El carruaje se detuvo frente a la zona lateral de la mansión Winterhaus, una entrada menos ostentosa que la principal, pero igual de imponente.
Kendall fue la primera en bajar.
Estaba todavía descalza, con los tacones en una mano y el vestido ligeramente arrugado por la huida apresurada.
Matt descendió detrás de ella, sosteniéndose un momento del borde del carruaje; el cansancio le caía encima de golpe, mezclado con un dolor que no sabía bien dónde acomodar.
—Antes de que entres respóndeme algo —dijo Kendall, girándose hacia él—. ¿Alguien te vio llegar?
Matt frunció el ceño, revisando mentalmente el inicio de esa noche que ya le parecía de otra vida.
—No lo creo —respondió—. Cuando llegué, la mansión estaba casi vacía, no vi a nadie, subí directo a la habitación y encontré el traje y la invitación con mi nombre. Eso fue todo.
Ella soltó un aire que no había notado que estaba conteniendo. Un alivio leve le cruzó el rostro, aunque no alcanzó a borrar la dureza de sus facciones.
Eso al menos es bueno… de momento, pensó, observando las ojeras marcadas, la mirada rota de Matt.
—Bien —dijo al fin—. Entonces haz lo que te digo, sube, toma tus cosas y vete. No dejes rastro de que estuviste aquí este fin de semana, borra mensajes, llamadas, todo. Hablaremos… pero no hoy.
Matt apretó la mandíbula.
—Necesito respuestas ya —ordenó sintiéndose impaciente y desesperado—. No dentro de tres días, no cuando te parezca conveniente.
—Y yo necesito que sigas respirando mañana —replicó ella, clavando los ojos en los suyos—. No puedo darte las dos cosas al mismo tiempo esta noche.
Él la sostuvo la mirada unos segundos, frustrado, herido, con esa sensación de estar atrapado en una obra que nadie le explicó.
Al final, el shock y el agotamiento pesaron más.
—Está bien… Pero no voy a dejar esto así.
—Lo sé —dijo ella, bajando la voz—. Por eso eres un problema para mi ahora…
Sin añadir nada más, Kendall se dio la vuelta.
…
Matt subió rápido las escaleras hacia la habitación que compartía con Eva cuando se quedaba en la mansión. Las paredes estaban silenciosas, sobrias, como si la casa durmiera y él fuera el único intruso despierto.
Metió la llave en la cerradura, giró y empujó la puerta.
Dentro no había nadie.
Todo estaba en su sitio, la cama impecable, las cortinas recogidas, la luz tenue de la lámpara junto al sofá, sin embargo, algo estaba fuera de lugar.
Lo vio en el acto.
Sobre la cama, perfectamente centrado sobre la colcha, descansaba otro sobre n***o.
Matt se quedó inmóvil unos segundos.
Sabía, con absoluta certeza, que esa carta no estaba allí cuando salió hacia el club.
La piel se le erizó.
Entró del todo y cerró la puerta con seguro.
Su mirada recorrió la habitación, inquieta.
Miró la ventana, cerrada.
Revisó el baño, vacío.
Abrió el armario de golpe, como si esperara encontrar a alguien dentro.
Nada.
Alguien entró mientras yo no estaba. Alguien que tiene llave y que sabe exactamente dónde duermo, pensó, sintiendo un hormigueo desagradable en la nuca.
Se acercó a la cama y tomó el sobre. Era igual al anterior, grueso, n***o, con el sello Winterhaus en relieve, hundido como una marca de propiedad.
Rompió el borde con cuidado y sacó la primera hoja.
“Una vez que un Winterhaus te mira, estás adentro.”
Leyó la frase en silencio dos veces. Un escalofrío le corrió por la espalda.
¿Qué significa “adentro”? pensó. ¿Adentro de qué? ¿Un club? ¿Un culto? ¿Una secta?
No le gustó ninguna de las opciones.
Sacó una segunda hoja.
El papel era del mismo gramaje pesado, el mismo tipo de letra.
“Ve a buscarla.
Dile que te lleve a la cabaña.
A la Cabaña Roja.
Una vez allí, da lo mejor de ti. Te estaremos observando.
De ello depende que salgas con vida de aquí.
Muéstrale esta carta. Si le importas lo suficiente, te ayudará.”
Matt sintió que algo se hundía en su estómago. Se dejó caer en el borde de la cama, sosteniendo la hoja con los dedos entumecidos.
¿Es una broma enferma? ¿Acaso esto es una amenaza? pensó, incapaz de decidir qué lo asustaba más.
El miedo se mezclaba con incredulidad. La parte racional de su mente le decía que todo esto era absurdo.
La otra, la que había visto a Eva contra un cristal, le susurraba que esto era mucho más que un juego.
Doblando las hojas con cuidado, se levantó de golpe.
Tenía que encontrar a Kendall.
Salió de la habitación con la carta en la mano.
El pasillo estaba iluminado solo por algunas lámparas encendidas a intervalos. Cada puerta cerrada era una pregunta sin respuesta.
Tocó primero la puerta del cuarto de Kendall.
Esperó.
Nada.
Volvió a tocar, esta vez con más fuerza.
Silencio.
Claro. No podía ser tan fácil, pensó, apretando los dientes.
Decidió bajar.
Cuando llegó a la planta baja, la vio.
Kendall estaba cruzando el vestíbulo principal, con el cabello un poco desordenado, el vestido aún sin tacones, caminando hacia la puerta de salida. Se la notaba agotada, como alguien que había acumulado diez vidas en una noche.
—Kendall, espera —llamó Matt, con total urgencia en su mirada y voz.
Ella se detuvo, molesta, lista para estallar por cualquier cosa. Pero cuando se giró y vio su expresión, algo en ella cambió.
Él estaba más pálido que antes, los ojos abiertos de más, como si hubiera visto un fantasma… o como si el fantasma hubiera decidido escribirle una carta.
No puede ser que esto empeore más esta noche, pensó ella, sintiendo un cansancio profundo.
—¿Qué sucede ahora? —preguntó, intentando sonar impaciente y arrogante hacia el sujeto que minutos atrás había besado con pasión.
Matt se acercó rápido, extendiéndole la primera hoja.
—Esto estaba en la cama cuando subí —dijo, acercándole la hoja mientras su otra mano, casi sin darse cuenta, se cerraba sobre su muñeca.
Kendall bajó la vista.
“Una vez que un Winterhaus te mira, estás adentro.”