perturbador es que ella tampoco ha intentado buscarlo— —Tal vez cuando se rompan todos los hilos, descubramos algo que nadie imaginaba— —Lo único que temo es que cuando lo sepamos... sea demasiado tarde. — —¿Te has enamorado? —No —respondo, aunque sé que la palabra "no" no describe todo lo que siento—. Pero me atrae de una forma que nunca antes había sentido— La conversación termina. Marcus se marcha, dejándome solo con mi propio reflejo en la ventana. Mis pensamientos se vuelven oscuros y ardientes. Salgo de la empresa, sintiendo en el pecho esa urgencia casi salvaje de volver a casa... de volver a ella. ... Al entrar, la encuentro en el salón. Sus ojos me buscan como si supieran exactamente lo que quiero. Su sonrisa no es inocente; es fuego cubierto de seda. Con un gesto lento, deja caer el vestido, mostrándome su piel desnuda, sus pezones endurecidos por la expectativa. Me acerco, paso los dedos por su sujetador y lo deslizo hasta liberarla. Su piel es tan suave que duele. Toco sus pechos, firmes y cálidos. Ella se muerde el labio, y sus gemidos suaves me enloquecen. Mi mano baja, se hunde entre sus piernas, y descubro que ya está húmeda, esperando. —Dimitri... —gime, con la voz rota de deseo. La beso, un beso tan profundo que me roba el aliento. La levanto, sosteniéndola por el trasero, y ella rodea mi cintura con las piernas. La llevo al dormitorio, sin dejar de devorar su boca. La dejo caer sobre la cama. Me quito la ropa, la observo desnuda, frágil y salvaje a la vez. Mi boca encuentra sus pezones. Los beso, los muerdo suavemente, los acaricio con la lengua hasta que su respiración se convierte en jadeos temblorosos. Mi mano explora su sexo, de arriba abajo, sintiendo cómo se estremece. Ella abre más las piernas, ofreciéndose sin pudor. Bajo hasta su vientre, mi lengua se abre paso y saborea cada rincón de su dulzura. Sus gemidos llenan la habitación, haciéndome perder el control. Cuando llego a su clítoris, mis movimientos se hacen lentos, estudiados, hasta que su espalda se arquea y mi nombre se escapa de sus labios entre jadeos. La miro: sus mejillas encendidas, los ojos entreabiertos, el cuerpo pidiendo más. Me incorporo y acerco mi m*****o a su entrada. La penetro despacio, sintiendo cómo me envuelve. Ella gime, cierra los ojos, se agarra a mis hombros como si fuera a romperse. Al principio, me muevo lento, torturándola y torturándome. Después, la deseo más fuerte, más salvaje. Ella clava sus uñas en mi espalda. Sus senos se balancean al ritmo de mis embestidas. Su placer se mezcla con el mío en un instante casi violento. La pongo de espaldas, luego boca abajo. Ella se arquea, ofreciéndose, y yo la tomo de nuevo. Su trasero es firme, sus gemidos suenan rotos, casi suplicantes. Le doy unas palmadas suaves, y su respuesta es un grito ahogado que me enciende más. La penetro más rápido, más profundo, hasta que ambos llegamos al límite, temblando, sudando, unidos por algo que no entiendo pero que me consume. Terminamos exhaustos, quedándonos en silencio. Ella apoya la cabeza sobre mi pecho, respirando con dificultad. Mi mano acaricia su pelo, y mientras la observo dormirse, no dejo de preguntarme: ¿Quién eres realmente? ¿Y por qué siento que, el día que lo descubra, mi vida nunca volverá a ser la misma?
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