Antonella
Me sentía mareada todo me daba vueltas, era como si estuviera en una rueda, que solo giraba, y giraba, aún escuchaba a Alberto refunfuñar, pero ahora no tenía ánimos de absolutamente nada.
—No es necesario que vengas a la empresa —dijo Alberto, Emilio solo lo miraba con ganas de matarlo, lo sé, lo conozco a la perfección. Así que mejor me acomode un poco.
—Lamentablemente no voy a poder complacerte padre, vine a tomar mi lugar, y voy aprovechar está junta para hacerlo, creo que es hora que la presidencia vuelva a mi —dijo Emilio.
—¡Esto debe ser una maldita broma Emilio!, llevo años dirigiendo las empresas de tu madre, y de buenas a primeras quieres arrebatarme todo. —Lo dicho, es mejor irme, no debí venir, este no es un buen momento.
—Alberto, creo que es mejor que me vaya, mientras tú hablas con tu hijo —dije tratando de levantarme, en verdad estaba apunto de vomitar está vida y la otra, siempre que quedó encerrada, que para ser precisa han sido tres veces, y dos con Emilio, Dios.
—Tu te quedas, necesito hablar contigo —dijo mirándome fijamente. —Emilio ya te dije es mejor que te vayas, en la junta de hoy no pienso tratar ningún tema. —Dios, no creo que ningún de los dos quiere ceder, Emilio está furioso, lo se por la vena que acaba de sobresalir en su frente
—Ya te dije que no, es más, Eduardo viene con los documentos que me certifican como el nuevo dueño de absolutamente todo lo de mi madre, tú tienes tus propias empresas, no creo que es hora de tomar el control mientras mi madre se recupera —hablo Emilio. Alberto frunció el ceño, sé muy bien que él por alguna extraña razón adora estás empresas.
—¡Está bien! Haz lo que se te dé la gana, ve y juega al empresario del año, Pero eso sí después no vengas a lloriquear. ¡Ahora largo!, espérame en la sala de juntas —exclamó Alberto llevando sus manos a la cabeza, de algo si estoy segura y es mejor irme y ya
Emilio siseo, y miró a su padre con cara de no muy buenos amigos, antes de dar un portazo y tirar casi que todo abajo.
—¡Antonella!, se puede saber qué diablos hacías con el bastardo de Emilio besuqueándote en el elevador. —Abrí mis ojos de par en par al escuchar la magnífica pregunta de Alberto, definitivamente está loco, si
—creo que no estás de buen humor, y yo menos para aguantar tus reclamos absurdos —dije, me levanté con algo de esfuerzo, aún seguía mareada, y no se me iba a quitar en lo que resta del día, de eso estoy más que segura
—¡Mira gatita! —dijo tomando de mi brazo fuertemente al ver que caminaba hacia la salida. —Me perteneces, y no voy a dejar que te enredes con el imbécil de Emilio.
—Ya basta Alberto, por favor; Emilio es tu hijo, así que déjate de estupideces, no tengo nada con él, y nunca lo voy a tener, el solo fue amable conmigo, ¡Ahora suéltame! —dije mirándolo a los ojos, los cuales estaban echando chispas, era ceniza volcánica en toda su máxima expresión.
—Por Dios Antonella, se muy bien quién es Emilio, así que te quiero a metros de él, ah, y por favor no quiero que vuelvas a la empresa sin avisar, ya te había advertido y sin así desobedeciste mis órdenes —dijo apretando con mucha más fuerza mi brazo, él nunca se había comportado de esta manera, creo que no lo conozco.
—¡Alberto suéltame!, me lastimas —dije, su sonrisa se dibujó aún más, es como si disfrutara de mi dolor.
—¡Alberto!, ¡Ya suéltame! —exclamé con mucha fuerza, bueno al menos sirvió para que me soltará.
—¡Vete Antonella!, más tarde hablamos —dijo, se giró tomó unos cuantos documentos y salió azotando la puerta.
Llevé mis manos a mi cara mientras me dejé caer sobre el sofá, es la primera vez que discutimos, y lo que ví en sus ojos no me gustó, algo extraño pude notar..
Mire toda su oficina, y vi que a Alberto se le había olvidado cerrarla, me coloque de pie y caminé hacia ella, después de todo un vistazo no me caería mal.
Por unos días llegué a pensar que Alberto guardaba el dinero, pero no, solo fue una vaga ilusión, solo tiene varios documentos. Mordí mi labio inferior, no sé si lo voy hacer, está bien, pero tal vez los pueda necesitar algún día.
Después de revisar varios documentos, decidí tomar unos cuantos, tal vez sean mi seguro de vida, o simplemente un buen negocio.
Escuché unos pasos venir hacia la oficina, así que tomé rápidamente mi bolso y los eche justo en el momento que la puerta se abría.
—¡Alberto!, ¿Dónde estás cariño? —dijo una rubia con un pequeño vestido que apenas tapaba su trasero.
—Mi esposo no está, ¿Qué necesita ? —dije caminando hacia ella.
—Perdón señora Lennox, soy Alba la directora de recursos humanos —dijo tratando de excusarse.
La miré de arriba abajo, definitivamente debo colocarla en su sitio.
—Mira me importa un bledo quién es usted, le aconsejo que trate con respeto a mi esposo, no quiero saber que lo vuelve a llamar cariño —dije rodeándola como un cazador. Pude ver que lo que le dije no le gustó para nada, en efecto está mujercita algo se trae con Alberto, Pero no voy a permitir que nadie se meta con lo mío bastante me costó llegar a donde estoy, y no voy a dejar que cualquier insignificante se meta con lo mío
—Lo siento señora Lennox, le prometo que no volverá a pasar —dijo, y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
No pude evitar sonreír, me causó gracia ver su cara, en fin, acomodé mi bolso y salí de la oficina, caminé hacia el elevador, y justo cuando oprimí el botón las puertas del elevador se abrieron de par en par.
—¡Antonella!. —No puede ser tanta mí mala suerte, no.
—¡Eduardo! —respondí, me giré, por supuesto que no me iba a subir y menos si él estaba ahí.