El carruaje atravesaba en la penumbra de la noche aquellas sórdidas calles a toda velocidad hasta que se detuvo. –Mi Lord, recuerde que debemos tener mucho cuidado– dijo el sirviente, mientras lo conducía por un estrecho callejón. A Richard le recorrió un escalofrío por la espalda, era la primera vez que estaba en esa parte de Londres, sin embargo, estaba desesperado y él por si sólo no podría ejecutar su plan. Siguió los pasos de su sirviente hasta llegar a una taberna, por la apariencia comprendió que debía ser cauto ya que podría acarrearle problemas si mostraba un comportamiento extraño. Adentrándose en el lugar, observaron a un hombre fornido con una cicatriz en la cara sentado a un extremo del lugar. Richard dió gracias a Dios de que el ambiente tenía poca iluminación por lo que s

