Capítulo 2
El cambio de horario se estaba llevando mi vida poco a poco, me acostaba alrededor de las dos de la mañana y me despertaba a la una de la tarde, pero lo peor de todo era que al despertar seguía teniendo sueño, Eliana decía que era algo normal, que a ella le costó casi un mes acostumbrarse, pero yo no podía darme el lujo de vivir un mes despierta de noche y durmiendo de día, en poco tiempo tendría que empezar a trabajar y necesitaba estar fresca como una lechuga.
Casualmente la primera semana que llegue a París, Eli empezó un curso de repostería por lo que tuve que quedarme al cuidado de los niños, aproveche la situación para llevármelos de paseo y así yo también poder conocer un poco más, me alegro mucho darme cuenta que eran unos pequeños francesitos muy tranquilos y educados, no se portaban mal y siempre que llegábamos algún lugar famoso me contaban un poco de su historia, punto para Eli y Calvin.
–Oye, prima Vania, ¿podemos ir por un croissant? – me preguntó Piero.
–¡Si! – exclamó con alegría, el pequeño Gabriell.
Llevaban a Francia en la sangre, y yo parecía que me estaba acostumbrando demasiado rápido a eso; tome a los dos pequeños de la mano y caminamos al lugar en donde mi prima Eliana me había recomendado siempre comprar cuando se me antojara, y vaya que, si era conocido, la fila daba hasta la parte de afuera y adentro estaba repleto de gente.
–Niños, ¿están de acuerdo en hacer esta fila para comprar? – les pregunte.
–Los croissants lo valen – sentenció Grabiell.
Los miré con una sonrisa y esperamos pacientes nuestro turno, para mucha suerte avanzaba rápido, hacia bastante frio y justo al entrar pude sentir la calefacción salvarme de una hipotermia.
Llegamos a la caja y una amable chica tomó nuestros pedidos y luego otra nos despachó los croissants, para nuestra mala suerte todo estaba repleto y no había donde sentarse, por lo que tuvimos que salir y buscar un banquito en el parque del frente, yo estaba muriendo por darle el primer mordisco a ese delicioso manjar que desprendía una calidez y un olor embriagante.
Cuando tomamos asiento en uno de los bancos, algo muy extraño paso, escuchamos como una chica nos gritaba en francés, para mi buena suerte, hace cuatro años estuve en un curso y a pesar de no haberlo terminado, logré aprender muchísimo, solo me faltaba perfeccionarlo un poco.
–Disculpa, dejaste tu cambio – me dijo la chica, inclinándose por falta de aire al correr.
Alce mi rostro y la mire, lo primero que pude notar era que tenía una hermosa sonrisa, un cabello castaño ondulado y unos lindos ojos color café, era delgada y su rostro denotaba mucha ternura, por un momento estaba segura que me quede perdida en ella, porque Piero me halaba de la chaqueta para que le aceptara el dinero que me estaba ofreciendo, eso me hizo regresar a la realidad.
–Muchas gracias, es que como había tanta gente, seguro me distraje y no los tome, de verdad gracias – le dije, tomado el dinero.
–No, al contrario, fue culpa de la empleada, yo miraba por las cámaras y me di cuenta rápidamente que no te lo había dado, lo dejo puesto a un lado de la caja, por lo que bajé rápidamente y te lo traje, pero tienes razón también como hay demasiada gente, cualquiera se puede equivocar, te pido disculpas.
A parte de hermosa, era una chica extremadamente amable y educada, no sabía si lo hacía porque era una cliente o si de verdad era su personalidad ser así, pero me estaba dejando totalmente embobada.
–No te preocupes, lo rico del croissant lo recompensa – le respondí con una sonrisa, dándole un mordisco al pequeño panecillo.
–Me alegra que te guste, ¿eres latina verdad? – me preguntó con interés.
–Sí, llegue hace poco al país, vine en búsqueda de aventuras.
–Bueno, viniste al país adecuado si es lo que estás buscando, me presento, soy Camille, soy la encargada de la panadería – me dijo, estirado su mano.
–Un placer, soy Vania – le respondí, estrechando su mano.
–Vania, debo regresar al trabajo, espero volverte a ver más seguido por acá y así tal vez te recomiende unos buenos café y otros sabores de croissants que sé que te van a gustar.
Nos despedimos con la promesa de que regresaría a la panadería otra vez, y es que no había dudas de lo haría, no podía creer que había tenido ese encuentro y que esa chica se haya interesado en que yo regresara, eso era una buena señal, aunque estábamos hablando de otra cultura, tal vez en ese país era normal hacer ese tipo de cosas y yo lo estaba mal interpretando todo, pero ya lo iría descubriendo poco a poco, moría de ganas por volver, sin entender aun que estaba pasando y porque de manera tan repentina sentía esa emoción.
–¿Qué tal la pasaron amores? – preguntó Eliana, llegando del curso con una gran cantidad de bolsas.
–¿Te fuiste de compras? – bromee, mientras comía un poco de cereal que Piero me había dado.
–Son dulces que preparamos hoy y nadie los quiso comer, iban a botarlos, que maldad tan grande, les dije que yo me los llevaba a Calvin le gustan mucho los dulces y sé que a ti también.
No había terminado de hablar Eliana, cuando yo estaba revisando las bolsas y sacando los dulces, los niños se acercaron rápidamente y tomaron cada uno un chocolate, yo opte por un croissant que como era de esperarse no sabía ni la mitad de bien como los de la panadería de Camille.
–No, es que yo he comido en varias partes y hasta ahora ninguno como los de la panadería, son demasiado buenos, y debes conocer a la encargada, es un amor de persona, se llama Camille.
Mi cara en ese momento lo más seguro era un poema, tenía una sonrisa que desapareció al instante de escuchar eso, no podía ser otra cosa, Camille era una chica amable, no se trataba de que vio algo especial en mí y por eso fue amable, ella lo era con las demás personas.
–Se me acerco hoy en el parque y me vuelto que la chica de la caja se le olvido darme, si se veía bastante amable – le respondí, ya sin ganas.
–Sí, ella fue hace poco a darnos una clase, de verdad es muy linda y la novia también lo es.
Alce mi rostro sin poder disimular, no podía creer la caja de sorpresas que era, tenía novia, bueno, no puedo negar que de una u otra forma sabía que era una chica de ambiente, se le notaba por su forma de vestir y de ser, era un poco, ¿masculina?, si creo que era la palabra adecuada, pero eso no le impedía ser toda una hermosura de chica.
–Ah, es de ambiente – dije, tratando de no sonar asombrada.
–Sí, pero es muy agradable, eso es lo que importa.
Gabriell se unió a la conversación, contándome que en su escuela hay muchos niños que tienen dos padres o dos madres, que también estaban inculcándoles en las clases valores sobre el respeto y la tolerancia hacia personas de las comunidad gay, me sorprendió bastante como ese pequeño niño de diez años hablaba de ese tema con tal fluidez y normalidad, cosa que en Venezuela aún no se veía, y es que no es por hablar mal de mi nación, amo mi tierra con todo mi ser, pero para nadie es un secreto que Latinoamérica es un continente con mucho atraso en la gran mayoría de los ámbitos, sobre todo en el ámbito mental.
Tuve las verdaderas intenciones de volver a la panadería, pero después de escuchar todas esas cosas sobre Camille, decidí mejor olvidarlo, me obligue a recordar cuales eran mis planes en este nuevo país, no había venido en búsqueda del amor, mis intenciones eran hacer dinero, trabajar y luchar por mis sueños, así que simplemente me prepare e inicie mi labor en la empresa de Calvin el esposo de mi prima, estuve bastante nerviosa al principio, me estaba dando cuenta que los franceses son personas muy serias en el trabajo, no miran a los lados y evitan tener conversaciones con los demás, aunque viéndolo mejor, creo que evitaban era tener conversaciones conmigo, Calvin me coloco bajo el mando de una señora que se notaba estaba siendo amable por obligación, me explico el funcionamiento de las máquinas de impresión y me dio uno que otro tips de como ordenar los archivos, para su buena suerte entendí rápidamente y pude comenzar a realizar el trabajo yo sola.
En la hora del almuerzo, Calvin me envió un exquisito menú del comedor, sabía que estaría un poco apenada de bajar por lo que hizo que lo subieran hasta mi lugar de trabajo, me senté en el suelo y comencé a ver videos en mi teléfono hasta que se terminara mi hora de almorzar y descansar, lo bueno era que me faltaban pocas horas para salir.
Traté de buscar a Calvin por todos lados para poder irme con él a casa, pero cuando justo tomaba el ascensor para salir del edificio recibí una llamada, en donde me explicaba que su hermana se había puesto mal y que por eso tuvo que irse antes de la salida, me dijo también que pidiera dinero para tomar un taxi y regresar a casa más fácil, pero me negué, simplemente necesitaba caminar un poco y poder conocer mejor el camino a casa, no siempre tendría que irme con él, Calvin era el jefe y un hombre bastante ocupado.
–¡Ey chica nueva! – escuche detrás de mí.
Giré mi rostro por mera casualidad, juro que no pensé que era a mí a quien llamaban, pero efectivamente si, venia hacia mí un guapo chico que ya había visto entre los amigos de Calvin, era alto, con cabello castaño claro y unos llamativos ojos verdes, estaba vestido con corbata y zapatos casuales, me miraba con una sonrisa que hacían denotar unos perfectos dientes muy blancos.
–¿Yo? – pregunte extrañada.
–Claro, no hay nadie más por acá – me respondió, mirado a los lados.
–Sí, claro – dije, bajando la mirada con un leve sonrojo en mis mejillas.
–¿Vives con Calvin?
–Sí, justo voy hacia allá.
–Bueno, si no tienes problema, podemos acompañarnos en el camino, yo vivo en el mismo edificio.
Me quede por un momento pensando, no estaría tan mal, había una gran probabilidad de que me perdiera en el camino sola, pero con la compañía de este apuesto francesito, eso no sucedería, a parte hacia podría ir conociendo más personas y quizás, hasta hacer amigos nuevos, me consideraba aun una chica muy joven con un espíritu aventurero y energético, aunque por ahora, mientras estuviera viviendo en la casa de Eliana, no pretendía dejar salir ese espíritu, ya luego cuando me pueda ir a parte, pues sí.
–Listo, en la puerta de tu casa – me dijo con una sonrisa.
–Disculpa, soy Vania – le dije, estrechándole la mano.
–Ah, qué mala educación de mi parte, soy Dean, es un verdadero placer conocerte y espero que puedas aceptarme para otro día una salida a tomar un café o lo que quieras, si es una copa de vino mucho mejor.
No podía negar que la idea me desagradaba, Dean parecía ser un tipo agradable, durante el camino a casa me conto muchas historias de París que lograron captar completamente mi atención, y cabe destacar que no es algo muy fácil de lograr, eso le daba un punto positivo, tal vez podría descubrir más cosas si aceptaba salir con él, la verdad era que me estaba empezando a gustar mucho mi inicio, en este nuevo mundo.