—¿Qué pasó con los Rogers? —pregunté a Thiago mientras me ajustaba el vestido frente al espejo. El satén granate resaltaba mi piel y abrazaba mi cuerpo más de lo que estaba dispuesta a admitir. Aún me faltaba maquillarme, peinarme y ponerme los zapatos. Solo pensarlo me agotaba. Thiago me observaba desde el marco de la puerta con los brazos cruzados, hasta que avanzó sin decir nada. Rodeó mi cintura con sus brazos y hundió su rostro en mi cuello, donde dejó un suave beso que hizo que me estremeciera. —Eso no importa —murmuró junto a mi oído—. Ese vestido es demasiado corto —gruñó de forma posesiva, y su voz ronca me hizo cerrar los ojos un instante. —No... —intenté protestar, pero sus labios sobre mi cuello borraron cualquier pensamiento lógico—. Thiago, tengo que terminar de prepararme

