Capítulo 2

1572 Words
Narra Analia  Entré al despacho con la cabeza gacha, con pasos lentos me acerqué a él. Al único hombre que podía humillarme con tal de conseguir su perdón. —Lo siento, no lo sabía —susurré. Lo oí suspirar y mover la silla, era una señal de que se había puesto de pie. Se paró frente a mi, tomó mi mentón con delicadeza obligándome que levantase la cabeza.  —Lo sé, pero aún así sabias las reglas y no las obedeciste. Las reglas se hicieron por un motivo y es para evitar que ocurran desastres. Mira lo que sucedió ahora, mi identidad está en riesgo.  —Pero lo solucionarás ¿cierto?  Sonrió con dulzura y me rodeó con sus brazos y me besó la frente. —Claro que si, pequeña.  La puerta se abrió y por ella entró el tío Marco con mi primo Dante, bastante agitados. —Leandro —llamó Marco. —¿Qué sucede? —preguntó separándose de mi y volviendo a su sillón. —Los americanos, nos han declarado la guerra. Y han mandado un mensaje con uno de nuestros hombres. —Era de esperarse. —Piden a Analia a cambio de la paz.  —Cómo si no supieran quién es más fuerte.  —Han agarrado poderío, Leandro. Una guerra entre ellos nos dejaría un total desastre. Y sabes que eso no nos conviene. —dijo Marco. —¿Y qué sugieres? ¿Qué entregue a mi hija a cambió? ¿Qué la de como un objeto? Estas muy equivocado, Marco. Manda a decir que mi hija no es ninguna moneda de intercambio. Marcó salió junto a mi primo del despacho de mi padre. Lo miré y fui a sentarme a una de las sillas frente a él. —¿Crees que den bastante problemas, papá?  —No lo creo. La puerta se volvió a abrir, Damián entró bastante molesto. —Padre nos han saboteado todo el cargamento de armas que ayer entró y que yo mismo asesoré que estuviese completo. Son diez millones de euros perdidos.  El semblante de mi padre se endureció, y levantándose de golpe llamó a sus hombres de más confianza. —Si quieren guerra, guerra tendrán.  Los hombres entraron al despacho, mi padre comenzó a darle órdenes y a planear estrategias para darles un gran golpe.   —Carlo ¿qué encontraste de la Mafia americana? —preguntó Damián. —Malas noticias, señor. En los últimos años han tomado poderío, tienen fuertes alianzas con los rusos y con los españoles. Quienes son nuestros más grandes enemigos, la mafia americana se ha vuelto una sola y hace siete años el que está en el poder es Andrew Campbell, se ha convertido en un poderoso mafioso y temido por todo el continente americano, a******o y gran parte del africano. También está entre los más buscados por la FBI, pero nadie conoce su rostro, no deja rastro alguno en ninguna de sus coartadas sólo cuando él lo desea.  —¿¡Cómo es posible que se hayan vuelto tan poderosos bajo nuestras narices!? —exclamó papá furioso. —No lo sabemos, señor —dijeron acongojados los hombres. —¡Quiero la cabeza de Campbell!  —Será suya, señor. —respondieron —Vaya cada quien a hacer lo que les he mandado.  Todos salieron dejándonos solo a mí padre, Damián y yo.  —Nos traerán demasiados problemas, pero tenemos que demostrar una vez más quién es la mafia que manda. —dijo Damián tratando de animar a nuestro padre.  —Claro que si, hijo. —Yo iré a revisar el lugar dónde robaron las armas, no pudieron haber hecho algo perfecto. Algún error debieron cometer. —dije saliendo de la estancia.  Salí de casa en mi Maserati n***o, arranqué a toda velocidad. Corroboré que mis armas estuvieran en la guantera, ese americano ya conocería quienes somos los italianos. Llegué a la bodega, a la vista de cualquiera anoche no había sucedido nada. Observé los alrededores y no había ni huella de que algún camión hubiese entrado por el cargamento de armas.  Parecía bastante inteligente el americano, pero no más que yo. Sonreí satisfecha al ver lo maltratadas que estaban las ramas de los árboles cercanos. Ingresé al bosque siguiendo el daño de las ramas, llegué hasta el centro del bosque donde me encontré con un paquete de las armas que nos robaron.  Con mucho cuidado me acerqué a la caja, la abrí encontrándola vacía solo con una pequeña nota doblada. Fruncí el ceño y la tomé, en el interior había una dirección.  Dudé un momento en ir averiguar, pero era más que claro que querían que fuera allí y específicamente yo.  Confundida más por descubrir que era a las carreras ilegales a las que solía asistir cada noche. Guardé el papel en el bolsillo de mi pantalón y regresé a mi auto.  En casa las cosas estaban bastante tensas, mamá trataba de aligerar la tensión pero fue imposible. Cada uno estaba preocupado por la situación tan complicada.  Durante la cena todo fue en completo silencio, lo único que se escuchaba era el ruido causado por los tenedores contra los platos.  —Esta noche nadie saldrá de casa, ¿entendido? —dijo mi padre centrando su mirada en mi hermano y en mi.  —Está bien —aceptó Damián y siguió comiendo.  —¿Analia?  —Pero papá esta noche tengo una carrera muy im... —Nada de peros, Analia —demandó con firmeza mi padre.  —Con o sin tú permiso de igual manera iré —lo desafié.  El rostro de mi padre se desencajó, y su semblante se enfureció, se levantó de golpe causando un enorme estruendo y me señaló.  —Harás lo que te ordene, esta es mi casa y por lo tanto seguirás mis órdenes jovencita. Ay de ti, Analia, si me llegas a desobedecer.  Se marchó del comedor enfurecido, ni madre me miró con desaprobación.  —Hazle caso, mira que últimamente has cometido muchas imprudencias. Deja de actuar como una adolescente y compórtate, ya tienes veintidós años. Que no se te olvide. —dijo mamá levantándose para luego ir tras papá.  Empujé el plato con fuerza, ocasionando que este se resbalara hasta el otro lado de la mesa y cayera al suelo rompiéndose al chocar contra este.  —Deberías hacer caso, Analia.  Rodé los ojos y miré acusatoria a mi hermano por no estar de mi lado.  —¿Tú también? No empieces, Damián.  —Estas demasiado consentida.  —Tú me ayudarás, Damián. Sino inventaré que te acostaste con alguna de las muchachas que trabajan para nosotros.  Damián con gran desinterés la miró, para luego sonreír con ironía.  —Yo no me acuesto con cualquiera, con las mujeres que estoy son sumamente seleccionadas. No tengo ningún motivo para desobedecer a papá, y él lo sabe.  —Yo soy su consentida.  —Pueda ser, pero yo soy el de mamá. Un punto a mi favor, ya que ella tiene influencias sobre nuestro padre. —dijo levantándose con elegancia de la silla.  —Pero eres mi mellizo, mi confidente Damián. Estás siendo muy duro conmigo.  —Y así será hasta que dejes de comportarte como una niña.  Diciendo esto, se marchó dejándome sola en el gran comedor.  Me indignaba que pensaran que era inmadura, tal vez en algunas ocasiones si, pero esta vez era por una buena causa. Necesitaba saber el porqué me habían citado allí. Lo descubriría a cualquier precio, una vez más desobedecería a papá.  Subí a mi habitación y cambié mi vestuario. Cerré mi habitación con seguro, puse algunos cojines en cama. En una grabadora que podía controlarla desde mi móvil grabé varías posibles respuestas. Puse una cámara que grabara hasta lo sonidos en un punto específico de mi habitación.  Todo esto para que mis padre no me descubrieran y si llegaran a tocar mi puerta poder contestarles con algunas grabaciones. Bajé con mucho cuidado por la ventana, la altura era bastante, si llegase a caer probablemente obtendría alguna fractura.  Cuando llegué al suelo me puse los tacones que traía en mano. Salí de casa con sigilo. Agradecí mentalmente porque el otro día dejé a uno de mis bebés en uno de los apartamentos de mi padre. Envié un mensaje a Carlo y Nicoletta para que me estuviesen esperando a unas cuantas cuadras fuera de la casa.  Me escabullí como pude de la seguridad y algunas cámaras. Conocía cada rincón de la casa por eso no se me dificultó evadirlos. Sin embargo no podría salir sin que me descubriesen.  Divisé a Piero a lo lejos en el jardín como pude llegué hasta él.  —Pss Piero, ¡Piero! —lo llamé.  Este ligero volteó en dirección a mi.  —¿Analia? ¿Qué haces? —preguntó confundido.  —Necesito que me ayudes a salir.  —¿Qué? No haré eso tú padre o tu hermano me matarían. —dijo con expresión horrorizada.  —Vamos Piero, dicen que hoy llega un competidor nuevo y que se dice es el rey de las carreras clandestinas. Déjame ir a defender mi territorio.  Piero dejó salir un inmenso suspiro.  —Está bien —se rindió. —sube al maletero de mi coche. Pero si te descubren diré que me amenazaste, y tú no te negarás.  —Está bien. Complacida subí al maletero, me acomodé como pude. El auto no tardó en arrancar, ya casi me sentía libre .  Descubriría a como diera lugar quien había dejado aquella dirección. 
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