CAPITULO 18 ― MAS QUE UN EQUIPO

1379 Words
Maldita sea. Ella lo ve todo o de alguna manera lo sabe todo. Kendall respiró hondo. Su voz se volvió más baja, más íntima. —Necesitamos hablar hoy. A solas —dijo Kendall, posando una mano ligera sobre su muslo, apenas un roce, pero con una electricidad directa, como una chispa intencional. Sus ojos no se movieron ni un milímetro, clavados en los de Matt, como si no hubiera nadie más en el estadio. La frase cayó como un disparo silencioso, y a Matt se le erizó la nuca. A solas con Kendall podía ser salvación o una condena. No sabía cuál. Antes de que pudiera responder, Eva volvió con dos cafés, sonriendo como si acabara de comprar el mundo. Se detuvo al ver a Kendall allí, demasiado cerca. —¿Se te perdió algo, Kendall? —preguntó Eva, con una dulzura afilada. Kendall la miró sin moverse. —Solo me senté. No sabía que tu esposo estaba reservado. Eva dejó uno de los cafés frente a Matt, despacio, como marcando territorio. —No al lado de él —dijo Eva con una sonrisa afilada, aunque en sus ojos brillaba una punzada de celos disfrazados. Se sentó junto a Matt y colocó su mano sobre su rodilla con una calma estudiada, como quien cierra una puerta con seguro. El aire se tensó. Matt sintió el peso de ambas miradas como manos distintas en el cuello, una reclamándolo, otra exigiéndolo. Kendall apretó la mandíbula. No dijo nada más; se levantó con frialdad noble y se fue hacia las escaleras, sin mirar atrás. Eva se acomodó junto a Matt, demasiado satisfecha. —A veces Kendall olvida su lugar —susurró, tomando el café con calma. Matt no respondió. Solo tragó rabia. El entrenamiento siguió y la familia decidió bajar al borde del campo para “saludar” a los jugadores. Mientras caminaban por la línea lateral, un jugador pasó corriendo a máxima velocidad, la mirada fija al frente, los hombros como arietes. El golpe llegó sin aviso. Hombro contra hombro. Matt sintió un impacto brutal que le arrancó el aire. Su cuerpo salió volando hacia atrás y cayó sobre el césped seco con un crujido de huesos y orgullo. El mundo se le volvió blanco por un segundo. El dolor le trepó desde el costado hasta el pecho. Apenas podía respirar. Lo peor no fue el golpe. Fue el silencio. La familia no reaccionó. Nadie corrió. Nadie preguntó si estaba bien. Jeffrey siguió conversando con un entrenador sin volverse. Julianne apenas levantó las cejas. Alexandra miró un segundo y desvió los ojos como quien observa algo irrelevante. Olivia soltó una risita nerviosa. Eva se llevó una mano a la boca, pero no por preocupación. —Dios… estos atletas son intensos —comentó Eva, riéndose suave, como si acabara de ver una broma. Matt la miró desde el suelo con incredulidad. El dolor ardía, pero la humillación quemaba más. Solo Kendall reaccionó. Corrió hacia él con la urgencia. —¡Matt! Se arrodilló junto a él, tocándole el brazo con cuidado. Sus dedos firmes, cálidos, lo recorrieron para revisar que nada estuviera roto. La cercanía le aceleró la respiración, incluso con el dolor. Kendall tenía esa manera de estar presente con todo el cuerpo. —Respira despacio —le ordenó con voz baja. Matt intentó hacerle caso. Sus ojos se humedecieron de rabia. Kendall se inclinó más, y entonces le habló casi al oído, sin que nadie más la oyera. —Eso no fue un accidente —dijo Kendall con la voz tan baja que era casi un roce de aliento. Sus ojos seguían fijos en el jugador que se alejaba, pero su cuerpo entero estaba inclinado hacia Matt, como una barrera entre él y el mundo. —¿Qué dices? —susurró con un hilo de dolor en su voz. —Lo vi —dijo ella, sin apartar la mirada—. Te buscó, te midió y te empujó a propósito. La paranoia explotó como vidrio. Matt se incorporó con ayuda de Kendall, algo tembloroso. ¿Advertencia? ¿Mensaje? ¿Castigo por espiar? La nota negra volvió a gritarle por dentro. Se dejó llevar de regreso a las gradas, cojeando un poco. Sentía el brazo arder y el orgullo desmoronarse. Eva lo esperaba arriba, fascinada con el entrenamiento, los ojos brillantes, siguiendo al mismo jugador que lo había golpeado. —¿Estás bien? Qué exagerado eres —dijo, sin apenas mirarlo, como si él fuera un contratiempo menor. Matt la miró con una mezcla venenosa de ira y deseo roto. —Me tiraron como a un saco —respondió él, la voz contenida. Eva soltó un suspiro teatral. —Ay, Matt… no seas dramático. Eso pasa en los campos. Pero no a propósito, pensó él. Un par de minutos después, Eva recibió una notificación. Su teléfono vibró contra su palma. Ella lo miró rápido, la sonrisa fue cambiándole un milímetro de inmediato. Instinto puro, Matt giró la cabeza. Alcanzó a leer antes de que ella escondiera la pantalla. Y el mensaje era claro como un disparo. “Tu esposo es un debilucho. Con razón buscas algo mejor.” Matt sintió que el aire se le volvía ácido. No fue solo celos. Fue algo más profundo, una sensación de estar siendo desnudado sin tocarlo, de tener a otro hombre metiendo dedos en su matrimonio como quien abre una cerradura. Eva borró el mensaje casi de inmediato, cruzando la pierna con elegancia. —Publicidad del gimnasio —dijo, bajando la pantalla con fingida indiferencia—. Siempre mandan ofertas ridículas de suplementos que nadie pidió. Matt no respondió. Sus manos temblaban sobre las rodillas. Lo vi todo y ella ni intenta mentir bien... Bajaron luego a recorrer las instalaciones. Los túneles internos eran amplios, pulidos, con iluminación blanca que hacía todo más frío y perfecto. Las salas de fisioterapia tenían máquinas modernas, camillas limpias, pantallas con datos biométricos. Era un templo del cuerpo. Los jugadores saludaban a Jeffrey con respeto casi militar. Algunos se inclinaban con sonrisas calculadas hacia las mujeres Winterhaus, mirándolas con una familiaridad que a Matt le pareció demasiado cómoda. No era coqueteo casual. Era… costumbre. En una zona de hidratación, Matt vio a un linebacker secándose el abdomen con una toalla, sin prisa. El cuerpo era una escultura de músculo y tatuajes. Y esos tatuajes… Matt se congeló. Eran los mismos que había visto la noche de la infidelidad de su esposa. La misma piel morena y marcada que había cruzado, como un espectro, frente a sus ojos escondidos. Su estómago se retorció. Eva caminó hacia ese hombre con naturalidad mortífera. —Matt, él es Ben O'Donnell. Uno de los nuevos fichajes —presentó Eva, como si fuera un vecino amable. Ben levantó la vista. Su sonrisa era segura, depredadora. Extendió la mano y se la apretó a Matt con fuerza, demasiado. —¿Alguna vez has jugado? —preguntó con una voz que parecía reírse de algo interno. Matt tragó saliva. —No. Ben soltó una risita, mirándolo de arriba abajo como quien evalúa una presa. —Ni lo intentes. Podrías salir lesionado. Dicho como chiste. Sonando como amenaza. Eva lo miró con una sonrisa breve, casi nostálgica. Ben le sostuvo la mirada con algo más oscuro que deseo. Era un reconocimiento, una herida compartida. Y Matt, desde afuera, sintió que lo habían excluido de un secreto que ya estaba consumado. Su mandíbula crujió de ira. Ella no solo me engañó. Ella lo exhibe y él lo disfruta. Siguieron caminando y la escena se volvió aún más clara, más sucia. Matt observó cómo todas las mujeres Winterhaus se movían entre los jugadores con una confianza indecente. Kendall reía mientras un tight end la abrazaba por la cintura, la mano de él demasiado baja para ser casual. Alexandra tocaba el brazo de un receptor con una lentitud que parecía promesa. Olivia se inclinaba para susurrarle algo al oído a uno de los quarterbacks, tan cerca que sus labios casi rozaban su cuello. Julianne conversaba con un entrenador muy joven con una sonrisa que no era maternal, sino peligrosa y cálida. Era un desfile de cercanías, de roces pequeños, de miradas largas. esto no era coqueteo… era costumbre. Parecía un sistema. Una red. Un juego que llevaba años jugándose.
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