Comprada

Al entrar a casa, lo veo esperándome en el salón. Su mirada fría me atraviesa como un puñal. Se acerca lentamente, cada paso firme y amenazante, hasta estar frente a mí. Sin previo aviso, me agarra con fuerza la mandíbula, obligándome a mirarlo. —¿Sabes cuánto dinero he perdido por tu culpa? —susurra, pero en su voz hay un filo cortante que hiela la sangre. —No —respondo, tratando de mantener la calma—, pero déjame decirte que tampoco me interesa saberlo. Su mano aprieta con violencia mi cuello, dejándome sin aliento y con un dolor punzante que se extiende por toda mi garganta. —Eres un desastre absoluto, una inútil —escupe con desprecio—. He encontrado la solución a mis problemas. Lo miro a los ojos, sin miedo ni lágrimas. Sus palabras ya no pueden herirme. —Mañana te irás de esta casa para no volver jamás —dice, la rabia emanando de cada sílaba. —¿Piensas matarte? —pregunto, con una mezcla de incredulidad y resignación. En ese instante, sonríe. Una sonrisa oscura, retorcida. Saca un arma y la apunta directamente a mi cabeza. El frío del cañón contra mi sien es real, y por un momento, el miedo se apodera de mí. Pero entonces, algo en mi interior se apaga. Ya no me importa morir. —No, cariño —dice con una voz casi dulce, pero venenosa—. Haré algo mucho mejor. Su sonrisa se ensancha mientras continúa—. Te venderé al mejor postor. —¿Venderme? —mi voz tiembla, incapaz de creer lo que estoy escuchando—. Estás loco. —Hay un hombre dispuesto a pagar una fortuna por ti —asegura con una fría convicción. —Eso es ilegal, inhumano —le digo, aferrándome a lo poco que me queda—. No soy un objeto que se pueda comprar ni vender. Él ríe, una carcajada cruel y sin piedad. —El dinero puede comprarlo todo —dice—. No existen leyes cuando tienes poder. Denúnciame si quieres, pero sabes que acabarás peor. En este mundo, princesa, donde hay dinero, no hay justicia, ni límites. Su mano se relaja, pero la amenaza permanece en el aire.