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Rodeado de Mujeres

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Blurb

Mateo, un adolescente de 18 años, se ve enfrentado a una situación inesperada al descubrir que tendrá que ceder su habitación a su tía y prima. Para complicar aún más las cosas, se decreta una cuarentena debido a la pandemia. Mateo se ve obligado a convivir con siete mujeres bajo el mismo techo durante un largo tiempo, incluyendo a sus cuatro hermanas mayores y su madre.

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Castigo Divino
Si Dios existe, me odia. De eso estoy seguro. Me castigó con cuatro hermanas mayores y me condenó a vivir con ellas en la misma casa… y no solo con ellas, sino también con mi mamá. Pero eso no es todo, no. Se ve que Dios está verdaderamente esmerado en complicarme la vida y se guardó la cereza de la torta para el día en que Milagros, una de mis hermanas, cumplió veintitrés años. A pesar de que la cumpleañera era ella, al “regalito” me lo llevé yo… ¡y qué mierda de regalo! Hicieron una fiesta discreta, con algunos parientes y amigos de Milagros, a los que yo solo conocía de vista. Me senté en un rincón y me puse a tomar cerveza; tomé tanta como pude, hasta que mi mamá me prohibió hacerlo, porque solo tengo dieciocho años y no está bien visto eso de andar vomitando frente a los parientes. Aunque la cosa no fue para tanto y la fiesta fue más o menos tolerable. Al menos hubo mucha comida. La gran sorpresa llegó cuando la fiesta terminó. Ahí me comprendí por qué Selene, mi mamá, se encerró tantas veces en su pieza, para hablar con su hermana, mi tía Tamara. Sin anestesia, mi madre me soltó la frase que pondría mi vida patas arriba de un día para otro: ―Tu tía Tamara se va a quedar a vivir con nosotros durante un tiempo. Le vamos a dejar tu cuarto, así que vas a tener que compartir dormitorio con Pao. No lo podía creer. Al tener que convivir con tantas mujeres, mi cuarto era mi “refugio masculino”, el único lugar de toda la casa en el que podía andar en calzoncillos todo el día… o en pelotas. Para colmo, de todas mis hermanas, la que peor me cae es Paola. Ella se cree muy importante por ser mayor que yo, pero es la más chica de las cuatro, apenas tiene diecinueve años. Claro, como no puede joder a las otras tres, me jode a mí. Eso no es todo, no señor. Se ve que Dios (si existe) le gusta meter el dedo en la llaga. Si hay alguien en el mundo que odie más que Paola, esa es Jessica, mi prima… la hija de mi tía Tamara. Y sí, por supuesto que ella también se va a quedar a vivir con nosotros… ¡En mi habitación! Al parecer esta improvisada mudanza se debía a los estragos que estaba causando el Covid-19 en el mundo. En Argentina la situación no era seria, pero ya se corrían rumores de que pronto podría declararse una cuarentena nacional. Mi tía Tamara nunca estuvo casada, conoció al padre de Jessica y él la dejó en cuanto se enteró que ella estaba embarazada. Después de eso pasó varios años soltera o con algunas parejas esporádicas. Su actual pareja… bueno, ex pareja. Como sea… el tipo al que ella acaba de dejar se llama John. Tamara y Jessica vivían en la casa de este sujeto, porque no tienen vivienda propia. Los rumores de la cuarentena hicieron reflexionar a Tamara. Nos contó que no quiere quedarse encerrada en la casa de un tipo por quien ya no siente nada. Al parecer llevaba bastante tiempo esperando el momento apropiado para dejarlo, y el Covid-19 le dio la excusa perfecta. Cuando Tamara y Jessica llegaron pidiendo asilo, mi mamá, que tiene una fuerte conciencia familiar, no tuvo problema en abrirles las puertas de nuestra casa y regalarles, con moño y todo, mi dormitorio. Así fue como tuve que resignar la poca masculinidad que aún me quedaba. Junté todas mis pertenencias y las saqué de mi querida “Baticueva”, de mi “Fortaleza de la Soledad”, de mi “Torre Avengers”, de mi “Halcón Milenario”... perdí mi único lugar en el mundo. ―Ni sueñes que vas a meter todas esas porquerías en mi pieza ―dijo Paola, meneando la cadera y señalándome con el dedito. ¡Ay, me dan ganas de raparle la cabeza cada vez que se pone así! ¿Acaso piensa que esos gestos tan teatrales la hacen ver como una “mujer fuerte e independiente”?. Lo de mujer no se lo discuto, la muy desgraciada tiene con qué lucirse; pero lo de “fuerte e independiente” no lo tiene… de lo contrario no viviría con nosotros, porque nos odia a todos. La única de mis hermanas que puede hacer gala de esas características es Camila, la mayor. Con ella me llevo mejor. Ella tiene trabajo propio y si aún vive con nosotros es porque está ahorrando, para comprarse una casa. Al menos ella sí va a tener un lugar propio. Justamente fue Camila quien salió a defenderme. ―Pao, estamos intentando adaptarnos a una situación atípica. Para nadie es fácil, y si no colaborás un poquito solamente vas a complicar todo. ―¡Pero no tengo tanto lugar para porquerías! ¿Dónde va a meter todo eso? Las “porquerías” a las que se refería mi hermana eran tomos de comics, libros de terror, videojuegos y, mi tesoro más preciado en todo el universo: la PlayStation 4. No quería abandonar mi habitación sin ello; sin embargo la cosa no estaba como emitir protestas. Tal y como había dicho Camila: nos encontramos ante una situación atípica, y todos deberíamos colaborar. Bajé la guardia y dije: ―Puedo dejar casi todo en mi pieza, con la condición de que yo pueda entrar a buscarlo cuando quiera. ―No, cuando quieras, no ―dijo mi mamá―. La pieza va a estar ocupada por dos damas ―supuse que por “damas” se refería a mi tía y a mi prima―, tenés que golpear antes de entrar. Si ellas… ―Sí, sí… voy a golpear antes de entrar ―la interrumpí antes de que me soltara un discurso sobre “intimidad femenina”―. A lo que me refiero es que ellas tienen que entender que las cosas son mías, y a veces las voy a querer sacar… especialmente si vamos a estar encerrados acá todo el puto día. ―Sí, claro ―dijo mi tía Tamara―. Las cosas son tuyas, eso lo entendemos perfectamente. No queremos causar molestias, pero… ―Pero nada ―dijo mi mamá―. Ustedes no son ninguna molestia. Tamara, vos sos mi hermana y ésta también es tu casa, y la casa de tu hija. Esto de la cuarentena es una mierda, ya todos nos agarró por sorpresa; vamos a intentar llevar la situación lo mejor posible, como una familia. ―Así es ―la apoyó Camila―. Solamente tenemos que trabajar en las normas de convivencia, y tenemos que ser un poquito más tolerantes con los demás. ―Al decir ésto último miró a Pao, como si la estuviera desafiando. ―Está bien ―dijo Pao, resignada―, que meta en mi pieza las porquerías que quiera, pero las va a tener que dejar en el piso, porque ya no hay más lugar. Así fue como terminé mudándome al cuarto de mi peor archienemiga… bueno, la segunda peor. Porque la más cruel y despiadadas de mis archienemigas era la que se quedaba con mi cuarto: mi prima Jessica. Estuve tentado a soltarle un discurso explicándole que la iba a matar si rompía alguna de mis cosas. Descarté ese acto de autoritarismo porque la situación ya estaba lo suficientemente tensa como para iniciar un conflicto extra con la pelotuda de mi prima. ¡Pero qué rabia me dio cuando entró a mi pieza y me dedicó esa sonrisa burlona! Para colmo la muy hija de puta caminó meneando el culo, como si fuera una gata que siempre cae parada.

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