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Mujer indomable.

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Blurb

Alessandro Bianchi es un hombre fuerte, serio y muy poderoso, es el Boss de la mafia italiana, está acostumbrado a tener sobre una bandeja de plata todo lo que quiere, incluido las mujeres, que nunca son indiferentes a su belleza y atractivo.

Georgia Alcott es todo lo contrario a Alessandro, ha tenido una vida difícil, ha crecido sin sus padres y le ha tocado sortear su suerte como camarera en un restaurante que ni siquiera le gusta, pero en el que permanece para ayudar a su pobre abuela que está enferma.

Solo hay una cosa que Alessandro y Georgia tienen en común, y es su orgullo, es por eso que, cuando sus caminos se cruzan y se ven obligados a pasar tiempo juntos, la vida de cada uno de ellos se volverá un infierno, todo porque Alessandro se obsesiona con esa mujer y Georgia no está dispuesta a ser una más de la larga lista de conquistas de Alessandro.

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Prólogo – un hombre desesperante.
–¡Idiota! ¿Es que acaso estás ciego? – gritó Georgia al conductor del auto que por poco termina atropellándola. –¡Que mujer tan poco glamurosa! – exclamó Alessandro, quien iba dentro del coche, al lado de su chofer. Alessandro la vio a través de las gotas que se acumulaban en el vidrio frontal, las mismas que el parabrisas se afanaba por limpiar. Ella claramente no era una mujer de clase, como las que solían rodearlo a él, esa mujer en la autopista parecía demasiado insípida e incluso un poco grosera también, eso, sin mencionar su curioso uniforme, que estaba empapado casi por completo. –Haz sonar el claxon, tenemos afán – dijo Alessandro al chofer, quien de inmediato cumplió con sus órdenes – ya sabes que no me gusta llegar tarde – el hombre se arregló las finas mancuernillas que adornaban su camisa blanca. –¡A la próxima ten más cuidado! – Georgia le dio una palmada al capó del auto y se quitó de la mitad, de todas formas, no era como si esas personas fueran a ofrecerse a pagar la tintorería, mucho menos a darle un aventón. Sin ninguna otra opción, Georgia se alejó del auto y lo vio marcharse, desde donde estaba pudo ver a la perfección la matricula del auto, era sencilla, casi inolvidable, un par de vocales y números impares. Habiendo dejado atrás aquel percance con esa mujer, Alessandro atendió a la llamada de su investigador, quien tenía información muy valiosa para él. -¿La has encontrado? – preguntó Alessandro con expresión parca, pero con ansiedad en el pecho. -Si señor, ella continua viva, de hecho, los reportes que encontramos indican que vive aquí en nuestra ciudad. Alessandro soltó un suspiro. -Encuentra una dirección, necesito dar con el paradero de esa mujer – ordenó. El resto del camino Alessandro pensó en aquel pasado que tanto lo había atormentado todos esos años, por su culpa, un hombre y una mujer murieron veinte años atrás, una pareja de esposos que dejó a una bebé sin sus padres. Alessandro nunca se perdonó por ello y en ese momento, estaba dispuesto a buscar su redención encontrando a esa bebé, que para entonces, ya debía ser toda una mujer. –¡Esto era lo que me faltaba! – mientras intentaba hacer a un lado la impertinencia de aquel conductor, Georgia fue hacia el paradero de los buses, donde intentó limpiar su falda mientras el autobús llegaba, sin embargo, las manchas eran grandes y casi imposibles de borrar, seguramente la mitad de ellas se secarían, pero indudablemente no podía hacer nada por aquellas gotas de barro que ese auto salpicó en su dirección. Cuando por fin consiguió llegar al restaurante donde trabajaba, Georgia se encontró con su jefe en la entrada, quien la miró de los pies a la cabeza y le hizo un gesto de reproche. –¿Por qué diablos has llegado tan tarde? – gruñó con aquel tono característico suyo. –Lo lamento – Georgia bajó la mirada apenada – mi abuela no se sentía muy bien hoy, creí que debía llevarla al hospital, no fui capaz de alejarme de ella hasta asegurarme de que se sintiera mejor – mintió. El jefe levantó una ceja con incredulidad – ¡No quieras verme la cara de estúpido! – le gritó – no es la primera vez que llegas tarde. –Pero será la última, lo prometo – rogó ella. Él la agarró de forma brusca de las solapas del vestido de camarera y entonces la empujó dentro. –Cámbiate el atuendo, usa uno de los vestidos de dotación que están guardados, no quiero que mis comensales sientan lastima de la camarera – aquel no era un restaurante cualquiera y como tal, el hombre no podía darse el lujo de tener empleados mal vestidos. Nuevamente Georgia maldijo a los ocupantes de ese auto por su tardanza. –¡Georgia! la mesa diez no ha sido atendida, me la encargaron a mí, pero necesito ir urgentemente al baño – dijo Valery, la mejor amiga de Georgia – no te lo pediría si no fuera importante – se llevó una mano al estomagó. Georgia rodó los ojos, sabía lo exagerada que podía llegar a ser Valery, aun así, no pensaba negarse a su petición. –Mi nombre es Georgia y estaré atendiéndolo, ¿Ya saben que van a ordenar o necesitan un poco más de tiempo? – preguntó. Para su sorpresa, el hombre que ocupaba la mesa no respondió, ni siquiera fue capaz de levantar la mirada del menú, ¡Parecía que aquel sería el día de las personas insoportables! Se dijo Georgia a sí misma, al tiempo en que se concentraba en el pequeño niño que estaba al otro lado de la mesa para dos. –Yo quiero un plato de espaguetis con mucho queso, un postre de tiramisú, un pie de limón y frambuesa… – dijo, como si estuviera repasando el menú. –¡No puedes comerte todo eso! – Georgia estaba aterrada – es demasiada comida, hará que te duela la panza. –Pero es lo que yo quiero – exigió con su voz aniñada. –Puedo traerte los espaguetis y solo uno de todos los postres que me dijiste – propuso ella. En cuanto el niño escuchó aquello, sus ojos se llenaron de lágrimas falsas y sus gritos inundaron todo el restaurante, al ver como todos los miraban y susurraban a sus espaldas, las rodillas de Georgia temblaron y comenzó a sudar frio, solo esperaba que su jefe no se diera cuenta de lo que estaba sucediendo o entonces tendría otro motivo para despedirla. –¿No va a hacer nada? – cuestionó Georgia al padre del niño. Con un gesto arrogante, el hombre se puso en pie, fue hacia el mostrador del restaurante y pagó una suma muy grande de dinero. Georgia lo vio todo y fue por eso que se quedó boca abierta, con todo ese dinero él habría podido pagar el almuerzo de una semana completa. –Traiga lo que el niño ha pedido – dijo a la mesera, para después ordenar su comida. Georgia abrió los ojos con sorpresa, comprendiendo aquella actitud caprichosa del pequeño, si aquel era el ejemplo que su padre le daba, no podía esperar mucho de él. En cuanto los platillos estuvieron listos, Georgia los llevó rápidamente a la mesa, entre más rápido comieran más rápido se irían del restaurante, y eso era justamente lo que ella deseaba, de modo que dejó los platos enfrente de cada uno, para luego marcharse. –Quiero que tú me des la comida – dijo el pequeño a Georgia, tomándola por sorpresa – me duele el codo, no puedo moverlo, me tomará una eternidad terminar de comer. La mujer estaba prácticamente ofendida, ¡Que niño tan caprichoso y malcriado era ese! –No puedo hacerlo, pequeño – respondió, de la manera más tranquila que le fue posible – estoy trabajando, tengo otras mesas que atender. Enseguida el niño repitió el berrinche de antes, halando a Georgia de la mano para que se sentara con ellos y le diera de comer en la boca. El padre del niño rodó los ojos, no deseaba que su hijo se sintiera insatisfecho, mucho menos cuando la petición no le parecía para nada descabellada, así que, el hombre se puso en pie bajo la mirada curiosa de Georgia, y fue hacia la oficina del administrador del restaurante. –¿Cuánto le pagas a tus meseras? – le preguntó al administrador. El hombre frunció el ceño ante aquel extraño cuestionamiento, sin embargo, le respondió enseguida, él más que nadie sabía quién era ese hombre ahí de pie, sabía de su poder y de todo el dinero que tenía. –Te daré diez veces esa suma con tal de que obligues a tu empleada a que haga lo que yo quiero. –¿Cuál de todas? – se intrigó. –Una señorita de apellido Alcott – bufó, recordando solo su gafete y no el nombre que ella ya había mencionado. Ante una propuesta tan jugosa y atractiva, el jefe se puso en pie y salió junto al hombre, dirigiéndose ambos hacía la mesa, de la que Georgia comenzaba a alejarse. –¡Alto ahí! Georgia – su jefe la agarró del brazo con fuerza – vas a hacer lo que ese hombre te pida, a menos de que prefieras quedarte sin empleo. –¡Pero señor! Él quiere que yo alimente a su hijo, eso no está dentro de mis funciones – replicó. Georgia no quería dejarse humillar por él y su dinero. –O mueves el trasero a esa mesa y te sientas con ellos, o entonces puedes ir buscando otro trabajo y olvídate de la liquidación o cualquier tipo de carta de recomendación, créeme cuando te digo que me aseguraré de que no vuelvas a trabajar en ningún otro restaurante en la ciudad. Georgia soltó un bufido profundo, cerró los ojos y se mordió el interior de la mejilla, estaba ardiendo de la colera, pero por desgracia, no podía darse el lujo de perder su empleo, así que ella solo se soltó del agarre de su jefe y regresó a la mesa. –Me alegra que hayas recapacitado, Alcott – dijo el padre del niño. Georgia sintió un escalofrío cuando escuchó su apellido en boca de aquel ser humano tan arrogante, pero, como no podía replicar o decir todas las cosas que se pasaban por su cabeza, ella solo haló una de las sillas vacías y la puso a un lado del puesto del niño. –Asegúrate de que su ropa no se ensucie – pidió el hombre con altanería cuando ella le dio la primera cucharada. Georgia no desaprovechó oportunidad para mirarlo con odio y desdén, si bien era cierto que no podía pelear con él, nadie dijo nada de no poder mirarlo como se merecía. El hombre la vio con el rabillo del ojo y notó el odio en ella, y por alguna razón, eso le pareció gracioso, verla morderse la boca para no hablar era en extremo fascinante. –Ahora trae los postres que pidió mi hijo. Para cuando el almuerzo se terminó, Georgia estaba roja de la rabia, el niño estaba satisfecho y el hombre actuaba como si nada hubiera sucedido. –Gracias por tu atención, Alcott – se despidió de ella, agarrando la mano del niño, quien también dijo adiós. Georgia los siguió hasta la salida y los vio subirse en ese auto. –Creo que he visto esa matricula en algún otro lado… – frunció los ojos, al tiempo en que ataba los cabos sueltos. ¡Ese hombre que acababa de humillarla era el mismo que casi la atropella esa mañana! ¿Es que acaso era posible tener tan mala suerte?

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