Interrupción

1354 Words
La voz de la mujer sonaba llena de rencor. — Me imagino que sí, pero recuerda que estoy repitiendo las palabras que me dijiste, cuando te pedí que nos casáramos, que eso era para las vírgenes, tu ya estabas vieja para la gracia. — Sí lo reconozco, pero bueno a lo hecho pecho. —¿Entonces ésta noche te acostarás con la muchacha? Él miró a la mujer y dijo: —Estamos en la misma casa, es como desvergonzado. — Ya pensé en eso, así que hagamos algo, me voy a casa de mi comadre Elena y me voy a quedar allí ésta noche y mañana me vengo en la tarde, los niños van conmigo, para darles privacidad; ¿que me dices? Él tragó un grueso nudo imaginario que sentía en su garganta y respondió: —¡Está bien lo haremos cómo tu dices, salgamos de éste lio de una buena vez! Una hora más tarde la mujer salió con sus dos niños dejando a su hija mayor sola en casa con su padrastro, estaba decidida a que esta unión se consumara lo más pronto posible. Maitane estaba nerviosa, se apretaba las manos contra la falda de su vestido, eran varios los sentimientos encontrados que tenía en ese momento, por un lado sentir atracción por éste hombre que era prohibido para ella por ser la pareja de su madre y la otra la presión que ejercía Selena en ella pidiéndole que obedeciera, para rematar que compartieran al marido y lo que la sociedad pensara de todo aquello. Él la miró y extendió su mano indicando con ése gesto que se acercara con confianza. — Ven, no va a suceder nada que tú no quieras cariño, me gustas demasiado, pero también no deseo hacerte daño, si no lo deseas, yo me voy y me olvido de tí para siempre. — Eso significa que mi madre jamás volvería a saber de tí. — Si eso es lo que quieres así será. Ella recordó las palabras que su madre le había dicho: «— ¡Si él se va, tú serás la única culpable de que tus hermanos se queden sin su padre! ¡Debes obedecer, o te daré una paliza que desearás no haber nacido nunca! Ella le tenía miedo a las palizas de su mamá, cuando se enojaba era muy cruel y violenta, hacía ya más de dos días que le había propinado una por haberse venido de la oficina de él, aún le dolía él cuerpo de tantos moretones, lo mejor era obedecerla y que pasara lo que Dios quisiera. Si su padre estuviera en el país, pero desde que había cumplido diez años se había ido con su nueva familia y jamás volvió a saber de él, no tenía a donde ir, a pesar de ya tener 18 años era dependiente de su progenitora. Se acercó a Alberto Romano, en él tenía cifradas sus esperanzas para salir del yugo de su madre. — Yo no quiero que te vayas, y si te vas a ir, me llevas contigo. — Así será chiquita, de aquí saldremos juntos, serás mi mujer ante Dios y los hombres. Ella suspiró complacida, ese era su deseo ser la mujer de éste hombre, pero nunca lo iba a compartir con su madre, él sería de ella, solo y exclusivamente su esposo; pero eso era algo que no le había dicho a su mamá, la había dejado creer que había aceptado aquel plan de locos de las dos vivir con el mismo hombre. Caminó detrás de él hasta la habitación que estaba ocupando, Alberto se acercó lentamente y le acarició una de sus mejillas con ternura, luego la atrajo hacia su cuerpo, besándola en los labios. Exploró aquella boca ardiente y llena de deseo por aquel momento. Aquel fue un beso profundo y apasionado, las manos de él no se quedaron quietas al notar el ardor de la respuesta del cuerpo de ella, acarició levemente uno de sus pechos por encima de la tela de la blusa que los cubría, aún así un gemido de placer escapó de la garganta de Maitane. Después de ésto se sentaron en la cama y él mirándola a la cara, le fue sacando cada botón de aquella blusa hasta dejarla solo con el brasier — ¡Eres muy bella chiquita! ¡No tienes idea de cuánto te deseo! — ¡Hazme tu mujer Alberto! ¡Quiero ser tuya! No dejó que siguiera hablando, nuevamente sus labios se unieron un beso de fuego y pasión desencadenando caricias entre los dos que encendían el lugar donde se encontraban, él muy experto, ella con manos torpes, pero con instintos para saber dónde tocar para arrancar sonidos guturales de la garganta de él. Los pechos después de un movimiento hábil de él quedaron completamente desnudos para que Alberto pudiera tocarlos a sus anchas, cosa que hizo con premura, primero con sus dedos, luego con su lengua los empezó a lamer suavemente haciendo que ella sintiera ansias por experimentar más y más de aquello que por primera vez sentía. Luego los tomó y succionó y los quejidos de placer inundaron la habitación aumentando más el deseo en ambos, le quitó el resto del vestido, dejando ver una estrecha cintura y un vientre hermosamente plano que invitaba a a tocarlo. Empezó a besar por el cuello, bajando lentamente por los pechos que apuntaban al techo, luego su torso desnudo, lo llenó de besos húmedos y bajo hasta su vientre que coronaba en un hermoso montículo que se abría por primera vez para él y lo invitaba a beber de los jugos que de éste emanaba. Primero los dedos empezaron a dibujar caminos que hacían que Maitane arqueara sua caderas para recibir más, luego la lengua de él llena de fuego que disfrutaba de aquella flor encarnada húmeda para las caricias que él le prodigaba. — ¿Te gusta ésto mi amor?— preguntó Alberto con voz ronca por el placer. — ¡Oh sí, me gusta mucho, no dejes de hacerlo por favor! — ¡No voy a parar hasta estar dentro de ti mamita! Nuevamente metió su rostro en el entrepiernas de ella para lamer aquella maravillosa flor encarnada que estaba hinchada de puro placer, la lengua bajaba y subía a un ritmo enloquecedor para ella, luego bebió de aquellos jugos que lo embriagaba de placer y fuego. Mientras su boca se ocupaba de la parte baja de su vientre, sus manos apretaban los pechos de ella, Maitane no sabía que se pudiera morir de puro placer, eso era lo que estaba experimentando de la mano de su padrastro. Su mente le pedía que parara aquello, pero su cuerpo se negaba a dejar de sentir todas aquellas sensaciones nuevas para ella, le gustaba mucho ser la mujer de aquel hombre. Nuevamente escucharon un toque en la puerta ésta vez en la entrada principal, Alberto se levantó de un salto y salió a la sala, «¿Quien podría ser? ¡Maldita sea!» Se repitió, «¿acaso aquello era una señal del destino?» Escuchó la voz de una de las vecinas llamar. — ¡Selena! ¿Ya estas durmiendo? Él se decidió a abrir y dijo: — Selena no está, salió a visitar a una comadre; ¿qué necesitas vecina? Ésta alzaba la cabeza como queriendo ver más adentro de la casa. — Hola Alberto, disculpa, pensé que tu mujer estaba en casa. — Ya ves que no— dijo con voz seca. La mujer estiró su mano mostrando una taza y pidió: — ¿Tendrás un poco de azúcar? Él la miró con ojos asesinos y respondió: — Espera aquí, voy por ella. Minutos después despedía a la mujer entrometida, pero sus ánimos sexuales habían ido a parar al piso, no se sentía con ánimos de reanudar aquella rica experiencia, al parecer la vida le estaba dando una oportunidad de hacer mejor las cosas. En la habitación Maitane se había arreglado la ropa y esperaba llena de temor. — Ve a tu habitación cariño, creo que debemos pensar mejor las cosas, éstas interrupciones me dan mucho que pensar.
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