Dentro del bosque

3010 Words
Grande fue la sorpresa de los médicos cuando recibieron en brazos al bebé que llenaría los titulares por toda una semana. Todo el equipo médico quedó en silencio cuando vieron aquella extraña criatura cuyas piernas se asemejaban a las de un cachorro, conforme lo examinaban encontraron más detalles sorprendentes, como las pequeñas orejas lobunas sobre su cráneo o las manchas casi difusas que cubrían su cuerpo igual que una cría de leopardo. Los padres del pequeño fueron los más asombrados cuando se les entregó a su hijo, miraban al niño con temor y curiosidad, a pesar de ello, no dudaron el cuidar a su primogénito. Sabían que su niño no podría crecer tranquilo si se quedaban en aquella ciudad, por ello, lo primero fue sacar al niño de la ciudad donde nadie supiera de él para que pueda llevar una vida normal, los padres dejaron Londres junto al pequeño y con el tiempo todos olvidaron aquel extraño nacimiento. Ese no fue el único extraño suceso aquel año, en Italia ese mismo día una pequeña niña prematura nacía con una extraña afección en la piel que le daban la apariencia de tener escamas, los notables rasgos lobunos en los ojos de la pequeña fueron motivos para que la población predijera la llegada del fin de los tiempos. La madre, sin hacer caso a los prejuicios, acunó a su pequeña primogénita; el padre por otra parte se negó a cuidarla y después de unas discusiones abandonó a la madre con la bebé que el consideraba era un monstruo. Los médicos planeaban hacer exámenes a la pequeña para poder entender la genética de la recién nacida, las negativas de la madre ante ello causaron la molestia de los médicos, fue así que la joven decidió escapar con su niña de tan solo días de nacida. La llevó fuera de Italia, lejos de ojos curiosos y de prejuicios, su nena crecería bien sin importar como luciera. *** Habían pasado ya diecinueve años desde aquella extraña mañana, la brisa fría del amanecer se colaba por la sutil abertura de su ventana. La joven tenía la mirada perdida en el cielo, se podía ver la confusión y el miedo en sus ojos, algunas pestañas aún tenían restos de lágrimas que se habían encajado entre ellas como un suave rocío. El cielo grisáceo y lleno de nubes le devolvía la mirada, sus manos se aferraban a las sabanas con fuerza mientras en su mente repetía una y otra vez aquel sueño. Veía al joven de ojos extraños corriendo a su lado, cargaba una espada, a pesar de su esfuerzo por ver todo su rostro, le era difícil. Los gritos y golpes se escuchaban a sus espaldas, sentía el miedo en su interior, oía la voz de una joven gritar, no sabía si era ella o alguien más, entonces solo se sentía caer y una luz ámbar la obligaba a despertar. Un grillo se asomó por la ventana haciéndola despertar de su estupor, talló sus ojos mientras se desperezaba, los movimientos lentos y torpes por su habitación denotaban que no había dormido bien. Se dirigió al baño acompañada por el dulce aroma a galletas que impregnaba la casa. La desventaja de no ir a la escuela como una joven normal, tenía como consecuencia que no recordara con exactitud la fecha que era. Lavó su rostro y humedeció su cabello esperando que el agua fría borrara un poco el recuerdo del mal sueño. Su reflejo le devolvió la mirada, sus labios se curvaron burlones ante su aspecto. Bajó corriendo las escaleras, sus pies no hacían ruido, eran como si estuvieran diseñados para ser silenciosos y de pasos delicados como los de una bailarina, aunque odiara bailar. Abrazó a su mamá por la espalda mientras estiraba la mano hacia el frutero tomando una roja manzana. Su cabello aun húmedo mojaba sus hombros. — ¿Hiciste galletas? – Preguntó mientras frotaba la fruta en su sudadera y le daba una mordida – espero que algunas de esas sean de mora Su madre sonrió a su hija mientras sacaba las galletas del horno, ya hace mucho se había acostumbrado a los ojos lobunos observándola, le gustaban el color y todo lo que expresaban, la mujer vio a la joven olfatear el aire similar a un perro y esbozar una sonrisa mientras un colmillo se asomaba sutil entre sus labios. — ¿Lista para nuestra aventura? – El rostro de la joven pareció congelarse en el acto, no recordaba ninguna aventura mencionada, o si se debía a alguna importante ocasión. Dirigió los ojos a su madre quien con una tierna mirada asentía tomando sus manos – Audrey, mi nada pequeña Audrey Cerró los ojos ante la mención de su nombre, una suave risa salió de sus labios en señal de rendición, sabía que su madre ya se había percatado de su olvido, conocía muy bien sus expresiones. —Tú debes ser la única joven que se puede olvidar de su propio cumpleaños. Tenía razón, faltaba un día para que cumpliera diecinueve años, asintió mientras su madre la abrazaba, a pesar de que tuviera una horrible pesadilla, el abrazo de aquella pequeña mujer la reconfortaba de maneras inimaginables. Luego de un desayuno rápido, donde las galletas parecieron faltar, ambas mujeres se pusieron en marcha, hicieron las maletas y empacaron una caja especial donde iban los libros que Audrey planeaba leer, cargaron todo al viejo auto que en algún tiempo fue azul y ahora exhibía sus manchas rojo óxido con orgullo. Una vez estuvieron listas a partir, llegó la segunda sorpresa. Al salir de casa la brisa matutina terminó de enfriar sus manos obligándola a esconderse dentro de su sudadera. —¡ADY! – la voz casi militar de su amiga la hizo saltar, sus ojos la buscaron por la calle. Metros más abajo, cerca de un parque, vio un pequeño punto violeta y rojo que corría hacia su casa agitando lo que parecía ser una boa de plumas, el sonido de las rueditas de su maleta era estrepitoso en aquella vacía calle. —¡Cher! ¿Qué haces aquí? Y más importante a esta hora. Ady sabía bien que su amiga nunca se levantaba temprano, las únicas veces que lo hacía era por la escuela y se quejaba de ello todo el día, pero ahí estaba esa mañana, el reloj aún no marcaba las siete cuando su amiga la abrazo con fuerza. Traía un abrigo esponjoso de color morado que la hacía ver más tierna. —Feliz, feliz casi cumpleaños anciana – Los brillantes ojos azules de su amiga transmitían toda su emoción, Ady siempre había podido leerla, era un libro abierto, sin tapujos ni máscaras. —Casi gracias y aún no estoy tan vieja, son solo diecinueve años – Tomo la boa de plumas y la miró esperando una respuesta —Es para nuestra celebración, estoy segura que en ese mini pueblito hay alguna taberna o bar donde dos chicas podemos divertirnos No le fue muy difícil unir los cabos sueltos, miró a su madre, luego a su amiga y luego nuevamente a su madre sin saber que más hacer, sonrió mientras ordenaba las palabras en su mente. —¿Vendrás con nosotras? Después de varias preguntas y asegurarle que no era un sueño, las tres mujeres subieron al auto encaminándose a su pequeña aventura. Cada año, Ady hacia aquel viaje con su madre, pero siempre se emocionaba de hacerlo, amaba esa cabaña cerca a los bosques y acantilados, pero amaba aún más esa mística que envolvía sus parajes. El viaje duraba unas horas las cuales se llenaban de bromas y música de Queen o The Police, ambos favoritos de su mamá; ante la insistencia y quejas de ambas chicas, ampliaron el álbum musical agregando el repertorio de ambas jóvenes que incluso contenía algunas canciones románticas que cantaban entre risas. Audrey se limitaba a mirar en silencio por la ventana, acompañando algunas tonadas; solía encerrarse mucho en sus pensamientos cuando viajaban, como si en secreto planeara alguna aventura o la viviera. La cabaña donde se quedaban, estaba cerca de un frondoso bosque y las montañas, era como un pequeño paraíso oculto que la protegía del mundo, por alguna razón que nunca supo explicar, Audrey se sentía atraída al lugar, como si un imán llamara a un frágil metal, otra ventaja del lugar. El clima favoreció su viaje y para la hora de almuerzo ya habían llegado. La vieja cabaña les dio la bienvenida con sus paredes despintadas, el tejado rojizo había perdido su color a causa del sol y lluvias de la zona. La humedad del campo invadió sus pulmones al bajar, la puerta tenía cuatro pestillos cada uno asegurado con un candado más grande que el otro. Era la primera vez que alguien, además de Audrey y su madre, pisaban aquel lugar. De niña Ady había preguntado a su madre de quien era aquel lugar, y ahí le había contado la historia de cómo en esa cabaña los abuelos de su madre iniciaron la familia. Aquella casa había pasado de mano en mano a las hijas de la familia, y ahora era de ella. Audrey sabía que tal y como la tradición lo dictaba, el día en que su madre ya no estuviera, aquella cabaña quedaría para ella. La puerta chirrió quejándose por despertarla de su largo sueño, una fina capa de polvo cubría las cosas en el interior que estaban cubiertas con telas dándoles el aspecto de fantasmas atrapados aún en este mundo. Del techo colgaban campanas de viento cuyos colgantes estaban rodeados por un domo de red, Cher quiso preguntar la razón de aquel peculiar adorno, pero su amiga se adelantó. —Me gustan las campanas de viento, pero son un peligro para mí y mis cuernos, por eso las mantenemos con esas mallas, así yo no me enredo en ellas. Riendo asintió. Cher había descubierto el secreto de su amiga cuando aún tenían solo ocho años. Audrey tenia muchos dolores de cabeza por el crecimiento de sus cuernos, así que en clase constantemente pedía permiso al baño. Una vez, Cher curiosa decidió seguirla en secreto. Al entrar al baño, vio a Ady sin su habitual gorro, mirando unos pequeños cuernos en el espejo. Al principio se asustó, pero Cher pensaba que era lo mas fascinante y bonito que había visto. Desde aquel día, ambas se unieron, y aquel secreto pasó a ser de ambas. Continuó observando la casa mientras Ady y su mamá desempolvaban las cosas, ambas se habían opuesto a recibir su ayuda, sintiéndose un poco culpable aceptó a regañadientes y solo miró todo el proceso tratando de no estorbar. El cielo nublado no evitó que el calor se sintiera, con la compañía de unas latas de soda heladas, las tres mujeres comieron rodeadas por el aroma del bosque. Aún no estaban instaladas en la cabaña, la habitación de Ady, que siempre había recibido solo a ella, ahora debía abrirse espacio para acoger a su amiga. Después de recoger los platos y un breve descanso en el piso de la habitación, ambas amigas dispusieron sus planes para un paseo. Los acantilados eran algo que atraía a las dos jóvenes, por ello sin perder el tiempo, se encaminaron hacia ellas. La tarde se había aclarado, las nubes se abrían dejando ver un cielo azulado y un sol brillante que ya iba camino al horizonte. Ambas vestidas con chamarras de lana caminaban por el borde como si retaran a la gravedad, la frágil sensación de estar a un paso de la muerte las llenaba de adrenalina que les daba calor. Se detuvieron al borde de uno de los abismos, el pasto las invitó a sentarse, la charla iba y venía, a veces de temas profundos y otros solo un montón de tonterías que llegaban a sus mentes. Los ojos de Cher brillaban más de lo normal, como si un mar cubriera su superficie, por momentos Ady podía ver como aquel muro brilloso amenazaba con desbordarse, entonces su amiga pestañeaba mientras contaba un chiste, ocultando así sus lágrimas. Ella no preguntó la causa de su tristeza y Ady tampoco confesó la sensación que tenía en el pecho. A pesar de tener sospechas que su amiga ocultaba algo, prefería darle su tiempo a que ella decidiera contarle las cosas. El viento aumentó con el paso de las horas, el frio caló sus huesos haciendo castañear sus dientes; mirando el sol como a un viejo amigo, juntas se alejaron para regresar a casa. Algo encantador de aquel pueblito es que tomes el camino que tomes, este siempre te llevara a un lugar mágico. Hablando y bromeando tomaron otro camino de regreso a casa, Cher no puso atención a ese cambio de ruta, Ady en cambio sabía bien a dónde iban. Tras unos minutos de caminata, los árboles hicieron su aparición: jóvenes, viejos, secos y frondosos, uno a uno fue uniéndose hasta formar el gran cuerpo verde que se alzaba sobre sus cabezas, Ady dejó de tomar atención a su amiga quien charlaba sobre las múltiples facetas que tenía su actual novia, en cambio sus ojos miraban los árboles, observaban con atención como si esperaran que algo suceda, lo había hecho desde pequeña pero nunca había visto nada más que vegetación y una que otra ave que reposaba en las ramas, en esta ocasión fue igual salvo por la gran tentación de internarse en aquel lugar. Cuando su amiga notó aquel silencio, detuvo su marcha extrañada, vio el lugar y sus mejillas se tiñeron en rojo. —¿Qué hacemos aquí? Creí que íbamos a casa. — Eso hacemos, este es un atajo – Confesó con calma aun con la mirada en el bosque — Entremos un rato a ver que encontramos ¿Te animas? —¡No! – Exclamó Cher, su voz sonó más fuerte de lo esperado, unas aves alzaron vuelo asustadas por el grito repentino de la joven– No, eso ni loca, podemos perdernos Ady, sabes que no soy exploradora, me caigo caminando en la ciudad. Los ojos y la voz de su amiga suplicaban pronto alejarse de ahí, tenía muchas ganas de seguir, podía decirle fácilmente que se fuera y que la alcanzaría luego, pero la voz de su razón levanto la mano al fondo de sus subconsciente. No podía dejarla ir sola, ella no conocía el camino, y en cierto modo tenia razón, Cher se caía al menos tres veces durante el día están en la ciudad, ahí en un lugar lleno de caminos de tierra y bosques, probablemente se caería el doble. —Dudo que nos perderíamos, pero de todos modos ya es tarde así que mejor regresemos Aquello no calmo a su amiga, ella conocía bien a Ady, sabía que esa no sería la primera vez que terminaba en aquel bosque. Regresaron a casa, cada una mirando a los lados, una esperando ver algo impresionante y la otra vigilando que un asesino no salga de la oscuridad y las ataque. La noche llegó con lluvia y frio, una taza caliente de chocolate y unos panecillos con rellenos frutales reconfortaba al cuerpo ante el inclemente clima. Toda la cabaña estaba sumida en la oscuridad, excepto una habitación en el segundo piso donde las dos amigas terminaban de instalarse. Habían agregado una cama más a la habitación, los viejos peluches de su infancia habían quedado relegados a un rincón junto a los libreros que llenaban toda una pared desde el piso al techo. Cher no pudo evitar notar el curioso orden de sus libros, los cuales estaba organizados por color conformando así un arcoíris. —Ya veo por qué cada fin de clases desaparecías, yo no volvería si tuviera un lugar así – Admitió Cher, el chocolate dejó una marca en su labio superior similar a un bigote, Ady oculto su risa con su taza. —Pues debía volver si quería aprobar la escuela y más importante, para seguir molestándote. La risa de ambas llenó el silencio, el frio no es problema cuando hay chocolate y una amiga con quien conversar. Cher se había acostumbrado a todas las peculiaridades de Ady, incluso solía bromear con ellas. Ady miraba hacia el bosque a través de la ventana, seguía sintiendo como si un hilo que saliera de su pecho se uniera a él, tirando de ella cada vez más fuerte. —¿Sigues pensando en ello? — Cuestionó su amiga al notar la mirada perdida de Ady, sin esfuerzo sabía que su amiga seguía deseando entrar a ese lugar. Los ojos lobunos se fijaron en el chocolate humeante, asintió despacio, no sabía explicar lo que sentía. Y mucho menos sabía decir si era coherente sentir el llamado de un montón de árboles. —Es extraño, siempre quise entrar pero ahora es como si algo me llamara ahí o me uniera - Al decirlo en voz alta, Ady se daba cuenta de lo descabellado que sonaba dicha afirmación — Sé que no parece tener sentido, es solo... no sé como explicar lo que siento. Una ceja perfectamente delineada se arqueó en el rostro de su amiga, sus ojos se veían más grandes. Sabía que su amiga tenía un espíritu aventurero y temerario separado solo por una línea muy fina, más fina que un cabello. No supo que responder ante sus palabras. En efecto no comprendía aquella sensación que Ady le describía, ella solo veía un lugar oscuro y una promesa de muerte segura. —Sé que me crees loca y… —No te creo loca – Interrumpió la pelirroja – Solo aumentas mi curiosidad, creo la locura es poco decir considerando que tienes cuernos y los ojos de un perro — Cher se calló y soltó una suave risa — Perdón, de lobo. Ambas volvieron a reír, el bosque golpeaba su mente a través de las paredes de su casa, había algo más fuerte que era evidente se había formado por años, encontraría la forma de averiguar que era, pero sin su amiga. No quería exponerla a la fuerza ante algo que sabía Cher no disfrutaría, eso era algo muy suyo.
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