Mudarse con él.

3085 Words
—Nus, espera... —me apresuro a explicar mientras busco mi teléfono—. He ido al salón de belleza, me he arreglado completa para conseguir un mejor trabajo —explico apresuradamente, con mis manos temblorosas mientras le muestro el video que grabé durante mi transformación, una prueba que pensé usar con mi jefe para demostrar que, si era yo, en caso de que no me creyera. Las imágenes muestran el proceso paso a paso. —Ah, caray, mira nada más, ¡si eres tú de verdad! —su expresión cambia radicalmente, la preocupación anterior se transforma en una sonrisa que ilumina todo su rostro—. Lo siento tanto, amiga mía, por un momento creí que te había perdido para siempre —me envuelve en un abrazo efusivo que transmite todo su alivio y cariño—. Estás hermosa, increíblemente hermosa —repite mientras me mantiene envuelta en ese abrazo que solo una verdadera amiga puede dar, y esas palabras llenas de sincero afecto. Ya instaladas en el auto, con la música retumbando a todo volumen por los altavoces mientras recorremos las calles iluminadas de la ciudad, su curiosidad emerge como era de esperarse— ¿Para qué nuevo trabajo aplicaste? supongo que lo obtuviste sin problemas. —Sí, efectivamente lo obtuve —respondo escuetamente, evitando entrar en detalles. Mis dedos ruedan por mis muslos mientras evito su pregunta inquisitiva. —¿Y? —insiste con ese tono que conozco tan bien, y sé en lo más profundo de mi ser que mantener este secreto será prácticamente imposible. No podré ocultarle la verdad por mucho tiempo, especialmente cuando el embarazo comience a hacerse evidente en los próximos meses, considerando su constante e inevitable presencia en mi vida cotidiana. —Por favor, no quiero hablar de trabajo esta noche, necesito despejarme. Hablamos después de ese tema —agradezco internamente cuando acepta mi evasiva, y el resto del trayecto se llena con sus animadas y detalladas historias sobre sus próximos combates en el ring, sus estrategias y las expectativas que tiene para cada encuentro. Al llegar a la discoteca más popular de la zona, nuestra presencia no pasa desapercibida entre la multitud que espera entrar. La fila de espera es considerablemente larga, serpenteando por toda la cuadra, pero Nus, fiel a su estilo irreverente, tiene otros planes en mente. —¡A la cola, respetar el orden! —protestan algunas chicas con evidente molestia y frustración en sus voces, pero Nus las ignora, les muestra el dedo medio con descaro y me empuja suavemente hacia adelante cuando alcanzamos a los imponentes guardias de seguridad que custodian la entrada. —¿Nos permites entrar, guapo? —pregunta Nus con su característico desparpajo y confianza absoluta. El guardia me examina detenidamente de pies a cabeza antes de esbozar una sonrisa sugestiva que me hace sentir incómoda. —Estás tan despampanante esta noche que ni en sus sueños se negará a dejarnos pasar —susurra Nus en mi oído con complicidad, mientras me guiña un ojo traviesamente. —¿Me estás usando descaradamente para conseguir entradas gratis? —cuestiono con fingida indignación, aunque una pequeña sonrisa se asoma en mis labios. —¿Cómo puedes pensar eso de mí? Solo aprovecho tu innegable belleza para agilizar nuestra entrada —responde con descaro y picardía. —¿Y cómo conseguías entrar antes de mi transformación? —pregunto curiosa por sus métodos anteriores. —¿Qué te hace pensar que solo tú eres hermosa en este mundo? —me da un pequeño empujón juguetón en el hombro. Me quejo teatralmente ante su gesto que, aunque no fue realmente fuerte, igual provocó una pequeña molestia pasajera. El interior del local está repleto de gente que baila y se divierte. Nus me presenta a sus amigos del gimnasio, los cuales me observan con una intensidad que me hace sentir incómoda, como si fuera una presa ante depredadores. Siento un terror instintivo ante sus presencias imponentes, porque todos parecen estar esculpidos en mármol, con unos músculos que parecen tener la dureza del granito. —Verdaderamente hermosa tu amiga —dice uno que no ha apartado su penetrante mirada de mí desde que llegamos— ¿Cómo te llamas, preciosa? —Se llama Mariza, y no está disponible para ninguno de ustedes —agrega Nus con firmeza en su voz, lo que me proporciona un inmediato alivio, pues ellos dejan de observarme como lobos hambrientos. Se unen más personas al grupo. Por lo que puedo observar, algunas son parejas estables de los que estaban inicialmente ahí, solo aquel que preguntó mi nombre parece estar soltero. Debo admitir que es bastante simpático en su manera de ser, no voy a negarlo, solo que sus brazos excesivamente desarrollados me intimidan, y sus hombros parecen dos muros fortificados imposibles de atravesar. Aparto discretamente la mirada y la poso en mi amiga que está bailando enérgicamente en la pista. Maldición, me han dejado sola con él, y siento un impulso casi irrefrenable de salir corriendo cuando lo veo sentarse a mi lado con toda naturalidad. —¿Te gustaría bailar conmigo? —propone con una sonrisa que pretende ser encantadora. —Yo... en realidad no sé bailar muy bien, prefiero quedarme aquí —respondo con nerviosismo evidente. —Vamos, yo puedo enseñarte los pasos básicos —dice levantándose con decisión, tomando mi mano sin pedir permiso y llevándome hacia la abarrotada pista de baile. —No, por favor... realmente no quiero bailar ahora —intento resistirme con toda la cortesía posible. —Ándale, no seas tan tímida, puedo ver que en el fondo quieres bailar —oh, Dios mío. Me rodea posesivamente con su brazo musculoso. Siento que me falta el aire. Intento liberarme de su agarre, pero me siento como una frágil muñeca de trapo entre sus brazos—. Te he visto mirándome toda la noche —Oh, sí, efectivamente lo estaba mirando, pero solo porque estaba mentalmente criticando su exagerada musculatura, definitivamente no porque me resultara atractivo—. Podemos escaparnos a un lugar más privado si quieres. —¡No, por favor, déjame! —exclamo con toda la firmeza que puedo reunir, empujándome desesperadamente para liberarme de su sofocante encierro—. No quiero ir a ningún lado contigo, solo quiero que me sueltes inmediatamente y me dejes tranquila. —¿Que te suelte? ¿Por qué haría eso cuando la estamos pasando tan bien? —sonríe con arrogancia mientras intenta acercar su rostro al mío contra mi voluntad. Es en este momento cuando odio haber mejorado mi apariencia, cuando maldigo internamente haber accedido a salir esta noche y haber hecho caso a las insistencias de Nus, quien ahora se divierte despreocupada con su pareja mientras me deja completamente sola y vulnerable con este individuo intimidante que no entiende un simple "no". Esquivo ágilmente su intento de beso, forcejeando con todas mis fuerzas para liberarme de su agarre. De repente, mi corazón da un vuelco y me quedo sin aliento cuando veo una mano firme posarse decididamente sobre el hombro de mi acosador. —¿Qué diablos quieres tú? —espeta el hombre con evidente molestia por la interrupción. —¿Acaso tienes problemas de audición? ¿No escuchas que ella no está interesada? ¿No percibes lo obviamente que te está rechazando? —la voz es inconfundible y autoritaria. —¿Y a ti qué te importa? ¿Cuál es tu problema? —Al fin afloja su agarre y me libera. Retrocedo rápidamente varios pasos, observando con creciente preocupación cómo la situación se torna cada vez más tensa mientras el hombre se enfurece e intenta intimidar a mi jefe. Oh, Dios santo. Mi corazón se acelera de pánico al pensar que van a lastimar seriamente a mi jefe, porque este amigo de Nus es enorme y amenazante, y aunque el señor Santoro tiene una estatura similar, en términos de masa muscular, este hombre le supera considerablemente. Cubro mi boca, ahogando un grito de sorpresa cuando, con un movimiento rápido y preciso, mi jefe neutraliza al agresor con un certero cabezazo. El corpulento hombre se desploma pesadamente al suelo, cubriéndose la nariz mientras la sangre comienza a manchar sus manos. Los demás miembros del grupo se aproximan amenazadoramente, y antes de que la situación escale a una pelea generalizada, intervengo. —¡Por favor, deténganse! Él solo estaba defendiéndome de un acoso indeseado —explico con voz temblorosa y firme. —¿Conoces a este hombre? —inquiere mi amiga con curiosidad, y asiento confirmando. —Es mi jefe —al revelar esta información, su expresión cambia. Inmediatamente comprende que es aquel amor platónico del que tantas veces le he hablado en nuestras conversaciones privadas. Con esta revelación, rápidamente interviene para calmar a los demás hombres que estaban listos para iniciar una pelea. —Bien, aquí no ha ocurrido nada grave. Detex se extralimitó y provocó esta situación —explica Nus con autoridad, y siento un profundo alivio cuando todos asienten en acuerdo y comienzan a dispersarse. —No era necesario que intervinieras —escucho ese característico gruñido autoritario desde mi espalda. —Señor Santoro, debe entender que todos ellos son boxeadores profesionales —intento explicar la gravedad de la situación. —¿Y eso qué importancia tiene? —arregla su elegante traje y clava intensamente sus penetrantes ojos verdes en los míos— ¿Qué haces en un lugar como este? —¿Disculpe? —ante mi perplejidad, pone los ojos en blanco con evidente fastidio, me toma de la mano y me conduce lejos del tumulto, llevándome hacia la zona VIP. —He preguntado por qué estás en este establecimiento. —Bueno, por la misma razón que usted, señor. Simplemente vine a distraerme un poco y divertirme con amigos. —¿Quién te ha dicho que estoy aquí por diversión? —¿No es así? Entonces, ¿cuál es el motivo de su presencia aquí? —Olvídalo, no tiene importancia —dirige su mirada hacia la entrada del área— Parece que han venido a buscarte —efectivamente, Nus espera en la puerta— No olvides llegar puntual mañana a la oficina —sin más explicaciones, se aleja con paso decidido. —¿Te encuentras bien, mi pequeña ardillita? —pregunta Nus con preocupación. Asiento con un suspiro cansado— Lamento que hayas tenido que pasar por esta desagradable situación. Te juro que le haré pagar caro su comportamiento cuando lo vuelva a ver —promete mientras conducimos de regreso. —No, por favor. No es necesario que hagas nada. No quiero que te involucres en problemas innecesarios por mi causa. Me deja segura en la entrada de mi edificio y se marcha. Ya en la tranquilidad de mi habitación, cambiada y preparada para dormir, el recuerdo de él enfrentándose a ese hombre para defenderme me provoca una involuntaria sonrisa. Me pregunto preocupada si se habrá lastimado la frente durante el altercado. Apenas ahora lo considero. Aunque, pensándolo bien, no recuerdo haber visto ninguna herida o sangre en él durante el incidente. Con estos pensamientos sobre mi enigmático jefe rondando en mi mente, finalmente me quedo profundamente dormida. Me despierto sobresaltada con el sonido insistente de la alarma, rápido me dirijo al baño, me aseo y me visto apresurada, preparándome para ir a la oficina. A pesar de que mañana es sábado y normalmente no trabajo, el jefe ha solicitado verme, y debo presentarme sin falta. Llego puntual a la empresa, donde los guardias de seguridad de nuevo me detienen para intercambiar algunas palabras amables y galantes. —El señor Santoro me está esperando —digo seca, manteniendo mi postura profesional mientras ignoro sus evidentes intentos de coqueteo. El cambio en mi apariencia ha generado estas reacciones incómodas que había olvidado desde que escapé. —¿Tiene la credencial? Sin ella no puede ingresar. Es política estricta de la empresa y debemos verificar la identidad de todos los visitantes —el guardia me mira con escepticismo mientras juguetea con su lapicero. —Sí, la tengo —le extiendo mi credencial, pero de inmediato noto sus expresiones burlonas y sus miradas compartidas que bordean lo irrespetuoso, hasta el punto de hacerme irritar—. ¿Cuál es el chiste? Su comportamiento me parece completamente inapropiado. —Es que, ha robado la credencial de la fea del edificio —sus palabras hacen que presione mis dientes con fuerza mientras les fulmino con una mirada que podría congelar el mismo infierno. —No me he robado nada. Soy yo, la persona de esa fotografía soy yo misma. Han pasado muchas cosas en mi vida que explican estos cambios, aunque no tengo por qué darles explicaciones —defiendo mi identidad, sintiendo cómo la indignación crece en mi interior. —¿Usted? —inquieren aún con una sonrisa burlona que no hace más que aumentar mi frustración ante esta situación absurda—. ¿Espera que creamos semejante transformación? La fea nunca podría ser igual de hermosa como usted. —Pues, no le creemos ni una palabra, así que no la dejaremos ingresar si no nos muestra su verdadera credencial. Necesitamos una identificación válida y creíble —insisten con un tono que mezcla la burla con una falsa autoridad. Fastidiada hasta el límite por la actitud poco profesional de estos dos guardias, decido tomar una medida drástica y llamar directamente a mi jefe. Sé que se sorprenderá por mi llamada, porque nunca me ha proporcionado su número personal. La verdad es que me lo apropié discretamente un día mientras realizaba mis labores de limpieza cerca del escritorio de su secretaria, un acto del que no me enorgullezco, pero que ahora resulta providencial. Podrías mostrarle el video, pero no tengo ganas de hacerlo. —¿Quién es? —su voz grave resuena a través del auricular con ese tono autoritario que lo caracteriza. —Señor Santoro... —dejo rodar el nudo que se ha formado en mi garganta, intentando mantener la compostura—. Soy yo... su Gestante. —¿Qué ocurre? —su voz mantiene esa frialdad que parece intensificarse aún más a través del teléfono, enviando escalofríos por mi espalda. —Verá, estoy teniendo un problema en la entrada. Mi credencial, aunque auténtica, no hace justicia con mi actual apariencia, por lo que me están negando el acceso al edificio —extiendo el celular hacia los guardias, quienes dudan en tomarlo. —¿Señor? —pregunta uno de ellos con voz temblorosa al tomar finalmente el teléfono. —Déjala pasar —logro escuchar la orden cortante de mi jefe, que no admite discusión alguna. Me devuelven el celular con evidente vergüenza y proceden a permitirme el ingreso, evitando ahora mi mirada. Al atravesar las puertas giratorias, siento cómo mis piernas tiemblan ligeramente. En el edificio, que normalmente bulle de actividad, hoy hay pocos empleados, y los que están presentes me observan con curiosidad y extrañeza, pues nadie logra reconocerme en mi nueva apariencia. Al entrar en el ascensor, mi amigo Robert ingresa justo detrás de mí, saludándome con su sonrisa amable, aunque es evidente que no me reconoce en absoluto. —Robert —pronuncio su nombre con cierta nostalgia, y él me mira con evidente escepticismo, estudiando mi rostro con atención. —¿Me conoce, usted? —le muestro mi credencial como respuesta, y sus ojos se abren con asombro mientras procesa la información— ¿Mary? ¿Eres realmente tú? —asiento con una sonrisa tímida— ¡Estás... estás verdaderamente hermosa! —me abraza efusivamente, se aleja para observarme nuevamente con incredulidad— ¿En serio eres tú? ¡Es una transformación increíble! —Lo soy, aunque parezca difícil de creer —permanecemos con las manos entrelazadas cuando las puertas del ascensor se abren con un suave tintineo. Al girar el rostro, mi corazón da un vuelco al encontrarme con la imponente figura del señor Santoro, parado como una estatua frente a la puerta. —Señor Santoro, buenos días... he venido a entregarle unos documentos importantes que... —Dale a ella cualquier cosa que hayas venido a dejar, y retírate de inmediato —ordena seco mientras da media vuelta y regresa a su oficina con pasos firmes que resuenan en el silencioso pasillo. —¿Ha dicho que te entregue los documentos a ti? —pregunta Robert con curiosidad— ¿Acaso te has convertido en su nueva secretaria? —No exactamente... pero yo me encargaré de llevárselos —acepto la carpeta mientras Robert continúa observándome con admiración y curiosidad que me hace sentir incómoda. Cuando las puertas del ascensor se cierran, llevándose a mi amigo, giro sobre mis propios talones y camino con paso inseguro hacia la oficina de mi jefe. Mis piernas tiemblan y mi corazón late desbocado, como si quisiera escapar de mi pecho. Toco suave la puerta. Su voz gruesa y autoritaria me da permiso para entrar. Inhalo profundo para calmar mis nervios e ingreso, sintiendo de inmediato su mirada escrutadora sobre mí. —Aquí tiene los documentos que Robert traía, señor —coloco la carpeta sobre su impecable escritorio de caoba. Me mantengo de pie, controlando mi respiración para no dejar ver mi nerviosismo. —Siéntate —demanda mientras saca otra carpeta, que presumo contiene el acuerdo—. Lee detenido el contenido, especifica la cantidad que consideres apropiada y firma donde corresponda. Bajo su intensa mirada, que no hace más que aumentar mi nerviosismo, tomo la carpeta con manos temblorosas, la abro y comienzo a leer el contenido— Por cierto, ese hombre del ascensor... ¿es tu pareja sentimental? Levanto la mirada sorprendida por su pregunta, y siento una descarga eléctrica recorrer mi cuerpo al encontrarme con sus ojos penetrantes. Trago saliva con dificultad mientras niego con la cabeza. —No, señor. Robert es simplemente un buen amigo y compañero de trabajo. —Lee con particular atención la página cinco —recomienda con un tono que no admite réplica. Paso las páginas hasta encontrar el punto específico que menciona—. Como podrás ver, mientras lleves a mi hijo en tu vientre, deberás evitar ciertos lugares y situaciones, incluyendo el contacto cercano con otros hombres. —Eh, señor, hay un detalle importante que debemos considerar. Mi trabajo… —Eso ya no será un problema, porque no continuarás trabajando. A partir de este momento, me haré cargo de todos tus gastos y necesidades. De hecho, lo más apropiado será que te mudes a mi residencia —sus palabras hacen que casi me atragante con mi propia saliva, mientras intento procesar las implicaciones de este drástico cambio en mi vida.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD