Subí las escaleras hasta el despacho de Thiago con el corazón palpitando de forma irregular. Algo dentro de mí no estaba bien, un presentimiento, una punzada molesta en el pecho. Sin pensarlo, abrí la puerta de golpe, sin molestarme en llamar. La imagen me golpeó como un puñetazo. Thiago estaba con una chica pelirroja, peligrosamente cerca, tanto que sus narices se rozaban. Él tenía la cabeza inclinada hacia un lado y ella hacia el otro, como si estuvieran a punto de besarse. —¿Quién es esta? —pregunté, mi voz tan afilada como una daga, mientras la miraba de arriba abajo con los brazos cruzados. Thiago alzó una ceja con sorpresa y respondió con otra pregunta. —¿No te han enseñado a llamar a la puerta? —Tú tampoco llamas nunca, así que no te quejes —bufé, rodando los ojos—. Además, soy

