Salí corriendo de la habitación todavía en forma lobuna, las patas resonando contra la madera del suelo. El viento de la noche me azotó el rostro apenas crucé el umbral de la puerta. ¡Jacky! Se me heló el corazón al pensar en él. Si yo me transformé... ¡él también debió hacerlo! Nada más poner una zarpa en el jardín, lo vi. Un lobo de pelaje tan blanco como el mío, pero con una distintiva oreja negra, corría directo hacia mí. Supe al instante que era Jack. Salté sobre él sin pensarlo, y rodamos por el césped entre gruñidos y mordisquitos juguetones. La emoción burbujeaba en mi pecho, y por un momento, solo éramos dos hermanos disfrutando de nuestra forma salvaje. Pero entonces, un aullido largo y agudo rasgó la noche. No era un lobo. Una sirena. Los sonidos metálicos y vibrantes se pro

