EL SUJETO NÚMERO DOS - Parte I

3599 Words
El calor y la humedad estaban acabando conmigo. Entre las rendijas de la contraventana comenzaba a vislumbrarse los primeros rayos de sol de la mañana y el ventilador del techo no paraba de dar vueltas, algo de agradecer ya que mitigaba al menos un poco la alta temperatura, aunque era totalmente ineficaz con la insoportable humedad que se te metía hasta en lo más profundo de los huesos. La boca estaba tan seca, que parecía lija. Tenía muchísima sed. Necesitaba beber un trago de agua urgentemente. Necesitaba esa maldita botella como fuera. Normalmente me llevaba una cuando me iba a dormir y la dejaba al lado de la mesilla de noche; sin embargo, en esta ocasión simplemente se me olvidó. Dudaba de que el sacrificio que debía realizar ahora para conseguirla mereciera la pena. Cada vez que tenía que realizar algún esfuerzo de esta naturaleza, se convertía en una acción titánica y de máxima dificultad. Entonces, en una especie de acto reflejo mental, irremediablemente siempre acababa acordándome de la jodida explosión y de aquel fatídico día. Yo era el sargento Jim Scott de la 101 Aerotransportada con la insignia de corazón perteneciente al Segundo Equipo de Combate de Brigada. Estuve destinado en varios frentes repartidos por todo el globo terráqueo, entre los que se incluía a la antigua Yugoslavia o más de catorce meses en Irak realizando operaciones militares de diferente índole, tales como protección, escolta, defensa y asalto. Fui condecorado con una Estrella de Plata y con una Cruz por Servicio Distinguido. Después de un parón de tiempo considerable me volvieron a mandar de nuevo al frente, pero el destino resultó ser Afganistán, donde había un lío montado de tres pares de narices con los rebeldes, los terroristas y los malditos talibanes. En aquel país caí gravemente herido y me otorgaron la condecoración de Corazón Púrpura. Una maldita medalla que odiaba a más no poder, ya que solo servía para premiar a los muertos o en su defecto poner contentos a los lisiados vivos, como si se le diera una chocolatina a un niño revoltoso con el propósito de mantenerlo callado. Iraq fue duro, pero no tenía ni punto de comparación con Afganistán. El mismísimo infierno sobre la tierra. Con más del setenta por ciento del territorio montañoso y prácticamente el total desértico o semidesértico, el país árabe era el escenario óptimo para que cualquier misión militar, por insignificante que fuera, se convirtiera en una auténtica ratonera sembrada de muerte y destrucción. El clima era extremo condicionado por su altitud y casi nunca llovía. Las temperaturas durante el día oscilaban muy a menudo entre los cero y los treinta y nueve grados centígrados, aunque en invierno, cuando realizábamos incursiones en las montañas del norte, el termómetro se te desplomaba a menos diez grados a una altitud de dos mil metros. Por aquel entonces yo estaba destinado en la base militar americana de Jalalabad situada entre la frontera de Pakistán y la capital Kabul. Mi unidad de vez en cuando se encargaba de hacer incursiones en las montañas del nordeste con el objetivo de freír a algunos rebeldes y terroristas que se escondían en las cuevas montañosas de aquella zona. Eran operaciones bastante limpias y precisas, las cuales casi siempre carecían de contratiempos o de percances de importancia reseñable. Los de la CIA nos comunicaban las coordenadas del lugar y montados en un par de helicópteros BlackHawk llegábamos al sitio en un abrir y cerrar de ojos, lo hacíamos volar por los aires con explosivos, y acto seguido volvíamos a la base con total normalidad sin sufrir ningún daño. No obstante, la mayoría del tiempo escoltábamos convoyes de suministros de material militar a las bases cercanas, ya que nuestra unidad por aquel entonces era una unidad de logística y abastecimiento. Normalmente tampoco ocurría nada y eran cometidos de relativa tranquilidad, aunque siempre actuábamos con la máxima cautela. Esos talibanes te podían joder a base de bien en el momento más inesperado y menos oportuno. Una mañana muy temprano, después de tomar el rancho del desayuno, nos llamaron para informarnos sobre la misión de aquel día. Nos sentamos en las incómodas sillas de plástico de la sala y en ese instante entraron el mayor Summers, que era el jefe de la base, el capitán Sánchez y la teniente Hook. Se pusieron en línea uno al lado del otro y acto seguido el mayor empezó a informar. ─ Buenos días caballeros. Hoy tenemos que hacer un nuevo servicio de entrega. Señalando el mapa de la zona que tenía colgado detrás de él con una vara de avellano prosiguió informando. ─ Necesitamos entregar un suministro muy importante de munición a la base de Asadabad. Aquí mismo, donde estoy señalando en el mapa. Capitán Sánchez. Prosiga con los detalles. El capitán dio un paso al frente y a continuación tomó la palabra. ─ Esos condenados talibanes llevan cuatro días haciendo escaramuzas contra los compañeros de Asadabad. Aprovechan la oscuridad de la noche para atacar con fuego de ametralladora y de mortero para luego desaparecer sin dejar rastro. Nuestros compañeros resisten, sin embargo ahora ya les empieza a escasear la moral, la munición y las provisiones. Ahí es donde entramos nosotros en juego. El mayor le cedió la vara y Sánchez señaló al mapa. ─ El plan es ir con dos camiones cargados de suministros y de munición para entregarlos. Estos vehículos de transporte de mercancías irán escoltados por cuatro BMR. Dos delante y dos detrás. Se volvió hacia los militares y continuó con la disertación. ─ Son noventa y dos kilómetros por una carretera que la mayoría es asfalto, pero donde hay un trecho de unos dieciocho kilómetros que pasa a ser un camino de arena y en donde la velocidad del convoy disminuirá considerablemente. En este punto del trayecto deberemos tener especial cuidado, ya que existe un riesgo muy alto de recibir una emboscada o un ataque ¿Hasta aquí alguna pregunta? El cabo Daniels levantó el dedo y cuando el capitán le dio la señal, preguntó. ─ ¿Qué efectos están teniendo esas escaramuzas en nuestros compañeros? El mayor tomó la palabra. ─ Cada vez los ataques son de mayor intensidad y violencia. Hasta el momento el balance es de dos muertos, seis heridos y dos instalaciones de apoyo destruidas. Hemos intentado varias veces protegerlos con medios aéreos pero por culpa de la topografía de la zona no se ha conseguido nada. El convoy de esta misión tiene una importancia por encima de lo normal ya que en uno de los camiones van unas cuantas cajas de rifles M-107 Barrett con miras de visión nocturna y de sensibilidad térmica, así de una vez por todas se podrá aniquilar a esos bastardos. Yo levanté la mano y Sánchez me miró. ─ ¿Sargento? Sin quitar ojo al mapa colgado en la pared, pregunté. ─ ¿Nos escoltará algún pájaro durante el trayecto? El capitán dejó la vara encima de la mesa y contestó con contundencia. ─ ¡Negativo! Esta vez la única escolta seremos nosotros mismos. Nuestros agentes nos han informado de que toda esa zona está plagada de soldados terroristas rebeldes aislados y equipados con antiaéreos Stinger. Por tanto, sería demasiado peligroso para nuestros pilotos. Tendremos que ir con pies de plomo y no fiarnos ni de nuestra sombra. Un soldado de la unidad levantó el dedo pidiendo permiso para hablar. El capitán le señaló. ─ ¿Volveremos por el mismo sitio? En esta ocasión el mayor Summers tomó la iniciativa. ─ En la base de Asadabad hay dos helicópteros BlackHawk que los utilizaremos para volver vía Kabul cuando hayamos conseguido repeler a los atacantes. Ahora mismo es una ruta completamente segura. Si todo va bien, como así va a ser, antes de la cena estaremos de vuelta en la base. Suerte caballeros y mucho cuidado ahí fuera. Toda la unidad se levantó al unísono y despidieron a los oficiales de la sala con el pertinente saludo militar. Entonces el capitán Sánchez se dio la vuelta y lanzó la última orden antes de partir. ─ ¡Bien! ¡Esto es todo! Nos reuniremos dentro de veinte minutos para empezar a preparar las armas, el equipo y los BMR ¡Retírense!. Un par de horas después ya nos encontrábamos de camino a través del itinerario planeado. El convoy avanzaba con osadía a una velocidad constante. Debíamos de llevar transcurrido más o menos la mitad del trayecto. Yo iba en el último BMR cerrando el convoy con el conductor, el tirador y con un grupo de otros tres soldados en el cual se encontraba la teniente Hook sentada enfrente mío. Su atractivo físico no pasaba desapercibido en la unidad, con ese pelo moreno y esos enormes ojos negros entre otros muchos atributos. Era mujer y esta condición en absoluto resultaba ser ningún impedimento, ya que los tenía bien puestos cuando era necesario aplicarse al máximo en el campo de batalla. Supongo que gracias a su más que sobrado valor, había conseguido llegar al rango de oficial. No existía ninguna otra mujer en nuestra unidad y la verdad era que resultaba casi imposible que no se te fueran los ojos. Eso sí, hicieras como lo hicieras, tenías que ser muy disimulado, porque si la teniente se daba cuenta y se cabreaba, te podía caer un buen paquete con patada en los genitales incluida y todo. Siempre pensé que en el fondo le gustaba sentirse observada, porque Hook era un militar como la copa de un pino, pero ante todo también era una mujer. En un momento del trayecto yo estaba abstraído con mis pensamientos y medio somnoliento por culpa del traqueteo que provocaba el BMR. De repente noté que nos parábamos. Todos los que íbamos en el vehículo nos sobresaltamos al instante y comenzamos a mirarnos los unos a los otros con cara de circunstancia. Pararse no estaba en los planes, y pararse inesperadamente, era muy peligroso en cualquier zona de aquel infernal país. La teniente se abrochó el casco rápidamente y al mirarme, dijo. ─ ¡Sargento! Salga conmigo a ver qué coño pasa. Los demás quedaros dentro del vehículo muy atentos hasta nueva orden. Abrimos la puerta trasera del BMR y empezamos a caminar hacia la parte delantera del convoy, donde estaba el capitán Sánchez con otros tres soldados observando la carretera. ─ ¿Qué ocurre mi capitán? ¿Por qué motivo hemos parado? ─preguntó la teniente. ─ ¡Mire ahí en la carretera! Hay un boquete de unos dos metros de diámetro y de al menos uno de profundidad. Este hoyo no salía en el mapa. El convoy no conseguirá pasar por ahí. ─ Quizás deberíamos sacar a las unidades de los vehículos y montar un perímetro de seguridad, señor ─contestó la teniente visiblemente nerviosa, plenamente consciente de la delicadeza de la situación. ─ ¡Sí! Estaba pensando exactamente lo mismo teniente. Mientras montamos ese perímetro, que traigan las placas de metal para instalarlas sobre el agujero y así poder pasar por encima con los vehículos ─ordenó el capitán observando inquieto el horizonte. Yo hice una señal y me dirigí hacia la teniente. ─ ¡Mi teniente! Necesito ir a hacer pis un momento. Tengo muchas ganas desde hace más de media hora y ya no me puedo aguantar más. La vejiga me va a estallar. El capitán Sánchez y la teniente Hook giraron la cabeza y me miraron con cara de sorpresa. La teniente fue quien respondió. ─ ¡Ok sargento! ¡Vaya detrás de esa roca y dese prisa! Tenemos mucho trabajo que hacer para poder salir de aquí lo antes posible. Mientras tanto voy a hablar con el resto de la unidad. Empecé a caminar hacia una roca que estaba a unos veinte metros de la carretera. Entonces, de repente oí un silbido el cual cada vez iba ganando en intensidad. Antes de que me pudiera dar la vuelta, escuché y sentí una fuerte explosión que me hizo salir catapultado hacia delante, cayendo detrás de la roca y golpeándome fuertemente contra el suelo de dura arena. En el momento de la explosión noté un latigazo seco en la columna. Tumbado boca abajo con la cara empotrada en el suelo y llena de arena, la roca me parapetaba casi la totalidad del cuerpo. Logré a duras penas darme la vuelta para poder ver qué es lo que estaba sucediendo. Mis piernas no respondían al intento del esfuerzo; sin embargo, al final conseguí acabar el movimiento gracias al sacrificio casi sobrehumano que tuve que realizar con los brazos. En este instante fue cuando me percaté de que algo no iba bien. De cintura para abajo no experimentaba ningún tipo de sensibilidad. De hecho, de cintura para abajo no sentía absolutamente nada. Me di cuenta de que tenía clavado un trozo de metal o algo parecido en la espalda y me dolía a horrores toda esa zona. Agarré el fusil M4 y apunté al convoy tumbado desde el suelo. Había mucha confusión en el ambiente. Llamas y humo mezclado con gritos de dolor, pánico y desesperación. En ese momento vino una segunda explosión, y luego una tercera, y luego una cuarta. Entonces entendí que estábamos siendo atacados por cohetes RPG que provenían de unos montículos elevados ubicados al otro lado de la carretera. Observaba los trozos de los cuerpos de mis compañeros esparcidos por toda la carretera y el cadáver de la teniente Hook a escasos metros de mi posición tirado en el suelo, con sus enormes ojos negros mirando hacia ninguna parte, mostrando signos de terror y sorpresa. Giré la cabeza tumbado detrás de la roca, la cual se convirtió en un inesperado escudo. Quedé medio atontado observando el cielo y maldiciendo lo que me dolía la herida de la espalda. Al cabo de unos minutos escuché un ruido ensordecedor. Observé un caza A10 Thunderbolt volando a gran velocidad y baja altura sembrando todo el perímetro de bombas incendiarias. Lo siguiente que recordé fue la llegada del silencio y de la oscuridad. Me sentía agotado, muy cansado y además el dolor era tan fuerte, que prácticamente no podía aguantarlo. Cuando abrí de nuevo los ojos, lo primero que vi fue el techo blanco de una habitación donde colgaban dos fluorescentes encendidos. Uno de ellos estaba medio estropeado y cada cierto tiempo parpadeaba durante unos instantes, generando una sensación de auténtico agobio. Yo permanecía tumbado boca arriba, mirando alrededor y viendo que estaba rodeado de camas y de personas heridas. Algunos dormían, otros permanecían en silencio con sus miradas perdidas, otros gemían de una manera muy tenue y otros gritaban de dolor. Apareció una enfermera de unos cincuenta años. Me hizo un chequeo médico básico muy rápido y entonces preguntó ─ ¿Cómo se encuentra sargento Scott? ¿Nota algún dolor?. ─ ¡No! Ahora mismo no noto ningún dolor. De hecho, de cintura para abajo no noto nada ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?. La enfermera mientras me cogía la muñeca con el propósito de tomarme el pulso, contestó. ─ Está a salvo. Esto es el hospital militar de Kabul, bajo el mando militar aliado. Me soltó la muñeca y empezó a escribir unos datos en un papel. ─ Sargento ¡Le recomiendo que se lo tome con calma! Ha sufrido un accidente muy grave del que se acabará recuperando con el tiempo, pero ahora lo que tiene que hacer es simplemente no preocuparse por nada y descansar. Agarré del brazo a la enfermera y mirándola fijamente con ojos de asustado, pregunté de nuevo. ─ ¡Tengo la espalda rota! ¿verdad? ¿Qué me ha ocurrido? ¡No siento nada en las piernas! ¡No las puedo mover! ¡Lo último que recuerdo es una explosión y acto seguido un fuerte latigazo detrás! ─en un estado cada vez más nervioso, continué manifestando mi inquietud. ─ ¿Qué ha sido de mi unidad? Recuerdo trozos de cuerpos humanos desperdigados por todo el suelo. Y, y, y recuerdo el cadáver de la teniente Hook muerta en el suelo. En ese instante metí un alarido tan fuerte, que retumbó en toda la sala del hospital. Comencé a agitarme descontrolado y a sufrir movimientos nerviosos e involuntarios en los músculos que me funcionaban. El resto del cuerpo, de cintura para abajo, permanecía inerte, inmóvil, muerto. Di otro grito aún más fuerte e inmediatamente después escuché a la enfermera dando órdenes a sus compañeras de manera dinámica y contundente. ─ ¡Aquí! ¡Aquí! ¡Traed el butorfanol ahora mismo! ¡El paciente ha entrado en estado de shock! Pasaron un par de semanas y la cantidad de tranquilizantes que me suministraban las enfermeras disminuía poco a poco. Al fin me sentía mejor e iba asimilando muy lentamente mi nueva y asquerosa situación. Incluso ya empezaban a sacarme en una silla de ruedas durante algunos ratos. Me llevaban al jardín para que pudiera respirar algo de aire freso y tomar un poco el sol en el exterior del hospital. Una mañana, en uno de aquellos paseos, me encontraba distraído en mis pensamientos a la sombra de una palmera. El sol lucía alto y hacía un día espléndido y brillante. El calor iba apretando cada vez más. Vi de reojo que llegaban dos militares, pero ni me molesté en prestarles mayor atención. Uno de ellos con una carpeta en un brazo se acercó hacia mí y saludó. ─ ¡Buenos días sargento Scott! Soy el teniente Jackman y esta persona de al lado que me acompaña es mi ayudante el cabo O'Brian ¿Me permite que nos sentemos aquí al lado de usted para que podamos conversar un poco? No respondí. De hecho, no les hice el menor gesto. El teniente cogió una silla por iniciativa propia y se sentó a mi izquierda, mientras que el cabo prefirió quedarse a su lado de pie observando impasible. ─ ¿Cómo se encuentra sargento? ─ ¡Siempre hacéis la misma pregunta de mierda! ─contesté de muy malas maneras─ ¿Usted qué cree? La respuesta no inmutó al teniente. Era obvio que debía de tener mucha experiencia en este tipo de situaciones tan desagradables. Se le veía bastante curtido en el tema. ─ ¡Bien sargento! Le diré que es lo que pasó y cuál es la situación actual. Cuando su convoy paró en aquel lugar por culpa del cráter que había en medio de la carretera, recibieron una emboscada por parte de los talibanes. Fueron atacados con fuego de mortero y RPG. Usted, que en ese momento se encontraba fuera del perímetro del ataque, salió despedido después de una explosión y eso fue indudablemente lo que le salvó la vida. La pega es que en aquel estallido salió un trozo de metal disparado, con tan mala suerte que se le clavó en la zona lumbar seccionándole al instante la médula espinal. ─ ¡De eso ya me he dado cuenta porque como puedes ver estoy sentado en esta maldita silla de ruedas! ¡Te aseguro que no es por voluntad propia! ─interrumpí bruscamente y con muy mala educación─ ¿Qué le ocurrió a mi unidad? Lo único que recuerdo es el cadáver y la horrible mirada muerta de la teniente Hook. ─ Casi todos los miembros de su unidad murieron, entre ellos el capitán Sánchez. Además hay siete afectados, los cuales tres están en estado crítico y los otros cuatro sufren heridas de diversa consideración. ─ ¡Joder! ─exclamé agachando la cabeza entristecido─. Qué desastre. ─ Toda su unidad, en la que por su puesto usted está incluido sargento, recibirá el Corazón Púrpura como condecoración. ─ ¡Ya! Todo un detalle por parte del gobierno, pero por mí se pueden meter la jodida medalla por donde le quepan ─protesté muy enojado para a continuación hacer la pregunta clave─ ¿Qué va a pasar conmigo ahora? El teniente Jackman se levantó de la silla y me miró fijamente. ─ Debido a su nueva situación de incapacidad, volverá a casa, donde tendrá que recuperarse a un ritmo indeterminado de las secuelas físicas y psíquicas sufridas. El ejército de los Estados Unidos le pagará una pensión vitalicia mensual aún sin determinar y durante un tiempo por ahora también indefinido. Además, el gobierno pondrá a su disposición el servicio de una asistente social para que le ayude a adaptarse a su nueva vida. ─ O sea que el ejército me despide y me indemniza. ─ Tanto el ejército de los Estados Unidos como su país, están completamente orgullosos de los servicios prestados y jamás se olvidarán de usted, sargento. ─ ¡Claro! Seguro que eso es lo que le dicen a todos. Creo que ahora ya no tiene nada más que añadir, así que lárguese usted y su palmero y déjenme en paz ─concluí girando la cabeza hacia otro lado, mostrando hacia ellos una rabia y una ira prácticamente incontrolable. En definitiva la situación había quedado de esta manera. Como me había convertido en un discapacitado para el gobierno de los Estados Unidos, pues los organismos oficiales me mandaban a casa y me pagaban unos dólares al mes con el objetivo de poder subsistir con lo básico. Eso sin antes olvidarse de darme las gracias con un par de palmaditas en mi jodida espalda, acompañadas de una condecoración y dejarme totalmente abandonado víctima del azar. El teniente Jackman se levantó, se despidió haciendo el saludo militar al igual que su ayudante, y acto seguido se dieron la vuelta para irse hacia la salida. En ese momento comprendí que a partir de ahora me las tendría que apañar yo mismo porque estaba completamente solo. Mi vida ya nunca sería igual.
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